En una escalera vieja

Seis

Desperté encendiendo un cigarrillo, lo fumé mientras me preparaba para salir. De camino fumé el segundo. Hacía tiempo que no lo hacía así, seguidos, pero una pequeña opresión en el pecho me hacía sentir desmejorada y con ganas de algo que pudiera calmarlo. El cigarrillo no lo logró.

Tomé las clases y fui a casa. Comencé sin ánimos a hacer todos los pendientes domésticos y de la escuela que tenía rezagados de la semana, debía terminar pues el siguiente día regresaba al trabajo, pasan tan rápido los días de descanso.

Hice lo que pude con esta sensación de desánimo y me dispuse a dormir un poco, esta vez lo logré. Pensé que dormida me sería fácil olvidar todo, pero ni en mis sueños he podido escapar de la encrucijada. Pensé durante gran parte de la noche, y tal como lo pensé desde el primer instante, había cruzado a un universo sin regreso: tenía que arriesgar, solo que me toca la difícil situación de apostar todo y quizá no ganar nada.

 

Acabé con mucho esfuerzo la jornada, mi habitual concentración me abandonó casi por completo y estuve ausente de mi cuerpo todo el día, pero recorrí ahora el mismo camino de ayer, ahora con una determinación que me había costado mucho conseguir: le diré a Violetta todo lo que siento por ella y lo que creo que ella siente por mí, sé que es muy pronto para ambos, pero en el amor nadie manda.

Un gran miedo se me agolpa en el estómago, cada vez más a medida que avanzó hacia ella. Si me rechaza la perderé sin remedio y por completo, no podré ser su amigo. No podré.

 

Está aquí. Nuevamente se ha estacionado frente a mi casa a la misma hora de ayer y sin avisar. Seguro escuchó ya  la música y miró las luces encendidas, no puedo fingir que no me encuentro.

Me miró al espejo y estoy apenas decente: la ropa suelta de casa y las sandalias de piso, a pesar de ser muy cómodas, no son del todo agradables. Lo único bueno es que me maquillé bien está mañana para las clases y mi rostro continúa impecable. Abrí.

 

—Hola —saluda Fernando con timidez.

—Hola. ¿Qué haces aquí?

—Lo siento debí avisar, pero temí que no quisieras verme.

—Pasa. ¿Quieres tomar algo? 

—No. Estoy bien.

—Disculpa las fachas, acabo de terminar las labores.

—Estás muy linda, aun así.

—Gracias.

 

Las manos me vagaban inquietas por todos lados, mi cerebro no les daba una orden concreta. Me sentía tonto y muy nervioso. El silencio se prolongó un poco y mi garganta no se atrevía a decir lo que mi corazón guardaba. No fui capaz de sostener su mirada y comencé a servirme un vaso con agua, envueltos ambos en un silencio abrumador.

—Violetta —comencé luego de beber agua— vine hoy por un motivo muy especial. Después de pensarlo mucho he decidido compartir esto contigo. Sé que tengo el tiempo en contra, pero ya decidirás tú.

—¿De qué estás hablando? —dijo conteniendo la respiración.

—¡Yo te amo, Violetta!

 

No dijo nada, abrió un poco la boca, pero no salió de ella ni siquiera una exclamación o un sonido. Su tez está un poco pálida. Y su reacción, así como su postura es obvia, ni siquiera debo seguir inquietando su mundo.

Me levanté y me fui.

 

 

—No te preocupes, —dije desconsolado— yo comprendo la situación. Es solo que no quería dejar de intentarlo. Te dejaré para que sigas con tus cosas. Adiós.

 

No supe qué contestar. Y dentro de todas mis dudas, recordé el final de la película que vimos, no propiamente el de la película, sino cuando mencionó su miedo a que el amor ya allá pasado por su vida y no lo vio. Era yo quien ahora tenía esa duda, ¿Y si el amor de mi vida, ahora mismo está saliendo por esa puerta, y si se marcha para siempre? Estaba paralizada, escuchando como abría la puerta del auto, la cerraba, lo encendía y se marchaba. Una lágrima solitaria bajó por mi mejilla.

¿Cómo pudo ser más grande mi miedo, que la voluntad de intentar otra vez?

Me saqué rápido la camiseta y los leggins, me coloqué la ropa que me puse esta mañana para la escuela y solicité un auto en la aplicación. Tomé mi bolso, las llaves y el teléfono que había puesto a cargar hace un rato, y salí a la calle para esperar.

No quise llamar porque estaba conduciendo, así que sería una sorpresa.

Veinte minutos después y habiendo esquivado el tráfico de manera eficaz, liquidé mi cuenta y bajé. Comencé a subir la escalera del edificio sin un argumento, como si hubiera sabido antes que no me harían falta las palabras.

A mitad de la escalera lo topé y tras un segundo de asombro, al siguiente ya mis manos rodeaban su cuello y mis labios devoraban los suyos. Sus manos que desprevenidas no se animaban a reaccionar de repente tomaron posesión de mi cintura, subían por mi espalda. Mis manos paseaban por su cara, cuello y cabello para luego bajar a su pecho. Sin palabras nos decíamos todo.

 




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