Después de nuestro “día de compras”, decidí que no debía sacar conclusiones apresuradas. Tal vez Julián solo era un hombre con mucho gusto. O un diseñador encubierto. O un ángel caído de Zara.
Nos seguimos escribiendo todos los días. Era amable, atento y siempre tenía un comentario divertido que me hacía reír a carcajadas. Lo malo es que no flirteaba… nunca. Ni un emoji con corazón, ni un “me encantas”. Nada.
Una tarde le conté a Laura.
—¿Y todavía no te ha dicho nada romántico? —preguntó.
—No, pero me llama “preciosa”.
—¿Con tono de novio o de mejor amigo gay?
—¿Hay diferencia?
—Mucha. Uno te invita a cenar; el otro te ayuda a elegir el labial.
Y claro, Julián me había ayudado a elegir labial. Dos veces.
Aun así, no podía dejar de pensar en él. Quedamos para ver una película en mi casa. Llegó con palomitas, chocolates y una vela aromática de vainilla (“porque el ambiente importa”).
Yo, nerviosa, me convencí de que esa sería la cita. El momento en que por fin entenderíamos que estábamos destinados.
Durante la película, nuestras manos se rozaron. Contuve la respiración.
Él sonrió, pero en lugar de tomarme la mano, dijo:
—¡Me encantan los ojos de ese actor! Qué intensidad.
Silencio. Mi corazón se partió, pero mis labios dijeron:
—Sí, sí… preciosos.
Al despedirse, me dio un abrazo tan cariñoso que casi me hace olvidar la tragedia.
—Eres increíble, Sofí. Me encanta pasar tiempo contigo.
—A mí también —dije, intentando sonar normal.
Cuando cerré la puerta, Laura me escribió un mensaje:
> “¿Ya se declaró o te recomendó una base de maquillaje?”
Yo suspiré.
A veces el amor no es ciego… solo es muy, muy despistado.
Editado: 08.10.2025