La caminata empezó tranquila. Julián y yo íbamos por el parque, hablando de cualquier cosa: desde el café del desayuno hasta los episodios más absurdos de nuestras series favoritas.
Mi corazón, por supuesto, decidió que cada palabra, cada risa, cada roce casual de manos era una señal de que el universo todavía estaba jugando conmigo.
—¿Y qué hiciste ayer? —pregunté, intentando sonar relajada.
—Nada importante —respondió—, solo trabajé un poco y después… vi a Nico.
Silencio.
Mi corazón intentó derretirse.
—Ah… claro… Nico —balbuceé—. Suena divertido.
Seguimos caminando, y de repente nos quedamos frente a un lago iluminado por la luz del atardecer. Un momento perfecto, de esos que solo ocurren en películas románticas o en los parques de ciudad donde siempre pasa algo cliché.
—Sofi —dijo Julián, mirándome con esa sonrisa que podía derretir volcanes—, hay algo que quería decirte.
Mi respiración se aceleró. Sí, sí, este es el momento.
—Sí… —susurré, tratando de no parecer desesperada.
Se inclinó un poco más cerca, y juro que sentí la promesa de un beso.
Casi cierro los ojos. Casi…
Pero justo en ese instante, un pato gigante decidió pasearse por el lago, haciendo un ruido ridículo que nos hizo saltar a ambos.
—¡Jajaja! —exclamó Julián, riéndose mientras el momento perfecto se desvanecía—. Qué pato más raro.
—Sí… muy romántico —murmuré, con la cara roja y el corazón latiendo como loco.
Y así, el beso que casi fue, terminó siendo el beso que nunca fue.
Caminamos un poco más, riendo del pato y de nuestra propia torpeza, mientras yo me decía a mí misma:
—Está bien. Un beso puede esperar… o no. Pero la comedia, esa, no se pierde nunca.
Cuando llegamos al final del parque, Laura me escribió:
> “¿Hubo beso?”
—No —respondí, con un emoji de pato y otro de cara triste.
“¡Imposible! Sos peor que una novela de enredos.”
—Gracias, Laura —susurré—. Pero también… ¿no es adorable?
Editado: 09.10.2025