Tenia que decir que había algo mágico en verte dormir de aquella manera. Entendía que la vida aquí en España era agitada con tanta gente yendo y viniendo en las calles tan preocupadas en sus propios asuntos como para detenerse al pasar por el café en el que trabajabas y observarte aunque así fuese por un momento y admirar lo preciosa y única que eras. Tu solo estabas allí para pedir y llevar sus cafés a las mesas mientras escuchabas sus historias y de vez en cuando entablabas una conversación con ellos. Me gustaba imaginar que en tus días libres viajabas fuera de la ciudad y te instalabas en un lugar pacifico, como un campo calmo y despejado, más precisamente un campo repleto de lavandas a través del que corrías como la gracil criatura que eras. Llena de vida. Me gustaba imaginar eso antes de cerrar los ojos e imaginar que yo hacía lo mismo contigo, nuestras dedos entrelazadas, nuestras manos eran una sola así como nuestros corazones.