Todos los que me rodeaban no dejaban de repetirme que no podía seguir encerrada en mi habitación lamentándome por mi propia desgracia y, después de mucho llorar, me di cuenta de que tenían razón.
Una vez experimenté esta sensación de vacío y logré superarla. Ahora, también sabía que podía hacerlo porque aún conservaba la esperanza de que él pudiera regresar y de esa forma iba a poder expresarle todo lo que no pude decirle aquella tarde.
Su recuerdo estaba comiéndome viva, pero tenía que seguir adelante, pero entre tanta desesperación e insistencia por parte de París, acepté trabajar para Nora.
No fue una idea tan mala, ya que me divertía mucho con Nora, aunque era bastante difícil sacarle información de Roger. Lo que no era tan bueno de mi trabajo era que nunca imaginé que Gina todavía estuviera allí, aunque ella había hecho que mi existencia fuera insignificante y era mucho mejor así, porque la verdad es que ella no me agradaba a pesar de nunca haberme hecho nada.
De repente, mi celular comenzó a sonar con una llamada entrante de Henrik.
—¿Qué quieres? —contesté, poniendo el altavoz mientras terminaba de arreglarme el cabello.
—Si sigues respondiendo así a mis llamadas, perderás a la única persona dispuesta a reemplazar a Ro.
—No puedes sustituirlo.
—Obviamente no, porque no sería capaz de meter mi lengua hasta tú…
—Dime ya qué quieres, Henrik —interrumpí.
El sonido de su risa estruendosa llenó mi habitación.
—Solo quería saber si irías a trabajar.
—En unos minutos salgo para allá, ¿por?
—Porque hoy seré tu mejor cliente.
—Por favor, dime que no irás.
—¡Nos vemos esta noche!
Jadeé frustrada porque lo más seguro es que Henrik haría de mi noche aún peor que las miradas matadoras de Gina.
Al bajar las escaleras, mis padres, que estaban charlando, se quedaron en silencio y solo sonrieron al verme. Hace unos días, mi papá había vuelto a casa y, según había escuchado a escondidas, estaban comportándose como adolescentes enamorados, donde él aparentemente intentaría ganarse el perdón de mi madre, aunque asegurara que nunca había pasado nada con su secretaria.
Le creía, mi padre nunca nos mentiría.
Sintiéndome feliz por la pronta reconciliación de mis padres, llegué al bar encontrando a Nora y a Damian en una extraña situación. No entendía por qué si ellos tenían la posibilidad de estar juntos, ¿por qué no intentarlo? Estaban desperdiciando tiempo, cuando podrían estar juntos, queriéndose como claramente demostraban cuando se veían.
—¡Dani, cariño, has llegado!
Nora me abrazó ligeramente mientras que Damián me sonreía.
Él era tan atractivo y ni hablar de Nora.
Eran como esa pareja envidiable de la universidad que eran populares y hermosos y todos querían ser sus amigos. A pesar de lucir tan bien juntos, al mismo tiempo eran tan distintos y eso me parecía lo más encantador, porque mientras Nora hablaba sin cesar, Damián la observaba con adoración.
Me recordaban a Roger y a mí, solo que en este caso sería Roger quien nunca dejaría de hablar y hacerme sonreír.
—¡Oh, hay un nuevo uniforme! —dudé, no me agradaba en absoluto esa emoción que desbordaba—. ¡Todas las chicas lucirán tan hermosas con esto!
¡Y definitivamente tenía razones para preocuparme!
El jodido nuevo uniforme estaba compuesto por dos pedazos de tela negra que, según ella, eran una blusa y una falda. Y no me habría importado usarlo, si no fuera por Gina y su cuerpo perfecto luciendo el nuevo uniforme.
No me resultaba difícil aceptar que le quedaba genial, pero no podía evitar compararme con ella, sabiendo que estaba interesada en Roger.
¿Por qué me elegiría a mí en lugar de ella?
Apreté el uniforme entre mis dedos y me reprendí a mí misma, como si fuera Paris, porque se suponía que debía decirme lo que realmente merecía. Era hermosa a mi manera, simplemente… era difícil aceptarlo.
—Demonios, nena, estás que ardes.
Ignoré los miles de halagos por parte de Nora porque eran los mismos que le había dado al resto de las chicas. Incluso, había hecho usar a los chicos unos pantalones de cuero que marcaban sus genitales.
¡¿Qué demonios?!
A medida que avanzaba la noche y el club se iba llenando, mi única tarea era bajar mi falda para cubrir mi trasero, aunque era una tontería de mi parte, ya que segundos después la volvía a subir porque mi abdomen quedaba expuesto. Al final, mandé todo al demonio y dejé que se viera lo que tuviera que verse, solo le advertí a los que estaban alrededor que tenía un cuchillo entre mis tetas y no tendría miedo en utilizarlo.
Mientras mezclaba una bebida de espaldas a la barra, me sobresalté cuando sentí un leve toque en mi hombro. No tenía un cuchillo entre mis tetas, pero al menos no lo pensaría dos veces para golpear en la entrepierna al que se haya atrevido a entrar a la barra.