El salón de clases se siente tan vacío sin su presencia, la alegría y la emoción que antes sentía al dar clases han desaparecido con ella. Su asiento vacío me llena el corazón de una melancolía fatal. La clase sin ella lanzándome miradas risueñas y traviesas se me hace eterna, por las tardes todo empeora, me siento tan solo, necesito uno de sus besos, uno de sus cálidos y tiernos abrazos.
Desde el día de su desaparición no hago más que estar pensando en ella, ya no salgo de mi casa más que para ir al colegio, mis amigos me buscan pero simplemente no tengo ánimos de verlos.
Justo cuando creía que lo tenía todo a su lado, cuando por fin había logrado ser completamente feliz, tenía que desaparecer sin dejar rastro, la incertidumbre y la desesperación de no saber nada de ella me hicieron caer varias veces en el alcohol, creyendo que así lograría darle paz a mi alma, pero cuando comprendí que sólo ella, mi pequeña, era quien podía regresarle el color a mi vida, decidí no volver a hacerlo y esperar, esperar un milagro para volver a ver su sonrisa.
He visitado varias veces a sus padres, hace unos días Nicolás me llamó para decirme que ella supuestamente está bien y a pesar de no estar cien por ciento seguro de eso, la esperanza volvió a mí. La esperanza de volver a verla, de volver a tenerla entre mis brazos, de sentir esa tranquilidad que sólo ella puede hacerme sentir.