La costumbre podía hacernos tanto daño que llegábamos a extrañar lo que más detestábamos. Antes, disfrutaba de esos días tranquilos en los que me encontraba en mi habitación sumergida en la lectura de algún libro y el mundo podía estar desmoronándose, pero yo me sentía a salvo entre estas cuatro paredes. Después de conocerlo, esos días tranquilos se transformaron gradualmente en días bulliciosos, repletos de risas que resonaban con intensidad en estas mismas paredes. Sin darme cuenta, me había acostumbrado a eso, aunque dijera lo contrario.
La única forma de aliviar esta soledad era visitar los sitios que solíamos recorrer juntos y suspirar en esta habitación donde tantas veces me hacía reír y me robaba besos inesperados, que me dejaban con un extraño nudo en el estómago cuyo significado no lograba entender.
Ahora que no estaba, pude comprender el significado de esa sensación, simplemente me encantaba besarle.
Últimamente, había estado pasando mucho tiempo en mi cama leyendo los últimos mensajes que compartimos. En ellos, él me decía una y otra vez que me amaba y que yo era su todo. ¿Por qué estos mensajes ahora me parecían tan importantes? Siempre me hacía esa pregunta, pero me daba miedo contestarla. Era obvio que me sentía sola y que me sentía menos solitaria cuando leía sus mensajes o veía nuestras fotos.
Me avergonzaba admitir que miraba nuestras fotos para no sentir que lo perdí, e incluso mientras las veía, luchaba conmigo misma por no haber puesto una sonrisa en esas fotos e incluso, por no haber girado mi rostro para salir junto a él.
Era complicado aceptar que había cometido tantos errores y que ahora los estaba sufriendo de la peor forma posible.
Mientras observaba detenidamente el techo de mi habitación, dejé mi teléfono a un lado y me sorprendí al darme cuenta de lo mucho que anhelaba la compañía de Roger. Él solo se recostaba a mi lado, sin hacer nada más que mirarme mientras yo leía un libro. Aunque fingía no darme cuenta, sabía que él pasaba largos ratos observándome.
Estaba otra vez torturándome viendo nuestras fotos, cuando unos ruidos de la planta de abajo me hicieron fruncir el ceño. Sin duda, escuché un grito agudo de Paris y cuando ella tenía esos ataques, era señal de que algo malo estaba ocurriendo.
Cam estaba asomando la cabeza por la puerta de su habitación, claramente intrigado por lo que estaba sucediendo. Sin pensarlo dos veces, corrimos hacia las escaleras para encontrarnos con Paris, quien estaba teniendo una conversación intensa con mis padres.
Al ver los ojos enrojecidos de mi madre, mi corazón se apretó al verla tan destrozada. Y ni hablar de cómo mi padre intentaba tocarla, pero ella solo retrocedía como si aquel simple contacto fuera a quemarla.
—¡Responde, papá! —gritó mi hermana—. ¡¿Estás teniendo una aventura en el trabajo?!
Ante mi fuerte jadeo, los tres voltearon a verme, pero esos tres pares de ojos se quedaron clavados en la figura de mi hermano pequeño.
—Cam, ve a tu habitación.
Estaba muy lejos de seguir las órdenes de nuestro padre; al contrario, se mantuvo firme a mi lado.
—No, ¿qué está pasando? Mi papá… él…
Traté de calmarlo y prácticamente lo llevé arrastrado hasta su habitación, para luego volver a la sala y encontrarme con Paris aún más devastada que nuestra propia madre.
En esta casa, no era un secreto que la vida de Paris era mi padre.
—¿Es cierto? —Susurré, prácticamente muerta de miedo por escuchar la respuesta.
—Tienen que dejarme hablar con su madre.
—¡No quiero verte ni mucho menos hablar contigo! —gritó mi madre.
—¡Hay una explicación!
—Entonces es verdad… —mi hermana secó sus lágrimas rápidamente—. La voy a matar, ¿sabes? ¡Voy a matar a esa maldita zorra!
Fue tan veloz que no pude asimilar que París estaba siendo poseída por el mismísimo Satanás cuando empujó a mi padre, tomó las llaves de su auto y salió corriendo de la casa. Parpadeé comprendiendo lo que eso significaba, así que dejando a mis padres en total shock, logré subirme al auto antes de que mi hermana arrancará a toda velocidad.
Me agarré con todas mis fuerzas al asiento y, como nunca antes, le supliqué a Dios que llegáramos con vida a cualquier lugar que Paris tuviera en mente. Aunque no era tan ingenua como para no tener una idea de hacia dónde nos dirigíamos y qué planes tenía, porque si algo tenía claro era que cuando Paris amenazaba con acabar con alguien, lo decía en serio.
—¡Maldición, vamos a morir!
Si no fuera por el cinturón de seguridad y por la fuerza con la que me sujetaba al asiento, probablemente mi cabeza habría quedado pegada al parabrisas cuando Paris frenó frente a la empresa de papá.
Ella ni siquiera se molestó en cerrar la puerta al salir del coche y parece que ni siquiera se dio cuenta de que yo estaba allí, simplemente corrió hacia el edificio y ni siquiera esperó el ascensor, solo subió corriendo las escaleras y llegó al séptimo piso, donde estaba la oficina de papá.
Justo afuera de la oficina de nuestro padre, había un pequeño escritorio. Detrás de este, se encontraba una joven que ya había visto en un par de ocasiones. Su cabello negro y liso caía suelto, llegando hasta un poco más debajo de su estrecha cintura, la cual estaba cubierta por un ajustado blazer negro.