En una escalera vieja

Tres

Colocó en la mesa baja de la pequeña sala su tequilero, la botella y un plato con sal y limones partidos en cuartos. Se sentó en el piso y se recargó en el sofá. Yo le serví otro trago mientras ella encendió su celular y al fondo de la habitación comenzó a sonar la música. Esto era lo que es: una borrachera. Una de despecho, para adoloridos. Nuevas versiones de canciones de José Alfredo y así comenzó todo. Quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda verter a tus pies. Tomé el primer trago que no había probado, con los primeros acordes de tan dolorosa frase. Nadie decía nada. Ella miraba hacia la cocina con los ojos húmedos y brillantes y los labios sellados como una tumba vieja. Me serví el segundo trago.

 

Sentada en el piso y con el segundo trago encima, el nudo en la garganta se comenzaba a deshacer. Deje que la música hiciera su trabajo, así como el tequila; que me limpiarán. Dolía. Esas letras me secaran la herida a base de dolor, como restregar con limón y sal con el propósito de limpiar y de curar una sangrante herida; duele, pero es lo mejor.

 

—Y cuéntame, ¿tenían mucho tiempo?  —preguntó Fernando con urgencia de romper mis pensamientos. No tenía caso, la pregunta me llevaba a lo mismo, pero no existía otro tema que importara en ese momento, habría visto peor si hubiera preguntado sobre la casa o mi trabajo.

—Sí, casi dos años. ¿Y tú y Priscila?

—Teníamos casi un año y según mi ingenuidad, me amaba. 

—También amaba a Fran. Y según él, también me amaba, hasta llegué a sentir remordimientos de no amarlo como él a mí.

—¡Qué curioso!

—¿Por qué lo dices? 

—Paco o Fran, es mi compañero de trabajo, teníamos un proyecto juntos, nunca nos habían encargado algo a ambos. Y le traía unos papeles. Por eso sucedió todo: el universo mostrando la verdad. ¿Y tú, qué hacías en el lugar y hora indicada?

—Yo delegué mis horas extras para darle una sorpresa. Me había suplicado que llegara temprano. Miente tan bien.

—Entonces nuestro ángel de la guarda, hada madrina o algo por estilo, nos llevó ahí; justo en el momento indicado.

—Así fue. ¡Salud por eso!

—¡Salud!

 

Silvio Rodríguez, Chabela Vargas, Joaquín Sabina y muchos más, nos daban palmaditas auditivas. Coreamos muchas de sus canciones. Violetta aún dejaba caer algunas lágrimas de vez en cuando. El alcohol me hizo efecto y ya la consolaba con abrazos y secando sus lágrimas con las manos. En cuanto sentí la humedad de su llanto en mi piel, el mío hizo alarde de solidaridad y lloré amargamente. Lloré por ella y por mí. Ya no sé si más por mí o más por ella. Y si quieren saber de tu pasado, es preciso decir una mentira: di que vienes de allá de un mundo raro, que no sabes llorar, que no entiendes de amor y que nunca has amado. Porque yo a donde voy, hablaré de tu amor como un sueño dorado, no diré que tu amor me volvió desgraciado. Lloré, y lloré más. Y ella me dejó llorar. Estaba ahí, sentí su mirada de apoyo, pero ella sabía que necesitaba esto.

Finalmente logré que Fernando comenzará a sanar. Su llanto me confirmó que es tan humano como yo, que no es indiferente y que tibia sangre corre por sus venas. Me abrazó, y a pesar de ser un desconocido, ese abrazo comenzó a reunir mis partes rotas. Mis grietas estarán abiertas un tiempo, pero el camino es de bajada.

 

—¿Estás mejor, Fernando? —pregunté.

—Sí —dijo sollozando aún—. Discúlpame yo no debía...

—No te disculpes por demostrar que eres de carne y hueso. Ahora cuéntame de ti.

—¿Qué quieres saber?

—Todo lo que quieras contarme.

—Soy, eso ya lo sabes. Tengo 24 años, trabajo como asistente de un ejecutivo de alto rango en una gran empresa.

—Eso es lo superfluo, estoy segura que hay mucho más.

—Vivo solo, pero tengo a mis padres y dos hermanos, me gustan las mascotas, pero vivo en un departamento pequeño. Amo las papas francesas, las películas, el frío, pero me gusta dormir muy abrigado, pijama de franela, calcetas de lana y esas cosas.

 

Violetta sonreía, no solo con los labios sino con esos ojos, que advertí apenas; tan lindos aún hinchados. Nunca había conocido a alguien así.

 

—Es tu turno —dije.

—Yo tengo 23 años, vivo sola, tengo a mi padre solamente, él vive con su mujer y nos vemos poco. Estoy por terminar la carrera de administración y trabajo en una fábrica para financiar los gastos. Me gustan las mascotas y tengo un gato vago, se llama Bruno. Soy de pocos amigos ya que soy muy enfocada, y con carrera y trabajo es casi imposible. Me gustan las tardes calurosas cuando el sol desciende.

Como muy sano, pero me doy mis gustos de vez en cuando. Como puedes ver tengo vicios moderados, como yo los llamo.

 

Escuché atento mientras miraba las hipnóticas bocanadas de humo salir de sus labios desnudos, seguidas de palabras suaves, cadenciosas y relajantes.

A placer, puedes tomarte el tiempo necesario, que por mi parte yo estaré esperando el día en que te decidas a volver y ser feliz como antes fuimos.




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