En Tus Manos

CAPÍTULO 9

 

 

—No, me niego a subirme en esa cosa.

—Vamos Neil, me lo prometiste.

—Pero no en una de esas.

Miré la bicicleta estacionada frente a nosotros y, a pesar de que no quería reírme, fue inevitable no hacerlo.

Durante estas semanas hemos hablado de todo un poco, desde las cosas más importantes para ambos hasta las cosas más estúpidas, como, por ejemplo, el hecho de que Neil no sabía andar en bicicleta. Y, por supuesto, como buena samaritana, me ofrecí a ayudarle y de esa manera ambos saldríamos ganando.

Él aprendería a andar en bicicleta y yo pasaría más tiempo a su lado.

—Dijiste que me dejarías enseñarte a montar en bicicleta.

—Sí, pero no una que tuviera rueditas para niños.

—Pero así es como se empieza.

La bici amarilla resplandecía frente a nosotros, esperando a que Neil se decidiera si quería montarla o no, pero soy Paris Kellman y si algo me caracterizaba era mi gran poder de persuasión.

—Lástima, porque por cada avance que lograras, habría un beso como recompensa.

Aquello llamó su atención y supongo que, de manera involuntaria, lamió su labio inferior imaginándose cómo se sentiría tener mis labios de nuevo sobre los suyos.

—Yo quiero besos como recompensa.

Lentamente, se acercó y rodeó mi cintura con sus brazos, envolviéndome con su agradable calor.

Dios, este hombre olía maravilloso.

¿Perfume u olor natural? Necesitaba saberlo, pero obviamente no era el momento de pensar en su aroma cuando era evidente que estaba ansioso por besarme. Parecería una completa mentirosa si dijera que no estaba igual de ansiosa que él por besarlo, pero tomando el control de mí misma, me acerqué a su boca y, a solo centímetros de distancia, desvié mis labios para volver a ver la pequeña bicicleta amarilla.

—Si quieres estos labios, Crossley... —señalé la bicicleta—, ya sabes lo que tienes que hacer.

Qué magnífico don tiene este chico para pasar de ser una tentación a ser un niño molesto.

—Todo lo que uno tiene que hacer por un simple beso.

Refunfuñando, se acercó a la bicicleta y yo, a cambio, me acerqué a él y golpeé su brazo, aparentando estar ofendida.

—No son simples besos, son mis besos. Besos por los que te mueres por tener.

—La absoluta verdad.

Esta situación está lejos de ser divertida para él, como lo es para mí. Aunque no puedo evitar sentirme excitada al ver sus brazos aferrados al manubrio de esa bicicleta, porque si hay algo que sé admirar en un hombre son unas manos grandes.

Y vaya que Neil tiene unas manos grandes.

Manos grandes con uñas bien cortadas y venas que se marcan con facilidad, incluso puedo verlas marcadas en sus brazos también. Estar absorta viendo la fuerza que ejerce en sus brazos me tiene un poco desconcertada, porque no puedo evitar pensar en cosas sucias que no deberían cruzar mi mente en medio de un parque lleno de niños.

—Me expones a la burla.

La voz divertida de Neil me sacó de mis pensamientos inapropiados para menores de 18 años.

—¡Tú puedes, Neil! —lo animé mientras daba pasos hacia atrás—. Ya sabes, si logras alcanzarme, tendrás mis labios como recompensa.

Aquello pareció recordarle por qué se estaba exponiendo a la burla, como él decía, porque en el momento en que terminó de escucharme, sus ojos marrones se centraron en el camino hacia mí y comenzó a pedalear con fuerza. Aunque sus ganas y esfuerzos fueron en vano, ya que lo único que logró fue un torpe zigzag.

Con mis manos cubrí mi boca para evitar que él se diera cuenta de que me estaba riendo.

—Por favor, no te rías. No puedo concentrarme —Le exigí que no se riera, aunque él también se estuviera riendo—. Paris, cariño, si sigues caminando, nunca podré alcanzarte y reclamar mi beso.

—Haz un esfuerzo y pedalea más rápido.

Así pasamos un buen rato, él poniendo todo su esfuerzo en mantener el equilibrio y yo riendo mientras lo veía acercarse a mí, hasta que me di cuenta de que el sudor empapaba su frente y su cabello se pegaba a ella.

Ya era suficiente.

Me miró cansado y jadeante cuando finalmente me alcanzó.

—¿Sabes qué? En este momento no quiero tus besos. Lo que quiero y necesito es una buena y muy fría cerveza.

—Te aseguro que mis besos son mejores.

—Demuéstralo.

Moví mi dedo índice en su dirección, con la clara intención de que viniera a reclamar su premio, y él, más obediente que Hudson, se acercó rápidamente envolviéndome de nuevo con su calor e increíble olor.

Sus labios buscaron los míos con desesperación y en cuanto se unieron, ese extraño sentimiento volvió a recorrer mi cuerpo, haciéndome suspirar y anhelar más de lo que Neil aún no me había dado.



#937 en Novela romántica
#26 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 11.04.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.