En una escalera vieja

Dos

—Paco, contesta. ¿Conoces a esta mujer?

—Sí, yo. Es... ¿Qué sucede aquí?

—Sí mi amor, contesta. ¿La conoces? — preguntó Violetta, su labio inferior comenzó a temblar junto con su barbilla cuando terminó la frase.

—Nunca lo espere de ti, Priscila —dijo Fernando mientras su mirada se debatía entre Paco y Priscila.

 

Se hizo un incómodo minuto de silencio, algo había muerto. Priscila respiraba agitada con la mirada al suelo y se tocaba el estómago con una mano. Violetta entró en el departamento y Paco detrás de ella. Discutían. 

No entendí que se decían, pero alguno de los dos rebuscaba en los cajones, yo escrutaba la mirada de Priscila, quería descubrir donde ocultaba su verdadera personalidad. No lo podía creer, la boca me sabía amarga y las lágrimas casi se me escapaban de los ojos, yo amaba a Priscila, soñaba con formar una familia con ella en el futuro. 

 

—¿Por qué Priscila?

—Fernando, no es lo que tú piensas.

—Eso, eso Priscila, es lo que más me duele. Que pienses que soy tan ingenuo. Si tan sólo lo admitieras, tendrías un poco de dignidad y yo te tendría un poco de respeto.

—Es que...

—Mejor ya no digas nada.

 

Tenía el corazón destrozado, como podía existir una persona como él. Cómo podía rogar que estuviera con él, y acostarse con otra al mismo tiempo. Busqué una bolsa de la cocina y comencé a recoger mis cosas. Jamás volvería a poner un pie aquí. Pero yo tengo la culpa, me decía en silencio mientras en segundo plano le escuchaba suplicar— si ya sé que todos son iguales, para que vuelvo a caer.

 

—Déjame explicarte Violetta —dijo Fran siguiendo a Violetta por la casa mientras recogía sus pertenencias.

—¿Qué me vas a explicar? —Respondí tras una sonrisa sarcástica— Me vas a decir que te obligo, que gemías porque te obligo. 

—No, pero, escúchame, nosotros...

—Mejor no digas nada. Sé un hombre y quédate callado.

 

Me tomó de un brazo y me volví hacia él para asestar mi mano contra su cara. Sentí la mano caliente después del golpe. Salí después de eso. No termine de reunir mis cosas, después de todo había dejado en ese apartamento más que cosas materiales. El calor de la mano me invadió el resto del cuerpo y sentí un mareo muy ligero: la puerta principal a lo lejos se balanceaba un poco mientras me dirigía hacia ella, ellos estaban aún discutiendo en la puerta, otra vez nos reunimos los cuatro. ¡Qué situación, como de película!

 

—Yo me largo, no puedo estar un segundo más acá, junto a la basura. —dije volcando mi mirada en Fernando que debió ver lo mal que estaba y decidió acompañarme.

—Vamos, te conseguiré el cigarrillo —dijo Fernando—. Y tú Paco, olvídate del trabajo que haríamos juntos, prefiero que me corran.

—Espera Fernando, —dijo Priscila— ¿Cómo me voy a ir?

—Es broma, ¿verdad? —respondió Fernando como toda respuesta y sintiéndose indignado.

 

—Ya dan risa este par —dijo Violetta—. Vámonos.

 

Conduje sin rumbo con una desconocida como copiloto, solo sabía su nombre, pero ahora éramos hermanos de un mismo dolor. Sentía la presión en el pecho, y sabía que ella lo sentía también. Paré en la primera tienda de conveniencia y le conseguí los cigarros. 

Los tomó rápido y con las manos temblorosas abrió la caja y sacó uno con mucha dificultad. Yo acerqué el encendedor y a la luz de la llama pude ver sus lágrimas. 

Las lágrimas silenciosas son las más dolorosas. Yo no había querido dejar salir las mías, pero al ver las suyas mis ojos se humedecieron.

 

Envuelta en esta tragicomedia estoy aquí con un desconocido. Está mañana nunca hubiera imaginado dónde estaría a esta hora. La mano izquierda me tiembla con violencia. Él bajó a traerme los cigarros y la ansiedad mata lo poco de mí que ha quedado vivo está noche.

Al fin, él sólo hecho de tener el cigarrillo entre mis dedos, me calma un poco. Me sabe tan bien esa primera inhalación.

Nos quedamos los dos aquí en medio del silencio y una penumbra parcial, cada uno con su dolor. El mismo dolor. 

Él llora finalmente mirando por la ventanilla.

¿Estás mejor? —preguntó Fernando primero, se había calmado. Las lágrimas le ayudaron, con seguridad.

—Sí, un poco.

—¿Quieres que te lleve a algún lado?

—No quiero estar sola.

 

Le volvieron a salir las lágrimas y sonreía nerviosa. No podía dejarla así, es muy difícil reconocer que no quiere uno estar solo y no seré yo quien la abandone, no habrá una segunda vez esta noche.

 

—Vamos te llevó a tu casa y te acompaño un rato.

—Sí, espera un momento —dijo y bajó del auto, pisó la colilla del cigarrillo en el piso y entró en la tienda. Salió después de varios minutos con algo envuelto en una bolsa de papel.




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