En Tus Sueños

IX. De pesca

Aarón me llamó por teléfono un sábado por la tarde. Quería invitarme a jugar bolos con sus amigos Rubén y Thomas. Me quedé sosteniendo el auricular sin saber qué contestar. Últimamente estaba teniendo problemas con Clara debido a su amistad con él. Mi amiga siempre se aparecía cuando Aarón y yo sosteníamos una conversación. Él, siempre cortés, la incluía en nuestras pláticas. Sin embargo, Clara dejaba entrever su enojo hacia mí. Lo menos que quería hacer era enredarme en un problema de chicos con ella, así que decliné la invitación.

Al otro lado del teléfono, él pareció adivinar mis pensamientos; entonces, me animó diciéndome que invitara a Clara a jugar con nosotros. Accedí.

—¿Podrías llamarla tú? —le pregunté.

—Sí, claro, yo la llamo. ¿Quieres que pase a recogerte?

—¿Podrías pasar por Clara primero? Ambos pueden recogerme después —finalicé.

Aarón conocía a la perfección el terreno deliciosamente peligroso en el que estaba a punto de meterse. Sí, no era un chico tonto y sabía bien lo que hacía. No hay nada más emocionante que dos chicas estén enamoradas del mismo hombre, y más aún cuando existe una amistad estrecha entre ellas.

Yo no sabía si él me gustaba. Procuraba mantenerme neutral en todas mis reacciones y no demostrar ni un poco de interés.

Con Aarón había que irse con cuidado. Su reputación no era buena. Había roto demasiados corazones, jugado con muchas chicas, y yo no quería ser la siguiente. Él le gustaba a todas, pero yo no era como las demás.

El boliche estuvo regular. No me divertí ni un poco. Conocía perfectamente a mi amiga. podía sentir el peso de su mirada cada vez que Aaron se acercaba a mí y me tomaba la mano con el pretexto de enseñarme a tomar la bola correctamente. El suave contacto con la piel de Aaron me hacía sentir nerviosa, y cada vez que el joven se ponía detrás de mí me costaba trabajo no sonrojarme. Detestaba sentirme así. Me tomaba por los hombros indicándome cómo debía girar el cuerpo para tumbar la mayoría de los bolos. Supuse que era una de sus tantas técnicas para acercarse a una chica y establecer los primeros contactos físicos. Nadie podía invadir mi espacio personal. Mi nerviosismo e incomodidad se vieron reflejados cuando mi equipo comenzó a perder. Hacían mofa de mí cada vez lanzaba la bola. Para diversión de los demás y vergüenza mía, terminaba yéndose por el canal (a pesar de sus pequeñas dimensiones). Era lo menos. Sufría más por mi muñeca rota y por el acercamiento constante de Aarón.

No me creía capaz de aguantar por mucho tiempo esa situación. Si no fuera tan celosa ni me mirara de es modo. Después de todo, Aarón no le pertenecía, no eran más que amigos. Además, yo no estaba interesada en él.

Pero él sí. Buscaba pretextos para correr su brazo alrededor de mi espalda. Eso me puso de un muy mal humor. Me retiraba de su lado no sólo por Clara sino porque no estaba acostumbrada a que un hombre me tratara así. No era que me disgustara del todo, pero sólo mi padre, Clara y Mario podían entrar en ese recinto sagrado que era mis espacio. Con nadie más tenía ese grado de confianza.

Cuando mi poca destreza como jugador de boliche ya no causó tanta gracia, nos retiramos a cenar.

—¡Hey, Clara! —dijo Aarón mientras le ponía pimienta a su rebanada de pizza—. Los chicos y yo estamos pensando en ir a pescar el próximo fin de semana. ¿Qué dices? ¿te gustaría ir con nosotros?

—¡Absolutamente! —respondió emocionada.

Entonces Aaron se giró hacia mí:

—Tú nos acompañarás también, ¿no es así?

Aquel muchacho era bastante listo. Sabía perfectamente que una de las condiciones para que yo lo acompañara era que Clara también estuviera incluida en la invitación.

Me negué rápidamente. Argumenté que estaría ocupada ese día.

Ante el evidente desánimo de Aaron, para mi sorpresa, Clara intervino:

—No creo que hagas nada ese día Annia; me conozco de principio a fin toda tu agenda del mes.

No tuve más remedio que aceptar.

—¡Perfecto! ¡La pasaremos a lo grande! —añadió Aarón levantándose para ir a la barra por más condimentos.

—Annia —mi amiga me miró por el rabillo del ojo mientras le daba un sorbo a su limonada—, ¿Por qué no querías ir? Sé perfectamente que no tienes nada que hacer ese día.

—Yo...

—Yo quisiera que fueras —me interrumpió esbozando una de sus mejores y más brillantes sonrisas.

Una vez más, no comprendí el comportamiento de Clara.

El sábado, a muy temprana hora, partimos hacia el lago. Mi madre no tuvo ningún inconveniente en dejarme ir, y el padre de Clara dio su consentimiento siempre y cuando Mario fuera con nosotras, como de costumbre. Las protestas de Clara no servirían de nada.

Mario, que ya estaba acostumbrado a este tipo de peticiones por parte de su padre, sin remedio se echó un libro a la mochila, un discman, sus anteojos para leer y unos cuantos emparedados. Sería un largo día para él. Soportar estoicamente todo el camino en el asiento trasero de un Volkswagen, pero nada peor que aguantar nuestras pláticas sin sentido. Para molestarlo aún más decidimos sentarnos a su lado, y al hablar hacíamos aspavientos y gritábamos mucho tan sólo para reírnos de su cara y sus expresiones de fastidio. Adelante iban Aarón y su amigo Rubén, el dueño del automóvil.

—Si hacía falta un coche... —masculló Mario— ...pudimoshaber utilizado el mío...

—No te preocupes, amigo —dijo Aarón—. ¡Mira qué bien nos las ingeniamos con éste!

No era así. El pequeño automóvil no tenía aire acondicionado, y ese día hacia bastante calor. Para colmo, en el estéreo se oía un rock que taladraba nuestros oídos, las maletas estaban apelmazadas detrás de los asientos, cubriendo completamente el cristal trasero, y cada vez que Rubén frenaba, nos golpeaban la cabeza. Clara y yo lo encontrábamos tan divertido que reíamos como tontas.

—¿Qué modelo es, Rubén? —preguntó Mario saliendo de su mutismo. Parecía que por fin quería iniciar una conversación.




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