En Tus Sueños

VI. Celos

Lancé un gran bostezo al tiempo que despejaba el cabello de mi frente. Intentaba escribir en la computadora un reporte que debía entregar al día siguiente; sin embargo, el hecho de tener solamente una mano disponible me complicaba las cosas. Me sentía en verdad inútil.

—¿Cómo vas? —la voz de Clara llegó desde el otro extremo de la habitación.

—Terrible... creo que no voy a terminar.

—¿Quieres que te ayude?

—No —dije fastidiada—, tú tienes tus propios deberes.

—Hoy regresa mi padre —añadió la vocecilla cantarina—. Dijo que quería invitarnos a salir en la tarde.

—¿En verdad? —pregunté con desinterés.

—Sí. Creo que quiere llevarnos al cine, Clara —terció una voz masculina.

—¡Mario! —gritó Clara—. ¿Cuándo dejarás de meterte así a mi cuarto? ¿Qué tal si estamos haciendo cosas de mujeres?

—¿Mujeres? —preguntó él mientras giraba la cabeza de un lado a otro fingiendo buscar algo—. ¡Yo no veo ninguna mujer por aquí! —bromeó.

Me di la vuelta impulsando mi silla giratoria sólo para sacarle la lengua y hacerle una mueca grosera.

—¡Eres un maleducado! —remató Clara—. Por supuesto que somos mujeres, aunque tú todavía nos veas como niñas.

Mario soltó una carcajada.

—Pues el día en que las vea actuando como mujeres tocaré la puerta antes de entrar, niñas —enfatizó.

Clara, quien se encontraba sentada en su cama, sólo atinó a lanzar una almohada a la cara de su hermano.

—Annia, ¿te gustaría ir con nosotros? —preguntó Mario después de interceptar fácilmente la almohada.

—No, no creo —suspiré—. ¡Me falta muchísimo!

Y era verdad: no veía para cuándo podría terminar.

—Ya veo. ¿Necesitas ayuda?

—No, gracias, Mario. Me las arreglaré con esta única mano —segundos después me arrepentí. En realidad no me hubiera venido mal un poco de ayuda bien intencionada.

—Oye, Annia —dijo Clara empezando una nueva conversación—, sería bueno que alguna vez fuéramos todos al cine; quiero decir, tu mamá, mi papá y nosotros. Creo que sería divertido.

—Sí, creo que estaría bien. Ellos no han convivido mucho desde que... —frené mi lengua antes de terminar de decir lo que los tres ya sabíamos.

—Así es... —dijo Mario casi en un suspiro.

—¿Sabes qué sería muy loco, Annia? —Clara y sus ojos perspicaces rompieron el silencio que se hizo en la habitación.

—¿Qué cosa?

—¡Que nuestros padres terminaran casándose! —exclamó mi

amiga, divertida con su idea. Me reí. —¡Eso sí que sería grandioso! ¡Imagínate! ¡tú y yo seríamos hermanas!

—Y... y... ¡Mario también sería tu hermano! —Clara rió señalando con el dedo a Mario y luego a mí—. ¡Tremendo hermanito que tendrías!

Las dos empezamos a reír a carcajadas como tontas.

—¡Shhh!... —Mario puso los ojos en blanco. Al parecer no le divertía nada la broma que nos tenía a las dos botadas de la risa—. ¿Y así quieren que las vea como adultas? —farfulló mientras salía de la habitación.

Su reacción me provocó un nuevo acceso de risa. Casi estaba en el suelo, con los brazos cruzados sobre el estómago, que empezó a dolerme por el esfuerzo.

—¿Qué le pasa a tu hermano? —pregunté mientras me secaba las lágrimas.

—¡No sé! —Clara trataba de calmar su risa—. Ya ves que él es muy raro. Pero por lo menos logramos sacarlo de la habitación.

—¡Sí! ¡Funcionó muy bien lo que dijiste!

—Pues ése no era mi plan, ¡pero sirvió a la perfección!

Volvieron las carcajadas.

—Oye, Annia —dijo Clara cuando por fin se agotaron sus ganas de reír—. Mañana volverás a la escuela... ¿Estás emocionada?

—¡Sí! ¡Mucho! ¡Ya quiero ver a todos! Incluso al asqueroso del profesor Sinclair. ¡Hasta a él lo he extrañado!

—¿Extrañar al profe que no se baña? ¡Pues sí que te ha afectado el aislamiento!

—Bueno, gracias a ustedes no he estado tan sola. Han sido muy amables. tú y Mario, sobre todo, que han estado conmigo en todo momento.

—Ya sabes que somos como tus hermanos y te queremos —aclaró tiernamente mi amiga.

—Lo sé, y yo también los quiero mucho... —lo dije de todo corazón.

—¿Quién más aparte de nosotros te ha ido a visitar? —preguntó Clara con cierto desinterés, aunque volviendo a su lectura.

—Pues... Rose, Mildred, Irving, las chicas de la clase de inglés... Aaron... —añadí con reticencia.

—¿Cuándo fue Aaron a visitarte? —ella alzó la vista, perdiendo abruptamente el interés del libro—. No me lo comentó.

—Pues... sólo ha estado en mi casa tres veces —aseguré un poco inquieta.

—¿En verdad? ¿Y por qué no me lo habías dicho?

—No lo sé, creo que se me pasó.

—Ah... —me miró con suspicacia— ¿Y qué te dijo Aaron al verte mejor? —quiso indagar para tener un panorama más amplio de sus visitas a mi casa.

—Pues se puso muy alegre —sonreí—. Es muy lindo y divertido... —dije eso sin pensar, y me arrepentí. Es que no podía olvidar los momentos gratos que habíamos pasado juntos.

—¿Divertido? —reclamó Clara, lanzándome una mirada rabiosa—. Pues yo creí que habías dicho que era un patán y un tonto —recalcó—. ¿Cómo es que ahora dices que es lindo y divertido?

—Pues... quiero decir... —musité mientras ordenaba mis pensamientos y, sobre todo, lo que iba a decir— ...no lo había tratado, pero me he dado cuenta de que es agradable. Eso es todo —concluí, en espera de que mi amiga dejara el tema por la paz.

—Sí... —confirmó ella sin ganas, y regresó a su lectura— ...él es agradable.

Al día siguiente volví a la universidad. Para mi sorpresa, mis compañeros de clase y la gente que conocía me dieron una calurosa bienvenida. De pronto todos estaban muy interesados en mi historia y en mi salud, así que me hacían las mismas preguntas una y otra vez. Al final del día ya estaba cansada de repetir lo mismo. Se me ocurrió que tal vez debería colocarme un letrero que dijera "Sobreviví. No sé cómo, pero estoy bien, con cuarenta moretones y una muñeca rota". Sin embargo, pensé que sería demasiado grosero. Esperaba pronto dejar de ser el centro de atención y regresar a mi acogedor mundo del anonimato.




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