Érase una vez una pluma que vivía en la ostentosa ciudad de las plumas en una enorme y lujosa casa con sus padres.
A pesar de esto, no era muy feliz porque todos en la ciudad la rechazaban por su aspecto grisáceo y diferente a los vivos colores que lucían otras plumas. Sus padres, con la intención de hacer feliz a su hija, decidieron cambiarle el color a su estandarte para que fuera aceptada.
Después de este doloroso proceso, la pluma quedó exhausta y adolorida. No quería caminar, comer, dormir y mucho menos seguir viviendo entre la falsedad.
-Oh, querida pluma –dijo su madre- ¿en serio quieres volver a ser como antes? ¿La misma pluma grisácea despreciada al unísono por cuanto ser habido y por haber?
-Sí, madre. Prefiero ser despreciada y maltratada a olvidar quién soy en realidad.
Sus padres cedieron y le devolvieron su color original. Pero tiempo después de que las burlas volvieron, decidieron que iban a disfrazar a la pluma de bota bucanera y que la iban a llevar de intercambio al país de las botas.
Una vez más, la pluma se sentía mal al ocultar su verdadera identidad.
En el país de las botas le fue peor de lo que esperaba: su disfraz le hacía sudar como cascada y el peso del mismo estaba rompiendo su raquis tan delicado.
Sus padres decidieron traerla de vuelta del sufrimiento y decidieron tomar nuevas medidas. Pero hubo un momento en el que simplemente el desespero sumió a la inteligencia.
Los padres de la pluma le llevaron a cuanto intercambio pudieron, le disfrazaron hasta de cuaderno.
Claro está, ignoraban el daño que le hacían a la pobre.
Poco tiempo después la pluma vivía sola e infeliz, y se notaba en su pálida "anatomía" y su estandarte que solo lástima daba.
La pluma, ya aburrida de su mísera vida, trepó a lo alto de la gran montaña de su pueblo y se tiró.
Sentía como el viento jugaba con sus barbas plumosas y le hacía cosquillas a su cálamo. Luego se deshizo entre risas mientras sus raquis despedían a su vexilo y volaba –toda- en pequeños pedazos.
Normal, el viento que soplaba en la ciudad no se podía comparar, al igual que la forma de ser de la bella pluma.
Y así fue como una pluma logró morir feliz en un mundo de ficción.