1976. Vermont.
El cumpleaños de Isabel se aproximaba. Irenne había intentado contestar su carta, pero todos sus esfuerzos se habían convertido en bolas de papel acumuladas en el cesto de basura. Como cualquier poeta al que no le gusta su obra porque carece de inspiración.
Marcos llegó esa tarde a casa de los Riveira. Luis lo recibió con desgano. El joven percibió que su visita ya no era grata como en otras ocasiones. Charló un poco con él y en seguida pidió permiso para llevar a Irenne al cine. Estela asintió complacida. Su esposo no tuvo más remedio que llamar a su hija.
Con la alegría de siempre, Irenne salió de su cuarto poniéndose descuidadamente un abrigo con figuras simétricas de cuadros y rectángulos blancos y negros; llevaba puestas unas botas negras de piel que le subían casi hasta las rodillas.
—Tienen que volver temprano —aclaró Luis mientras escudriñaba a la pareja. La seriedad de su rostro los tomó por sorpresa—. Recuerda que mañana tienes que ir a la academia y en la tarde te presentarás con Simón Swanson. Ya te asignaron un lugar especial. Hubieras hecho la invitación en viernes, Marcos —reprendió al joven fríamente—. Tú también trabajas mañana.
—¡No te preocupes, Luis! Estaré más fresca que una lechuga el día de mañana. ¡No haré ningún papelón y seré muy eficiente! —prometió Irenne, esperando que el humor de Luis cambiara, pero éste sólo se limitó a darles la espalda para ponerse al lado de Estela.
Sin nada más qué decir, los jóvenes salieron aún sintiéndose contrariados y confusos por la actitud de Luis. En los últimos tiempos, los altercados entre Luis y Marcos eran frecuentes. Discutía con él por cosas sin importancia. En temas en los que anteriormente sus opiniones concordaban, simplemente Luis le llevaba la contraria sin más. Marcos intentaba conservar su ecuanimidad y no verse inmiscuido en un problema con su superior. Después de todo, él había sido amable y lo había hecho sentir como parte de su familia. Sin embargo, entre más frecuentaba a Irenne, parecía irritarse más.
—¡Cualquiera diría que estás celoso! —se burló Estela mientras se abrochaba su camisón de lana y le dirigía a su esposo una sonrisa con sorna—. ¿Tan mal te cae Marcos? ¿Qué te ha hecho ahora para que lo hayas bajado del pedestal donde lo tenías?
—Yo no lo tenía en ningún pedestal. Es sólo que pienso que es un joven imprudente. Supuse que era más centrado, pero parece que olvida lo que son los modales. ¡Venir por Irenne a las nueve de la noche! ¿te parece eso correcto?
—Si no te parecía correcto no debiste dejarla salir.
—Lo hago porque Irenne le tiene aprecio, y aunque sea así, aún confío en él.
—Dime la verdad, cariño —dijo ella mientras sacaba del gran armario el traje de vestir que Luis usaría al día siguiente—. ¿Es porque Marcos no muestra interés por Isabel?
—También es eso... —reconoció Luis—. No sé porqué se ha interesado en Irenne y no en Isabel. Yo sé que mi hija está enamorada de él, y cuando regrese a casa se va a enfrentar con que su hermanastra es la persona a quien eligió Marcos.
—Pero tú no puedes hacer nada, Luis. ¿Por qué no vives tu vida y dejas a los jóvenes vivir la suya? Después de todo, uno no decide de quien enamorarse. ¿O sí?
—No. Uno nunca lo decide... —rumió mientras cerraba los ojos intentando dormir.
Esa noche, más tarde, Marcos e Irenne paseaban por los jardines de la mansión. Aunque en el cielo se veían unas pocas estrellas, la luna brillaba tiñendo los árboles con una luz plateada.
—Ya es tarde, Marcos. Casi media noche, y hace frío. Es mejor que me retire; si no, Luis se enojará conmigo.
Irenne caminó de puntitas sobre la fuente.
—Yo quisiera decirte algo antes de que te vayas —Marcos trataba de seguir el paso de la joven.
—Me lo dirás después. Cuando Isabel llegue.
—Es algo que sólo tengo que decirte a ti.
—En realidad, me tengo que ir —repitió ella, pegando un salto—. Lo digo en serio, Marcos. Luis va a castigarme si no regreso pronto.
—¿Es que él te castiga todo el tiempo, Irenne?
—Sólo cuando lo merezco. Supongo.
—Irenne, por favor —Marcos decidió no hacer ninguna pausa—, tal vez pienses que lo que te voy a decir es indebido o incluso morboso, pero... —pero se detuvo al observar los asombrados ojos de Irenne— ...¿te has dado cuenta que tu protector no te ve como a una hija?
—¿Cómo puedes decir eso, Marcos? ¡Por Dios! ¡No puedo creerlo! —retrocedió—. Él es como el padre al que nunca conocí. ¡Me dobla la edad! ¿Cómo puedes pensar así?
— Irenne. No te lo digo sólo porque se me ocurrió. Yo soy hombre, pienso como hombre y sé lo que somos capaces de querer o desear. Cuando te mira, él no lo hace de la misma manera como mira a Isabel. Estoy seguro de que tú también lo has notado. Aunque quizá te has hecho de la vista gorda.
—¡Eso no es verdad! ¡Eso lo dices porque tienes telarañas en la cabeza! Marcos lamentó haber iniciado esa conversación; sin embargo, ya no podía parar. Aunque no estaba seguro de qué rumbo tomaría o de sus posibles consecuencias.
—Irenne, escúchame. No lo digo sólo por decirlo. Lo he observado todo este tiempo. ¿Por qué crees que se pone tan extraño cuando vengo a recogerte? No aprueba, no le gusta verme contigo, y no disfraza sus sentimientos. tiene celos de mí. ¿Qué otra cosa puede ser?
—Puede que esté celoso, pero solamente porque quiere lo mejor para mí —lo defendió ella—, y porque eres el primer chico con el que salgo. Sólo por eso. Como cualquier padre, es protector con su hija —dijo esto último con un tono de seguridad que ni ella misma creyó. Mas en el fondo, tal vez muy en el fondo, ella sabía que su relación con Luis no era exactamente la de padre e hija.
—No, Irenne. He visto cómo te mira. Ese hombre te ama. Puede que te doble la edad, pero eso no es un impedimento para personas como él. Además... —agregó suavizando la voz—, tú eres tan hermosa... ¡Oh, Dios! —suspiró mientras acariciaba sus mejillas—. Eres tan hermosa, tan dulce que no puedo culparlo de que también esté enamorado de ti.