Y bueno… en el día de hoy esperaba discutir con mis padres, aguantar las estupideces de Hertax o de Diago, quizás pelear con Daiki, incluso me hubiese resignado a que algún espíritu se colara en el templo.
¿Pero esto? ¡Jamás!
No sé cuánto tiempo llevo aquí, pero se ha sentido como una condenada eternidad. Fui raptada por el maldito chico-serpiente, un clon barato de Orochimaru, y lo único que ha hecho es preparar todo como si fuera a cocinar un guisado con mi cuerpo como ingrediente principal.
¡¿Qué hice yo para merecer esto?! ¡¿Acaso ayudar a un animal indefenso es tan malo?!
¡Otra vez, Dios, desamparando a tu hija!
—¡¡¡Ayuda!!! ¡¡¡Ayuda!!! —grito hasta quedarme sin aire, forcejeando contra las sogas que me han dejado las muñecas adoloridas.
El desgraciado gira la cabeza y sonríe.
—Estate quieta… en unos minutos todo estará listo. Termino de cortar este cebollín… y luego sigues tú.
¡¿Qué?! ¡¿Me va a rebanar viva?!
El corazón me late tan fuerte que retumba en mis oídos. Tengo que salir de aquí, tengo que hacerlo ahora o no lo contaré.
Me debato contra las sogas una vez más, pero están demasiado apretadas, rozando mi piel hasta casi hacerme sangrar. Entonces, a unos metros, mi mirada se topa con algo: una katana, clavada en el suelo, brillando como si un ángel me la hubiera dejado para salvarme.
—¿Dios?... —susurro incrédula.
Me arrastro con el corazón en la boca, cuidando cada movimiento para no hacer ruido, mientras él tararea una canción espeluznante. El sonido del cuchillo cortando verduras se mezcla con esa melodía y me hiela la sangre.
Con las manos torpes, coloco la soga contra el filo y corto. Primero las muñecas, luego los tobillos. Me arden, pero soy libre. Gateo hacia la puerta, apenas respirando, rogando no hacer crujir el suelo.
La abro con cuidado y salgo corriendo como alma que lleva el diablo. No sé dónde estoy, solo sé que debo huir. Los pasillos parecen interminables hasta que finalmente… el aire fresco golpea mi rostro.
El cielo aún está oscuro, el sol todavía no asoma y solo veo árboles a mi alrededor.
—¿Qué es este lugar?... —susurro, temblando.
Una voz gélida me acaricia el oído:
—Tu tumba…
Me quedo paralizada. El miedo me paraliza antes de que pueda correr. Una mano fría me atrapa por detrás y me arrastra con fuerza. Las lágrimas brotan sin que pueda detenerlas.
No quiero morir… no así…
—Daiki… —susurro su nombre entre sollozos, justo antes de ser tragada por la oscuridad.
Daiki
Me levanto de golpe de mi cama, empapado en sudor. El reloj marca las cuatro de la madrugada. Toda la noche he sentido un ardor en mi pecho, un fuego extraño que no me deja en paz, como si algo estuviera desgarrándome por dentro.
Algo está mal. Muy mal.
Y entonces… escucho el llanto de una mujer.
Me quedo helado. La madre humana.
—Alice… —mi voz apenas es un gruñido.
Me pongo la camisa sin pensar y salgo corriendo. El llanto me guía hasta la habitación de Alice. Al entrar, la escena me revuelve el estómago: la madre humana en el suelo, llorando desconsolada, con Christopher intentando consolarla.
Una mano toca mi hombro. Me giro y me topo con los ojos grises de mi madre, nublados de preocupación.
—¿Qué ha pasado? —pregunto con la voz baja, pero el ardor en mi pecho se intensifica tanto que me cuesta respirar. Mis colmillos asoman sin darme cuenta—. Mamá… ¿dónde está Alice?
Ella traga saliva antes de responder.
—Alguien se la llevó. No sabemos quién fue. Me levanté con un mal presentimiento… Devon revisó su habitación y solo encontró esto.
Me muestra algo. Lo tomo. Es frío y áspero.
Una escama.
La examino con cuidado y la rabia me sube como lava a la garganta.
—Ese maldito reptil… —gruño con los ojos encendidos.
—¿Sabes de quién es? —pregunta mi madre, asustada.
—Por supuesto que sí. —Aprieto la escama con tanta fuerza que mi palma sangra. Mi sangre hierve, literalmente. No puedo contener el gruñido que me escapa de la garganta.
—Daiki… ¿estás bien? —me pregunta ella, pero ya no la escucho.
Porque escucho otra cosa.
Una voz.
-Agacho la cabeza tratando de contener la rabia que siento, pero solo tengo ganas de matar…
Daiki…
Levanto mi cabeza cuando escucho la voz de Alice llamándome, ¡es ella! Salgo corriendo sin más dejando a los demás atrás, yo soy su guardián así que este es un problema que solo yo debo arreglar.
—¡Evan! ¡Evan ven rápido! —Grita mi madre a lo lejos.
Mis sentidos se agudizan cada vez más, escucho los latidos de mi corazón a gran velocidad, ahora no puedo razonar con nadie solo quiero encontrarla…Me desplazo entre la oscura ciudad, no hay ni un alma en las calles.
Daiki…
Escucho como me llama una vez más y me descontrolo, su voz me llama desde el norte, entro al bosque y lo recorro, no me importa si me encuentro con una maldita bestia celestial o algún otro ser sobre natural, estoy en un modo en el que ni mi padre me puede para y eso me gusta, pero también me asusta llegar a lastimar a los que me importan.
Encuentro una cabaña en medio del bosque donde siento el olor de Alice en el aire de alrededor, gruño molesto y no sé cómo, pero despliego una oscuridad que rodea la cabaña alrededor.
Rompo la puerta de la entrada, camino con lentitud entre los pasillos emanando rabia hasta por los poros, me detengo frente a una puerta en específico escucho la voz de Bazil tras la puerta y mi enojo aumenta, su olor me atrae hacia ella como un afrodisiaco y si no estuviéramos en esta situación me lanzaría sobre ella y mordería ese espacio entre su cuello.
Una de las tantas consecuencias de hacer un trato con humanos, es la ferviente necesidad de su sangre.
Tiro la puerta y veo a Bazil mirándome asombrado y a ella llorando entre sogas, huele a miedo y no me gusta para nada, no dejo que Bazil de ni un paso atrás y me lanzo sobre él y le sonrió molesto.