Capítulo 1 La mansión.
Impacté con algo sólido, por inercia retrocedí varios pasos hacia atrás, aturdida; cuando alcé mi rostro lo vi y mi asombro se transformó instantáneamente en enojo.
—¡Eres ciego! —exclamé.
Me miró con altanería y desprecio.
—Es evidente que la ciega y estúpida eres tú —respondió cortante.
Me invadió el coraje.
—Estúpida yo, ja, te refieres a ti —espeté mordaz sin dejarme intimidar por su personalidad arrolladora.
Lejos de la reacción que esperé sonrió cínicamente.
—Si no chocaste conmigo por ceguera o estupidez fue por resbalosa, admite que querías tocar mi cuerpo.
¡Qué! ¿Enserio?
Su arrogancia y ego no tenían límites.
—Eres un ególatra —escupí las palabras con rabia.
Él se rió a todo pulmón. Su risa trasmitía claramente la broma que era yo para él.
—Tú no eres mi tipo, rockera.
El desprecio en su voz y su expresión eran más que evidentes. Caló profundo aunque no quería que lo hiciera. Era un verdadero imbécil arrogante.
—¡Estupendo!, porque tú si que jamás serás de mi tipo —espeté ofendida. Quise que mis palabras sonarán casuales, no obstante en mi estado era algo imposible de lograr.
Me miró de arriba a abajo con desprecio marcado.
«¡Idiota!» Grité en mi mente, pero ningún sonido salió de mi boca. Creo que mi cara estaba roja de rabia, sentía el fuego vivo en mis mejillas y mis orejas.
—Eres escuincla y mal formada, pareces una tabla...—continuó ofendiéndome y no pude aguantarlo más.
—¡Basta de insultos! —me rebelé, ofendida en mi orgullo de mujer; tras una pausa continúe—. No estoy así de mal...—, tartamudeé al final para más vergüenza. Toda mi ira se estaba transformando en complejo de inferioridad. Mi autoestima estaba llegando a 0°.
Él alzó una ceja burlón.
—Si tú lo dices.
Lo odié con todas mis fuerzas.
Su sonrisa cínica me hizo hervir la sangre y sin pensarlo alcé mi brazo derecho y me acerqué peligrosamente a mi odiado hermanastro. Mi intención era obvia, estampar mi mano en su engreído rostro, pero él fue más ágil y tomó mi mano en el aire.
—¡No te atrevas pulga!, mi cara es sagrada, nadia ha osado tocar mi rostro jamás y tú no serás la primera.
Su ferocidad me asustó, no obstante mantuve mi mentón erguido.
—Lo dudo mucho, con lo arrogante y creído que eres, muchos de seguro se habrán visto forzados a ponerte en tu lugar.—aseguré.
Sabía que debía parar y marcharme de este lugar antes de que algo malo me sucediera, sin embargo no pude detenerme, era muy testaruda
—Pueden tratar, pero poder...; lo dudo, cariño.
El brillo malicioso de sus ojos de seguro intimidaría a cualquiera, no obstante yo me mantuve en mi postura, no era la primera vez que confrontabamos y de seguro no sería la última. No cuando vivíamos en la misma mansión y trabajábamos en la misma empresa.
—No tengo tiempo para perder contigo, hermanita. Apártate de mi camino.
Odiaba cada vez que esa palabra salía de su boca: “hermanita”, él tenía la capacidad de que sonara como un insulto.
Mi orgullo estaba tan lastimado que no pude defenderme. Me quedé callada y sin moverme, como una estúpida.
—Yo tengo una empresa que dirigir, no como una niñita que juega a ser adulto.
Continuó diciendo, o más bien insultando.
Es verdad que solo estaba en secundaria pero aún así estaba dando todo de mí para aprender de la empresa. Era una estudiante y trabajadora de medio tiempo en la empresa del segundo esposo de mi madre. Ponía todo de mi parte para no ser un parásito, no obstante siempre recibía las críticas despectivas y los insultos de mi arrogante hermanastro. Era consciente de las miradas indiscretas de todos los presentes. Éramos el centro de atención y yo, sin dudas: la vergüenza. Miré en derredor lo más discreta que pude, para mi sorpresa todos me miraban con lástima. La verdad es que no se si eso era lo mejor o lo peor que podía pasarme.
¿Tan patética era? me pregunté mentalmente.
Me aparté aturdida. Al final fui más obediente que un perro con su amo. Sin perder más tiempo continuó su camino, ignorándome por completo. Lo vi alejarse por el amplio pasillo seguido de su séquito. Su andar era firme, seguro de sí mismo; gallardo y arrogante. Todo su ser emanaba superioridad e inspiraba temor y respeto a todos con su presencia.
Alguien que tenía el mundo a sus pies, ¿por qué se molestaba tanto con alguien tan insignificante como yo? ¡Ah!, caí en cuenta, seguramente era la piedra en su zapato, la molesta pobretona que se coló en su mansión. Lo siento mucho por tí “hermanito”, no tengo la culpa de invadir tu espacio. Culpa a tu padre y a mi madre. ¡Y deja de desquitar tu rabia conmigo!
—Sí, soy una estúpida —me dije en voz baja, con lo amplio que era el pasillo tuve que chocar con él. La verdad era que tenía la cabeza en otra parte, estaba en la etapa de exámenes finales del colegio y no quería salir mal, sería una vergüenza. Aunque pensándolo bien, igual lo era.
Reanudé mi camino hacia la salida, con pasos pesados, llamé al ascensor y esperé pensativa su llegada.
***
De la enorme mansión sólo conocía dos plantas: la primera y la segunda. Las dos últimas eran un misterio total, la puerta que bloqueaba el acceso de las escaleras tenía más seguridad que la bóveda de un banco. Eso me llenaba de curiosidad y hacía que mi imaginación volara sin límites. Era un verdadero misterio que me llamaba..., pero fue lo primero que mi madre me advirtió el mismo día que nos mudamos. Estaba completamente prohibido subir allá arriba.
Salí al patio trasero, era muy agradable y acogedor, los árboles bien cuidados que lo rodeaban eran frondosos, se respiraba aire puro. El cerezo estaba poblado de su hermoso fruto rojo, me acerqué y tomé una, pero de pronto un extraño escalofrío erizó todo el bello de mi nuca, sentía que algo o alguien me observaba. Se apoderó de mí un temor indescriptible e instintiva me giré y miré hacia el punto más alto de la mansión y justo allí vi una figura oscura que se desvaneció en un segundo.