Todo parecía tranquilo… hasta que no lo fue.
Estaba en la cafetería, tomando un café y tratando de digerir mi último tropiezo público, cuando Julián apareció de la nada, con esa sonrisa que podía arruinar cualquier estrategia de “superarlo”.
—¡Sofí! —saludó, con su habitual entusiasmo—. Necesito contarte algo.
—Uh-oh —susurré para mí misma—. Esto huele a drama… o desastre.
Nos sentamos y, tras un sorbo de café, Julián soltó la bomba:
—Bueno… resulta que… me equivoqué contigo antes.
Mi corazón dio un salto mortal.
—¿Equivocado… cómo? —pregunté, intentando no sonar demasiado ansiosa.
—Antes pensaba que solo éramos amigos, y… bueno, no me di cuenta de cuánto me importabas —dijo, rascándose la cabeza—. Ahora lo sé, y no quiero que sigamos ignorando lo que hay entre nosotros.
Mi cara debió parecer una mezcla de confusión, shock y emoción extrema.
—¿Es… en serio? —balbuceé.
Pero claro, justo en ese momento, su teléfono sonó, y resultó ser Nico.
—Solo una aclaración —dijo Julián, tratando de manejar la situación—. Sí, aún somos amigos… pero quiero ser honesto contigo.
Mi cabeza giró a mil por hora.
Laura, de videollamada, gritó:
—¡Sofi! ¡Esto es un caos de proporciones épicas! ¡Tú estás en la montaña rusa emocional de tu vida!
Mientras Julián intentaba explicarse y yo intentaba entender, comprendí algo: el amor verdadero nunca llega de manera ordenada, siempre viene con tropiezos, malentendidos y risas incluidas.
—Bueno —susurré, tomando su mano—. Supongo que esto significa que tenemos mucho que hablar…
—Sí —dijo, sonriendo—. Pero también mucho que reírnos.
Y mientras nos mirábamos, con café y caos alrededor, supe que las revelaciones inesperadas pueden ser dolorosas, confusas… y, a veces, exactamente lo que necesitas.
Editado: 09.10.2025