Las manecillas del reloj que colgaba de la pared no dejaba de martillar mí cerebro con cada segundo, cada minuto que pasaba, era casi una tortura, tenía la impresión que cada uno de ellos era un avance lento pero seguro hasta mí meta final, estar contigo. Ansiaba que pasaran más velozmente para que así el día en que al fin tu abrieras tus ojos llegara y al fin pudiésemos estar juntos. Esa idea hacía que mí corazón latiera desbocado en mí pecho, y miles de preguntas inundaban mí cabeza. Que te diría? Cómo me presentaría? Que pensarías de mí? Titubearia al decirte mí nombre o me mostraría seguro y no dudaría a la hora de pronunciarlo? Supongo que solo el tiempo le dará las respuestas a esas interrogantes, mientras tanto solo podía hacerle caricias al tiempo, esperando que así quizás él tuviese compasión de mí y pasara más rápido.