Enamorada de un criminal

Capítulo 10

—¿Todo bien?

—Sí, sí, no pasó nada Rose.—sonrió nerviosamente.

—Es que… —Ella lo miró.— Estás pálido, pareciera que hubieras visto a un fantasma.—Ryan la besó y ella no dijo más nada. Siguieron viendo la película, o al menos eso pretendía él.

¿Qué hace August aquí?”, pensó. “Nos está siguiendo, seguro”. Al recordar al pelirrojo, el chico volvió a sumergirse en el recuerdo de las drogas.

Rose le correspondió el beso al que ella solía llamar ‘mejor amigo’ pero luego se separó.

—Ryan…

—Yo… lo siento. –Recordó lo de las drogas.— ¿Sabes? Yo quiero ayudarte pero si prefieres joder tu hermoso rostro y vida con la ayuda de August, mejor me largo.—y Gillian se fue enojado de ahí sin antes ver como una cabellera roja se alejaba rápidamente del salón: Swan los había visto.

Al llegar a su casa, Ryan solo se acostó en la cama esperando que haya sido un loco sueño y que Rose no se drogaba.

Pero no.

Todo había sido real… incluyendo ese beso.

 ¿Cómo ocurrió eso? ¿Por qué la besó? Fue algo surreal, ni siquiera lo había pensado, no estaba en sus cabales cuando lo hizo; simplemente estaba enojado y reaccionó así. Pero, acaso, ¿no era lo que quería? ¿Cuántas veces había él soñado con ese momento? Demasiadas. Pero no lo sentía real, solo lo veía como una fantasía.

Días después, tocaron su puerta.

—Hola.—una nerviosa pelinaranja se le apareció.

—¿Qué quieres Rose?—le preguntó fríamente: Aún seguía enojado con ella. Se apoyó en el marco de la puerta.

—¿Puedo pasar?—Ryan notó su arrepentimiento y la dejó entrar.

Se sentaron en el sofá de la sala, uno en cada punta. Rose intentó acercarse más a él pero este le dirigió una mirada fulminante y ella prefirió quedarse en donde estaba.

—¿Qué quieres?—le repitió el ojimiel.

—Terminé con August.—respondió con la mirada baja: Aún le dolía la forma en que Ryan le había hablado aquel día. El chico la miró.

—¿En serio?—esas 3 palabras habían sido como un balde de agua fría, bien fría, para él.

—Sí.—Ella comenzó acercarse a él lentamente.

—Rose… dime que no estás drogada.—le dijo al ver que ella estaba muy cerca de él. La chica se apartó bruscamente de él.

—Por dios Ryan. –Se paró.— Desde hace una semana que no me he drogado. –Se acercó a él.— ¿Acaso ves que mis ojos o nariz están rojas? –El chico negó con la cabeza.— Estoy bien. —se tumbó en el sofá cruzándose de brazos. Se quedaron en silencio unos minutos.— ¿Por qué?

—¿Por qué qué?—el chico ojos miel se había perdido en su mente.

—¿Por qué me besaste?—al decir esto, tanto ella como él se habían sonrojado recordando lo que había pasado. Ryan decidió ser sincero: Por más molesto que esté con ella, aún estaba enamorado.

—Simplemente no estaba ahí, mi mente se había ido a otra parte y mis emociones me controlaban. –Su mejor amiga lo miró y Ryan acomodó un mechón de su cabello colocándolo detrás de la oreja.— Me gustas Rose, desde hace tiempo que me gustas pero… —meditó sus palabras.— aunque hayas terminado con August, eso no significa que hayas dejado las drogas.

—¡RYAN…!

—Lo sé, lo sé, —La calmó.— no te has drogado en una semana pero simplemente no puedo creerte. –La miró de forma seria.— ¿Cuánto tiempo llevas metida en las drogas? –Ella bajó la mirada.— ¿Ves? No puedo confiar en ti Rose.—la tomó de la barbilla y subió su cara para luego mirarla a los ojos.

—Ry…—y el chico no pudo evitar sonreír cuando ella lo llamó así. Ella se sonrojó y él la besó. “Demonios, ¿Qué me pasa?”, pensó: Una vez más, sus emociones lo estaban controlando.

—Rose… lo siento.—dijo al separarse de ella. La chica de ojos azules no dijo nada y se paró para dirigirse a la puerta.

—Ya verás que confiarás de nuevo en mí, Gillian.—su voz sonó muy neutral. Antes de que él dijera algo, la chica abrió la puerta y se fue.

—¿En qué piensas?

—¿Ah?

—Ry, la película ya acabó.—Se frotó los ojos y era verdad: La película había terminado.

—Recordaba algo. –Se levantó.— ¿Vamos?—Rose se paró y tomó la mano de su novio. Se fueron.

Después de comer unos helados y tomarse unas fotos en una cabina, se dirigieron a una pequeña plaza.

—¿Cómo te fue hoy?—le preguntó el castaño mientras se sentaban en un banco.

—Bien, —Sonrió.— tenemos un nuevo integrante.

—¿Cómo se llama?

—¿Te acuerdas del chico que se apareció ayer en mi casa?—Ryan asintió.

—¿Christopher? –Rose asintió. Él se quedó pensativo unos minutos.— ¿Quieres ir a patinar mañana?—Ella sonrió: Adoraba patinar sobre hielo. Pero su sonrisa desvaneció al recordar algo.

—Oh, no puedo… Christopher es nuevo en la ciudad y necesita a alguien que lo guie, así que…

—Sí… ya entendí.—Por fuera, Ryan estaba triste pero por dentro estaba algo celoso. “Solo lleva un día en la vida de tu novia, no te pongas celoso”, dijo su subconsciente. En ese momento sonó un celular.

—¿Aló? … Hey, ¿Cómo estás?... ¿Qué?... Oh mierda, voy para allá. —Rose colgó y miró a Ryan.— Era Loreen, al parecer había que agregarle más cosas al trabajo. Y ella sabe que mañana no puedo.

—Oh, entonces ya te llevo.—se paró.

—No tranquilo, su casa está a 3 cuadras de acá.—Por algún motivo desconocido, el ojimiel jamás había ido a casa de Loreen. El castaño asintió y ella le dio un beso corto para luego irse.

Ryan no se había dado cuenta que ya estaba anocheciendo hasta que vio que los postes de luz se prendían. Volvió a sentarse. El ambiente se ponía más romántico y algunas parejas comenzaban a llegar, lástima que Rose se tuviera que ir: Hubiera sido lindo que ellos dos estuvieran ahí sentados, tomados de la mano y mirando hacia el cielo mientras recordaban algunos recuerdos.




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