En una escalera vieja

Uno

Subí emocionada la escalera pensando en lo viejo que es este edificio, y en por qué Fran se vino a meter acá, en el quinto infierno. La peor parte eran las frías y oscuras escaleras. Mis pasos formaban un eco extraño, pero igual seguí. Estaba feliz de darle la sorpresa luego de ver su tierna carita de decepción cuando le dije que hoy trabajaría horas extras. «Pero Violetta, es viernes» dijo.

Por eso decidí delegar mis horas extras y venir hasta acá, al otro lado de la ciudad.

 

Tercer piso al fin, pensé, a la derecha quedaba el apartamento treinta y nueve, el de Fran. Tomé el pasillo con rapidez y abrí la puerta como lo hacía siempre y mis ilusiones cayeron al piso al escuchar los sonidos que venían de la habitación. Ilusa aún, pensé que le habría prestado su departamento a algún amigo y me acerqué a la habitación. No había más dudas, afuera de ella estaba la ropa tirada: la femenina que desconocía y la que le había quitado a él tantas veces. Sus zapatos viejos, los favoritos. El celular salía del bolsillo. Todo regado sin el mínimo cuidado.

Me acerqué a la puerta entreabierta, no era la duda la que me obligó a hacerlo, fue algo más fuerte que yo; tenía que verlo con mis propios ojos estaba ahí, él, que hace un minuto aún creía mío; dejándose cabalgar por una falsa amazona de rubio cabello. 

 

Gemían. 

 

Tuve que salir de ahí. Lo hice rápido y en silencio.

Ya en el segundo piso, en el último peldaño de la escalera, me desplomé y solté el grito que llevaba ahogándose varios minutos dentro de mí. Lloré mucho, lo maldecí. Esperaba el valor para volver ahí, pero este nunca llegó...

 

No entiendo por qué me tocó hacer equipo con Paco, no se esfuerza demasiado y encima tener que traer los documentos hasta acá, en el quinto infierno vive este hombre y encima yo esperando la llamada de Priscila.

Bueno ya está, subo rápido y me voy, pensé ya en el último tramo de esa escalera que parece escenario de película de terror.

Si que se ven horribles, ¿será seguro aquí?, me pregunté en silencio casi expulsando el último aliento, aparte de feas es un esfuerzo importante para un roble como yo.

Lo que me faltaba, una mujer llorando, pensé y procuraré no hacer ruido y me alejare despacio.

 

—Malditos hombres, todos son iguales —dijo justo cuando iba pasando.

—Oye, oye un momento —respondí sin pensar—. No hables así, al menos cuando vaya pasando.

—Te lo digo a ti, directamente.

—¿Yo que te hice?

—Ves que estoy mal y no haces nada. A ustedes todo les importa un carajo.

—Está bien, está bien. Tienes razón. Yo debí hacer algo, pero es que con ustedes ya no se sabe.

—Ten, toma un pañuelo, con permiso.

—¿Eso es todo?

—Bueno, dime qué puedo hacer por ti, espera suena mi teléfono.

—Hola. Sí mi amor, en media hora estoy de regreso. Nos vemos ahí. Te amo.

—Tengo que subir a dejar esto, disculpa.

—¿Cómo te llamas?

—Fernando.

—¿Tienes un cigarrillo?

—No fumo. Disculpa.

 

Alguien baja corriendo las escaleras, quizá pueda darle un cigarrillo y me la quité de encima, pensé. No suelo ser tan egoísta, pero no puedo ayudarla y luego está prisa. La dejé unos seis escalones atrás y veo de frente a Priscila, quedé impactado de que anduviera sola por este barrio.

 

—Hola, ¿qué haces aquí? —dije llevando la mano derecha a su brazo en un reflejo para saber si estaba bien.

—Fernando, yo. Aquí vive una amiga de la universidad y estudiamos un rato.

—Bueno, subo a dejar unos papeles y regreso rápido —dije mientras ya me había alejado un par de peldaños.

—Está bien, te espero aquí.

 

Subí lo más rápido que pude, localicé la puerta treinta y nueve y dejé los papeles bajo la puerta. En el auto le enviaría un mensaje, pensé, le diría que no pude quedarme y le daría indicaciones. 

Bajé.

 

—Hola amiga, ¿estás bien? —me preguntó la desconocida, bueno para mí no lo era ya tanto— ¿Quieres que llame a alguien?

—¡A eres tú!, pues te diría que llames a mi novio, pero hace un momento se estaba divirtiendo con una zorra.

—¿De qué estás...?

—¿Qué pasa? —preguntó Fernando que ya volvía del tercer piso.

—Nada, aquí estoy platicando con la amiguita de mi novio.

—¿Qué?

—Está ebria, Fernando —dijo Priscila—. No le hagas caso.

—¿Es en serio?, —dice Violetta, levantándose de la escalera con la cara roja que reflejaba toda la ira del mundo— ¡No lo puedo creer, ustedes se conocen! ¡Mira que está ciudad es chica!




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