En aquella casa de mis sueños, una casa muy distante en el pasado y en los recuerdos que guardo de un lugar congelado por el tiempo, todo es exactamente igual a como solía ser. Aquel fue mi hogar pero ya no está, solo existe cuando duermo y sueño con él. Ecos de una niña quedan allí... Una pequeña que lloraba en silencio escondida en los rincones de aquel enorme sitio, claro que desde la perspectiva de una niña se veía de esas forma. Desde muy pequeña se sintió a salvo entre esas paredes que ocultaban su profunda tristeza. Era su mundo y el patio su parque de diversiones personal, aunque tenía hermanas fueron mayores los momentos que pasaba sola con sus pensamientos, con un libro o con juegos imaginarios.
Al regresar allí me gusta recorrer cada secreto recoveco que me consoló en silencio. Hoy por la tarde estaba en esa casa, fue allí donde la encontré, escondida en un rincón. Estaba sentada en el piso con las piernas dobladas a la altura del pecho. En una esquina de la cocina había un pequeño hueco que formaba la heladera puesta en una pared y en el otro ángulo un viejo aparador.
Su cabello le cubría el rostro, al acercarme extiendo mi mano para correr las finas y suaves hebras castañas oscuras de su carita. Me sorprendo al ver su cara ya que estoy viendo mis propias facciones. Me reconozco en ella como si de un espejo se tratase, excepto que es un poco más joven. Unos diez años diría, es una niña todavía. Aquella que fui a los 15 años. Es como un fantasma atrapada en esa vieja casa.
Me quedo observándola con atención, su mirada está puesta en la nada, sus ojos no brillan. Están como apagados. Está ausente, realmente no está conmigo. Parece una muñeca, vacía por dentro. Intento agarrar sus manos para ayudarla a levantarse, no parece darse cuenta de mi presencia u oírme siquiera. Doy un tirón tomándola de sus muñecas haciendo que caiga sobre mi torso. Cómo puedo la llevo hacía una silla.
Pienso en lo solidaria que se debe de sentir en aquel lugar vacío. Y lo entiendo, ella soy yo y así me he sentido durante mucho tiempo. Supongo que a esta versión de mi se le apagaron sus sentimientos y todo lo que la hacía ser yo. Era incapaz de estar bien o ser feliz. Solía usar una máscara para ocultar que desde que tenía memoria o uso de razón nunca he estado bien, siempre estuve triste. En silencio mi mente me repetía mentiras que no quería creer pero aún así dolían. No era cierto todo eso, solía hacerme mucho daño a mi misma torturándome con un sin fin de palabras negativas, ya sea consciente o inconsciente. Ellos no sé daban cuenta, me decían que no tenía sentimientos porque era una persona que se comportaba más fría... Diciendo que nadie me importaba.
Dejando mis pensamientos de lado, busco un peine y comienzo a peinar su cabello como si fuese mi pequeña hija. Me encanta hacer esta simple acción, me encanta su pelo... Mí cabello. Es muy bonito y largo. Desde siempre me ha gustado peinarlo y odiaba que no quede como quería. Después de desenredarlo decido hacerle una de esas altas coletas. Aliso bien antes de ponerle una colita y seguir peinando sus hebras muy bien.
Ese día decido que cuidaré de ella, que cuando vuelva y la vea siempre estaré a su lado, tratando de hacer que sea esa niña alegre y soñadora que sé que es. Ver su sonrisa y ese especial brillo en sus ojos... Tan llena de vida son lo más hermoso que tiene su persona. Quiero que sea feliz y que su gran corazón vuelva a llenarse de amor. Ese que reparte cariño a las personas que quiere y le importan de verdad. Porque no se merece que la traten mal ni que le hagan daño... Todo lo que siempre ha querido ella es ayudar a los demás aunque no me sienta bien...