1976. Vermont.
El verano terminó, pero las visitas de Marcos a la casa Riveira continuaron como de costumbre.
—¡No me gusta el otoño! ¡Es tan triste! —suspiró Irenne.
Marcos volteó a ver a la jovencita que se encontraba adorablemente sentada a un lado de la ventana, contemplando con melancolía el vasto jardín ocre. A principios de octubre los árboles mudaban de hojas y su habitual verdor empezaba a ser remplazado por matices rojizos, amarillos y marrones.
—El otoño también es lindo, Irenne. Además, hemos gozado de un fabuloso verano. Como nunca antes había sucedido.
Y era verdad. Durante casi tres meses de intenso calor, Marcos, Isabel e Irenne disfrutaron de un verano inolvidable. Habían ido a nadar a varios lagos, paseado en bicicleta, tenido picnics y caminatas por los intrincados bosques. Pero todo eso ya había quedado atrás. Isabel se marchó a la universidad a finales de septiembre, e Irenne ya se encontraba estudiando en la academia de secretariado.
—Pero luce tan melancólico. Ya no hay más flores. Mi caminata diaria hacia la academia es triste y sin color; luego vendrá el invierno con las nevadas y los fríos insoportables.
—Recuerda que hay cosas lindas, Irenne —Marcos trataba de animarla, y ella sólo recogía las piernas blancas en el bonito taburete donde estaba sentada—. Piensa en la navidad, por ejemplo. ¡Está a la vuelta de la esquina! Vamos, dime, ¿por qué estás tan deprimida? No es usual en ti ese comportamiento.
—Será que extraño a Isabel. Hace quince días que se fue. Dijo que intentaría venir al menos un fin de semana por mes, pero ya pasaron dos semanas y no se ha aparecido por aquí. Y mis clases son tan cortas que después del medio día me quedo sin saber qué hacer. Un poco resentido tras escuchar que tal vez su compañía le parecía un tanto aburrida, el joven sólo atinó a decir:
—¿Puedo hacer algo para aminorar tu aburrimiento y tristeza?
Ella se rió.
—¡No quería ofenderte, Marcos! No me refería a esta tarde, sino a todas las demás en las que tú no puedes acompañarme. Hoy es domingo y me siento agradecida de que estés aquí. Sin embargo —dijo ella desviando su mirada hacia el techo, como queriendo encontrar una respuesta—, no se me ocurre qué hacer el resto de la semana.
—¡Yo trataré de hacer tus tardes menos aburridas, Irenne! Eso te lo puedo garantizar, siempre y cuando no esté trabajando. Puedo venir a recogerte para dar un paseo por la ciudad. tal vez los viernes incluso podamos ir a bailar.
—¿En verdad, Marcos? —Irenne volvió la mirada hacia él—. ¡Me encantaría ir a bailar! Ya tengo dieciocho años y creo que es hora de que empiece a frecuentar bailes y fiestas. ¡Adoro bailar!
—Quizás este viernes podamos ir. ¿Qué te parece? Le pediré permiso a tus padres.
—¡Sí, Marcos! ¡Gracias! Estoy segura de que Luis no tendrá ningún inconveniente.
El viernes de esa misma semana, tal y como lo había prometido, Marcos llegó por la noche a la casa Riveira para llevar a Irenne a bailar a una discoteca de moda. tras el permiso de Luis, los jóvenes se dispusieron a partir. Estaban felices, pero aquél se encargó de opacar su alegría:
—Tal vez la siguiente ocasión puedan invitar a Isabel. Wellesley está a poco más de tres horas. Podrían pasar a recogerla, ya que tú tienes automóvil, Marcos, e ir a una discoteca que quede cerca de ahí.
—Tienes razón, Luis —dijo Irenne, avergonzada—. Estaba tan feliz con la idea de ir a bailar por primera vez que no pensé en eso. Pero ahora mismo podemos ir allá y decirle que nos acompañe.
—Es ya muy tarde para eso. Además, para bailar se necesita una pareja, y ustedes serían solamente tres. ¿O es que piensas que las dos pueden bailar con Marcos al mismo tiempo? Marcos se quedó pensativo por un momento.
—¡Luis, no hay problema por eso! ¡Yo soy un buen bailarín! Seguramente pasaremos una velada alegre. Si ellas quieren, yo puedo ser su acompañante y su pareja de baile.
—¡Eres muy osado Marcos, y muy listo además! —rió Luis con sorna—. Serás la envidia de todos teniendo a dos hermosas mujeres a tu lado. ¡Vaya que eres audaz! —soltó una fuerte carcajada que hizo al joven sentirse apenado.
—¡Oh, Luis! —dijo Irenne, muy divertida con la situación—. Los tiempos no son como antes. No se necesita una pareja para bailar. Entre mujeres podemos bailar también. ¡Y solas! No necesitamos a un hombre. ¿Qué no has visto los videos que salen en la televisión, o las películas de moda? De verdad, Luis, ¡tú todavía vives en los tiempos de la Inquisición!
—Entonces vayan Isabel y tú nada más —bromeó Luis mientras encendía su puro—. ¿Para qué necesitan a Marcos? —¡Ya, Luis! —reclamó Irenne —¿Nos vas a dejar ir por Isabel o no? ¡todavía es temprano! —¿Y qué van a hacer? ¿Sorprenderla así nada más? Aunque sea llámale por teléfono antes de llegar. Isabel se quedó muy sorprendida cuando escuchó al otro lado del auricular una apresurada vocecilla:
—¡Alístate! ¡Ponte guapa! Marcos y yo vamos a ir a recogerte.
Colgó sin dar oportunidad a que Isabel contestara.
—¡Listo! —dijo Irenne muy formal y cogió del brazo a Marcos.
Los jóvenes salieron. Reían y jugueteaban. Luis los siguió con la mirada. Por primera vez en su vida, no sintió felicidad al ver las graciosas maneras de actuar de su querida Irenne.
—¡Parece que las cosas no van como quisieras! —dijo Estela, quien se encontraba apoyada en el barandal al pie de la escalera. Él no contestó.
Esas palabras se quedarían grabadas durante mucho tiempo en su memoria. "Tienen que ir a mi manera, y voy a hacer todo lo posible para que así sea".
Finalmente llegaron a la residencia de Isabel. Marcos esperó en su coche hasta que las chicas regresaran. Irenne corrió precipitadamente por jardines y dormitorios hasta dar con el de su hermana. Tocó la puerta desesperadamente. Isabel todavía estaba arropada en sus pijamas.
—¡Shh! ¡Shh! No hagas tanto ruido, Irenne —susurró—. ¿Estás loca o qué? Es casi media noche. Ni siquiera he tomado un baño.