En una escuela de princesas “accidentalmente”

XXXVIII - Huida

Llegamos hasta el gimnasio, tomando como salida unas ventanas medianas en los vestidores de hombres, todas las luces de la escuela se encienden por arte de magia cuando estoy tratando de decidir si caer en un arbusto llenos de flores, que no se si tienen espinas, o directamente al césped y fracturarme un hueso.

—¿Ya te arrepentiste? — lo escucho desde el otro lado.

—Simplemente estoy planeando la estrategia—musito con un pie fuera de la ventana y el otro aun en los vestidores. No es tan alto, pero prefiero el árbol y mil veces volver a saltar al vacío con un colchón de agua esperándome.

—Bájate, saltaré yo primero.

—No es que tenga miedo— murmuró sujetándome del marco y viendo a la distancia los pequeños destellos de luz en el área de dormitorios, según Dareh están evacuando a todos ahora y si no llego antes que se les ocurra pasar lista de asistencia estaré en problemas.

—Déjame saltar primero, yo te atraparé del otro lado. Ven— lo veo extender sus brazos hacia mí, mirando a cualquier lado menos a la idiota con la falda.

—De acuerdo— accedo moviendo mi pierna. La estiro alcanzando el estante de al lado y me apoyo con la punta de mi zapatilla, descendiendo poco a poco. Mis extremidades comienzan a temblar y no me siento completamente segura hasta que las manos de Dareh llegan a mi cintura y me ayudan a estar a salvo en el suelo—Si, mejor hazlo tú.

—Te ves muy adorable cuando estás asustada debatiendo en tu fuero interno—me sonríe moviendo sus pulgares en círculos sobre mi cintura. Si, sí, sí. Muevo mis hombros para hacer que me suelte—Espera— Ay, no ¿Ahora que me hará?— Dime que te llevaré de mi brazo al momento de entrar al baile— susurra con su rostro peligrosamente cerca del mío.

— Fresita yo no puedo...— volver a confiar en ti. Al menos no estoy segura. Incluso el propio miedo no me deja terminar mi oración.

Aun dudo que esto esté pasando, pienso que quizá estoy delirando y que lo que está frente a mi es una alucinación y siendo sincera prefiero mil veces eso a que en realidad todo se trate de una nueva esperanza que terminará igual que la otra.

El ahoga un suspiro cerrando sus párpados y uniendo su frente junto a la mía, muy despacio esperando seguramente que lo aparte. Lo siento.

—Al menos dime que aún llevas la llave que te di, contigo.

No puede ser. Me quedo tiesa al recordar ese diminuto detalle. Rápidamente introduzco mi mano en el bolsillo de la chaqueta del uniforme y puedo sentir cómo mi espíritu regresa a mi cuerpo al encontrarla ahí.

—Obviamente que sí— sonrió agradeciéndole a mi ángel guardián. Si no hubiera estado ahí sería el colmo—¿Qué es?

—Pronto lo averiguaras— se separa de mí, no sin antes plantarme un casto beso en mi frente—Se que te dije que no volvería a tocarte, es la excepción a la regla esta situación. Ahora, andando.

Lo veo alejarse para trepar por el estante y llegar hasta la ventana. Bueno, a darle. Cuando Fresita salta sé que es mi turno de tratar de volar. Me obligo a crear, aunque sea una pizca de valor en mí. Quizás cuando vea a Dareh en el otro lado me sienta más segura de saltar.

Vuelvo a trepar el estante, esta vez con un poco más de dificultad, ya que no está ayudándome. ¿Dios, porque soy tan floja? ¿Cuándo me creaste olvidaste agregar cuatro litros de aflicción por la actividad física o fue intencional?

Me siento en la orilla de la ventana esta vez con mis dos piernas en el exterior y con más miedo que la vez anterior.

—No, mejor me escondo— le digo negando con mi cabeza y agarrándome a los bordes con fuerza—Espero a que no haya guardias en las salidas y listo.

—Te atraparé—me apremia extendiendo sus brazos—¿Acaso no confías en mí, Julieta?

—Ay por favor, que insistencia con eso.

—¡Silencio! — grita alto y fuerte—¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el Oriente, y mi Julieta, el sol!

Suspiro tratando de no reírme

—¿Es un ave, es un avión o es un sapo? — digo quitándome mi zapato—No soy un ave, un avión o un sapo, sólo soy su amigo mi súper zapato— se lo arrojo para que entre en razón.

—¡Cuán grado suena el acento de mi amada en esta apacible noche, protectora de los amantes y! ... ¡Ya! No me tires otro zapato— Al fin deja de decir gilipolleces, justo cuando estoy a punto de tirarle mi otra zapatilla, pero esta vez apuntando bien a su cara— Salta o seguiré recitando a Romeo.

—Allá te voy San Pedro— murmuró poniéndome la zapatilla.

Antes de que él pudiera responderme, salto mirando por un milisegundo el césped y después cerrando los ojos esperando sentir el "crac" de mis pobres huesos.

Siento el impacto tortuoso en las plantas de mis pies, martillando hasta las rodillas. No aterrice con mi cara porque Fresita me sostuvo justo a tiempo de que tocara el suelo.

—Por favor no me digas que ahora me obligas a correr — trato de que en mis palabras no se note el dolor, pero es inútil. Me acuesto en el césped alcanzando el saco chamuscado, mi zapatilla y siendo víctima del frío, a causa del ligero viento que hace esta noche.

—Mmm—puedo notar los leves gruñidos en su garganta al hacer ese sonido—Al parecer ya nos encontramos fuera de la escuela, con la evidencia principal en tus preciadas manos y si mi memoria no me falla, solo en tu curso hay veinte personas con la letra inicial "B" como apellido, así que diría que tenemos tiempo.

Se acuesta a mi lado como si esto fuera un picnic. Giro mi cuerpo para imitarlo y quedar frente a la gran mancha negra llena de estrellas.

—Es la última vez que te acercas a una cocina...

—¿Enserio? Déjame recordar quién fue la causante del incendio— Y me quedé sin argumentos. Si hace unas horas me hubieran preguntado que si podría imaginarme con mi ropa toda empapada y con Dareh acostado a mi lado en el césped al lado del gimnasio de la escuela, les hubiera respondido que era más posible que incendiara de nuevo otra cosa. Y pues...—Gastaría una eternidad por saber lo que estás pensando en estos momentos.




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