Después de mi fallido intento de conquista, decidí que lo mejor era fingir que no me importaba.
Plan A: actuar normal.
Plan B: no stalkearlo.
Plan C: fallar en ambos.
Una semana después, Julián me escribió:
> “¿Tomamos café como los viejos tiempos?”
Yo fingí indiferencia.
> “Claro, cuando quieras 😊”
(Le respondí en tres segundos exactos).
Nos encontramos en el mismo café donde nos conocimos. Él llegó radiante como siempre, con ese brillo que parece natural en las personas que nunca se despeinan.
—¡Sofí! —me abrazó—. Te extrañé.
Ya con eso, mi corazón hizo piruetas.
Nos sentamos, y entre sorbos de cappuccino y risas, me contó de su vida: su trabajo, sus proyectos, su perro llamado Lulú (“porque tiene carácter de diva”), y, por supuesto, de Nico.
—Nico y yo estamos planeando un viaje —dijo con una sonrisa enorme—. París, Venecia, tal vez Grecia.
—Qué romántico —dije, sin poder evitar el tono de sarcasmo.
Él no lo notó.
—Sí, será especial. Nico siempre quiso ver el atardecer en Santorini.
Mi café empezó a saber a tragedia.
—Debe ser un gran amigo —dije.
—El mejor —respondió, mirando la taza con una ternura sospechosa—. Y, bueno… más que amigo.
Y ahí lo soltó.
Así. Sin anestesia. Sin pausa dramática.
Como si no acabara de destruir mi comedia romántica personal.
—Más que amigo —repetí, tratando de sonar interesada y no devastada.
—Sí —dijo—. Estamos saliendo desde hace un tiempo. No lo había dicho porque quería que lo conocieras sin prejuicios.
Sonreí. Porque es lo que hago cuando quiero llorar sin mancharme el rímel.
—Qué lindo, Julián. Me alegra por ustedes. De verdad.
Silencio. Luego él tomó mi mano.
—Eres una persona increíble, Sofí. Ojalá todos pudieran ser tan comprensivos.
Traducción emocional: gracias por no armar drama mientras mi corazón se desintegra frente a ti.
Cuando se fue, me quedé sola, con el café frío y la autoestima tibia.
Lo peor no era haber perdido a “mi chico perfecto”.
Lo peor era que seguía siéndolo… solo que para otro.
Editado: 08.10.2025