Después de tantos tropiezos, desastres públicos, helados derramados y consejos gatunos, llegué a una conclusión: la vida con Julián nunca sería simple, pero sí épica.
Nos sentamos en el café “Latte y Drama” —el mismo donde todo comenzó— y reímos recordando los momentos más ridículos:
Mi caída en el parque.
La ola que arruinó nuestro primer “casi beso”.
Mis celos por fotos de helado en Instagram.
—Sofi… —dijo Julián, con esa sonrisa que podía hacerme olvidar cualquier drama—. Gracias por ser tú. Por reírte de mis chistes malos, por sobrevivir a mis desastres y por siempre estar… incluso cuando era complicado.
Sonreí, con un poco de risa y un poco de nostalgia:
—Y gracias a ti, por enseñarme que enamorarse no siempre significa besos perfectos ni finales de película. A veces significa reír, llorar y seguir adelante.
Laura, que se había unido a nosotros con un café extra y un montón de comentarios sarcásticos, agregó:
—Y yo digo que si esto no es amistad épica, entonces nada lo es.
Esa tarde, entre risas y confesiones, comprendí algo: el amor no siempre llega como esperas, pero la amistad verdadera es un regalo que dura para siempre.
Julián siguió siendo “el amigo perfecto que no podía ser mi novio”, y yo seguí siendo la chica que tropieza con estilo, se enamora demasiado fácil y se ríe de sí misma.
Y mientras me despedía con un abrazo cálido y lleno de cariño, supe que este capítulo de mi vida había terminado… pero que las historias ridículas, los desastres románticos y las carcajadas nunca terminarían.
Porque al final, entre risas, lágrimas y amistad, aprendí que vivir es siempre mejor cuando se hace con humor y corazón abierto.
Editado: 09.10.2025