Dos días.
Eso duró mi intento de “superarlo con dignidad”.
Al tercer día, ya estaba stalkeando a Julián otra vez, con la precisión de un detective del corazón.
Y ahí, entre historias de café, selfies con Lulú (la perra diva) y fotos de brunch con Nico, apareció algo nuevo.
Una frase en su historia:
> “Algunas personas simplemente te entienden sin decir una palabra.”
Obvio, mi cerebro romántico entró en pánico.
¿Y si hablaba de mí?
¿Y si, después de todo, me extrañaba?
¿Y si Nico solo era una confusión pasajera y yo era su conexión real?
Le mostré la historia a Laura, mi consultora oficial en desilusiones.
—Mira esto —le dije, emocionada—. ¡Esto podría ser sobre mí!
Laura levantó una ceja.—O sobre su barista, su perro o el exfoliante ese que tanto ama.
—No seas tan negativa. Voy a escribirle.
Y así comenzó la tragedia digital.
> Sofía: “¿Esa historia era por mí? 😅”
Julián: “¿Qué historia?”
Sofía: “La de las personas que te entienden sin hablar.”
Julián: “Ahhh, jajaja, no. Era por Nico. Discutimos y luego hicimos las paces. Me conoce demasiado 😂”
Silencio.
Interno.
Eterno.
Laura me miró, sin decir nada, mientras yo quería evaporarme.
—¿Ya ves? —dijo al fin—. Nunca escribas impulsivamente. Primero consulta con tu departamento de lógica, que eres tú, pero sobria.
Pero lo peor no había pasado.
Una hora después, Julián me escribió de nuevo:
> “Aunque, ahora que lo pienso, tú también me entiendes mucho. Eres increíble, Sofi ❤️.”
Mi corazón reinició.
—¿Ves? —grité— ¡Sí era por mí también!
—O te puso el emoji equivocado —respondió Laura—. A veces el autocorrector del amor se equivoca.
Esa noche, me dormí con el celular en la mano, sonriendo como una tonta.
Sabía que estaba otra vez cayendo, pero ¿qué se le hace?
Hay mensajes que una lee con el corazón, aunque el remitente solo los haya escrito con los pulgares. 💔📱
Editado: 09.10.2025