Era una hermosa tarde cuando Ikal tomó la llamada donde le comunicaron la fatal noticia. ¿Cómo podía tener Alzheimer? Era tan joven. Todos su sueños, al igual que sus recuerdos se desmoronaban como una fotografía difuminándose con el agua.
Paso varios días tratando de asimilar la noticia y como su vida iba a cambiar. Pensaba en sus amigos y todos esos grandes y hermosos recuerdos que sabía que desaparecerían. Así que una tarde, sin decirle a nadie, tomos sus cosas y escapó sin mirar atrás.
Se fue a un pueblo, pequeño y tranquilo, perfecto para esconderse y olvidarse de todo. Ikal encontró un pequeño apartamento y no tardó en establecer una rutina: todas las tardes cuando el sol empezaba a ocultarse y el cielo se tornaba cálido, pero el aire más fresco iba a la misma cafetería para hacer la misma orden. Cada tarde, se sentaba en la misma mesa, cerca de la ventana, viendo como el sol se escondía detrás de las montañas.
Pero un día, algo diferente paso. En la misma mesa en la que Ikal siempre se sentaba, estaba un chico de su edad con un girasol en la mano, mirando por la ventana hacia las mismas montañas que Ikal gustaba de ver. La paz y alegría que emanaba era hermosa, contrastando con la tristeza y miedo que Ikal estaba sintiendo. El chico giro su mirada. Se vieron solo unos pocos segundos, pero Ikal sintió con esa pequeña mirada que quería saber más de él.
Al día siguiente, y al siguiente, Ikal regreso a la cafetería, esperando con ansias ver al chico del girasol ahí sentado. Entonces, después de varios días, Ikal se armó de valentía y escribió su nombre y número de teléfono en un pedazo de papel y sin titubear, Ikal se acercó.
—Hola —dijo Ikal, intentando ocultar su nerviosismo—. Esto es para ti.
El chico levantó la cabeza, sorprendido, y tomó el papel. Ikal se fue del lugar rápidamente y camino hacia su apartamento con el corazón latiendo con fuerza. Ikal esperaba impaciente su llamada. Cuando el celular sonó, no dudó en contestar.
—¿Hola? —hablo Ikal.
—Hola, ¿Ikal? —respondió la voz del chico.
—Sí, soy yo. ¿Cuál es tu nombre?
—Yunuen.
—Qué lindo nombre.
—Nadie me había dicho eso.
—Pues la gente no sabe lo que es bueno. Te di mi número porque te me hiciste muy lindo y quería preguntarte si te parecía que nos viéramos.
Hubo un silencio al otro lado de la llamada.
—Está bien. Dime cuando.
—¿Qué te parece, pasado mañana? En el campo de girasoles que está antes de salir de la ciudad.
—Me parece bien.
—Entonces, nos vemos ahí.
—Okay, Yunuen.
—Okay, Ikal.