En una escalera vieja

Cinco

Conduciendo de camino a casa de Violetta me sorprendí de buen humor pese a que el tráfico era pesado, hacía calor y pequeñas gotas de sudor resbalaban por mí frente. Las manos también me sudaban sobre el volante; y yo feliz. 

Reflexione. Iba demasiado rápido.

¿Debía ir mejor a casa?, me pregunté, pero en lo que me parecieron pocos minutos ya estaba frente a su casa. Las dudas se habían marchado y había en mi cara una sonrisa.

Bajé mi mochila para refrescarme un poco con uno de esos aerosoles desodorantes.

 

Con más prisa que nunca acabé mis deberes, eso sí, me aseguré de que estuvieran bien hechos. Tarareo una canción desde el mediodía. Y un inconfesable deseo de que el reloj avance me ha invadido toda la tarde. Intenté dormir sin éxito. Me arregle y creo que un poco de más. No me atrevo a que el motivo pasé siquiera por mi mente.

Se estacionó ya en la acera frente a la casa y mi corazón late un poco más rápido. Me apresuró a la entrada y dejó la puerta abierta, simuló seguir con las tareas.

 

 

 

Bajé del auto y mi corazón late un poco más, creo que él es más sincero que yo. Me abrió la puerta y entró, debe seguir con sus deberes y yo solo vengo a interrumpir, pensé, pero ya estaba en la puerta y nada podía hacer.

 

—Hola —saludo.

—Hola, entra y cierra por favor. Estoy terminando.

—Si prefieres puedo venir otro día — ofrezco y miro que está radiante, su cabello corto a la barbilla está perfectamente liso y cae en sus mejillas rosadas, resaltando su piel apiñonada. Sus ojos claros y brillosos, me miran sonrientes.

—No, claro que no. Si no nos vemos hoy, ¿Cuándo?

—Tienes razón.

—¿Quieres una cerveza?

—Sí.

—Ve buscando algo en la televisión.

—Voy a pasar primero al baño, ¿está bien?

—Claro.

 

Tan prudente y atento siempre, pensaba mientras preparaba las cervezas, sándwiches y algunas botanas. Siempre pensando primero en mí. Había regresado a la sala, y aspiré una oleada de fresco perfume, que incitó más que a mi olfato. ¿Qué pasa conmigo?

Lo miré sentado en el sofá. Estaba de espaldas, la camisa blanca marcaba sus fuertes brazos, su cuello y el nacimiento del cabello me provocaron una sensación que me dio risa: como cuando un vampiro mira el cuello de su víctima, pero era deseo, solo eso.

Deje caer el plato sobre la mesa tras el aturdimiento de mis nuevos sentimientos, el estruendo lo sorprendió y vino a mí, tomó mis manos y preguntó si estaba bien. Ese roce dejó mi boca sin palabras.

 

—Te sientes mal, ¿verdad? —pregunto mirando fijamente dentro de mis pupilas— ¿Por qué no contestas? Ven siéntate.

—No. No te preocupes, no es nada —dije una y otra vez con la intención de convencerlo, pero era inútil.

—Como no me voy a preocupar, siéntate, yo recojo eso.

 

No parecía estar mal, pero aun así tocaba su frente cada cierto tiempo, tratando de encontrar algo de fiebre. Miraba su piel buscando una palidez que no apareció nunca en ese rostro rozagante. Después de un rato me relajé, pero el haber sentido su rostro entre mis manos había causado revuelo dentro de mí. Eso marcaba un antes y un después. No había vuelta atrás, algo había iniciado y tenía que ser muy fuerte; sabía que nada ni nadie lo iba a detener.

Busqué la película que había mencionado un par de veces, sabía que quería verla y la disfrutamos juntos. La historia era triste, la perfecta obra maestra que no se queda en la pantalla, sino que penetra los corazones y las conciencias de quienes tienen lo que llaman corazón de pollo.

Mire su cara de adolescente desencajada, debió dolerle un poco el final. Me acerqué y puse mi mano en sus rodillas, se encargó de acercarme a ella y me abrazó. Suspiró en mi oído.

 

—El tiempo se va rápido, Violetta —dije pensando en la trama de la película—. Un día cualquiera uno se da cuenta que terminó.

—Sí, así es. Pero no te preocupes, somos jóvenes —dijo recomponiéndose del sentimiento.

—Y si el amor de nuestras vidas llegó, y no lo vimos, ocupados en no sé qué tonterías —dije luego de contagiarme de las ideas que ahora deambulaban en mi cabeza— Y si no hay otra oportunidad.

—Te pusiste sensible, ya tranquilo.

 

Lo abracé otra vez. Olí de cerca la fresca fragancia, que en comunión con su cuerpo hacía un aroma perfecto. Sus labios rozaron mi cuello y se retiró lentamente pasando sus labios por mis mejillas hasta llegar a mis labios. Los besó, sin que ninguno de los dos reaccionara de más. Aún ese pequeño roce con los labios cerrados fue maravilloso. Busqué su mirada y agaché la cara.

 

—Discúlpame, —dijo— yo sé que a ti no te interesa.

—No sé si pueda.




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