Capítulo 3 Primer día...
«Mi primer día de trabajo, ¡increíble!»
Estaba frente al armario y no me decidía por nada. ¿Cómo debía vestir una chica que jamás había trabajado? Mi ropa no era adecuada para asistir a una empresa y lo peor de todo era que tenía que escoger algo a pesar de saberlo. ¿Qué me pongo? Estaba tan indecisa. Al final elegí el conjunto más discreto que tenía, pero aún así era inapropiado.
—¿Estás lista, cariño? —gritó Natalie desde afuera. Seguramente estaba detrás de la puerta principal de mi habitación.
—Sí, madre —respondí.
—Pues sal de una vez que mi esposo te está esperando —apremió impaciente.
¿Qué! ¿El señor Moore me estaba esperando?
—¡Esperando para qué? —chillé consternada.
—Para llevarte, es tu primer día y no sabes dónde es.
Eso era cierto; sin embargo no quería ir con ese señor.
—Mamá, mejor dame la dirección y yo iré en autobús —pedí rayando en súplica.
—No seas caprichosa y muévete, Isaac te va a llevar y punto —zanjó.
De mala gana salí, mi madre me miró de arriba a abajo apenas me vio y su cara me decía que desaprobaba mi vestimenta por completo.
—Luego iremos de compra, pero ahora vete así. Un señor tan ocupado no puede estar perdiendo el tiempo por culpa de tus berrinches.
Resultó que yo era la culpable de su retraso, ¿quién le pidió que me llevara?
Mi madre me acompañó hasta la salida mientras me decía palabras de aliento. ¿Quién la entendía? Obvio que yo no. Me despedí de ella con un movimiento de mano y salí por la puerta principal de la mansión. El chofer me esperaba junto a la puerta abierta de la limusina, cuando subí cerró la puerta tras de mí. El señor Isaac Moore estaba sentado tomando un café negro.
—¿Gustas algo? —ofreció.
Me señaló todo lo que tenía en la nevera ejecutiva de puerta transparente.
—Un café igual que usted —respondí.
—Bien. Tendrás que levantarte más temprano para que te de tiempo a desayunar en casa.
Muy educadamente y todo, pero me estaba regañando. Asentí sin hablar y tomé el baso de café que me ofreció preparado. Llevé el envase cerca de los labios, sople un poco y luego lo probé.
—¿Está bien así? —me preguntó mi padrastro.
—Sí, perfecto.
No estaba muy dulce ni muy amargo.
—Considero que es muy pronto para que vayas a trabajar, no obstante tu madre así lo decidió. Creí que te iba a dar un tiempo para que te adaptaras.
Sí, lo sabía, yo tuve que ver mucho con esa decisión apresurada.
—Está bien. Si esto es lo que ella quiere lo haré.
Natalie estaba siendo muy intransigente. Desconocía el motivo que la hizo cambiar tanto, pasó de ser una madre despreocupada a una autoritaria y dominante. Me había obligado a trabajar, estaba recentida. No por el trabajo en sí sino por el lugar.
—Hoy te presentaré con los estudiantes universitarios que están de práctica y te unirás a ellos. Te daré un mes para observar y ponerte al día con lo que ellos hacen. Vendrás a trabajar en tus horarios libres, no quiero afectar tus estudios. Mañana me llevas a la oficina tu plan de clases, a partir de él elaboraré un plan de trabajo para ti.
—De acuerdo, señor.
No sabía qué decir o hacer, ¿cómo actuar frente a un hombre que de la noche a la mañana había ocupado el puesto de mi padre?
Llegamos al lugar destinado. El edificio de la empresa era bastante impresionante. El modelo muy modernista, se notaba la riqueza y opulencia de sus dueños. Bajé de la limusina con los pies temblando. Me sentía intimidada.
—Sígueme, Layla —ordenó el señor Moore.
Así lo hice. Desde la misma entrada toda persona que nos encontrábamos inclinaba la cabeza ante ese señor poderoso que ahora era mi padrastro. Me di cuenta que nos seguían unos hombres muy fuertes, serios y misteriosos, eran sus guardaespaldas. Esos sujetos intimidantes solo nos siguieron hasta el ascensor.
Isaac oprimió el botón qué indicaba el último piso, cuando las puertas se abrieron lo seguí hasta llegar a una oficina muy grande y bastante concurrida. Creo que el espacio era tan grande como para ocupar esta planta casi por completo, el área se dividía en secciones, con paredes blancas de poca altura.
Cuando el señor hizo acto de presencia todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo, actividades o conversaciones, se pusieron de pie cómo movidos por resortes y saludaron al recién llegado con increíble respeto.
—Buenos días para todos, hoy les traigo una nueva compañera de trabajo, es una estudiante de práctica, espero que la cuiden y la asesoren bien.
—Sí, señor —respondieron casi al unísono. ¡Qué gran respeto!, admiré.
—Darien, la dejo a tu cuidado en especial.
—Sí, señor —respondió un hombre de unos 25 ó 30. No soy muy buena para calcular la edad de las personas.
—Bien, eso es todo, sigan en lo que estaban —expresó y salió.
Cuando se marchó el señor Moore todas las miradas y las expresiones cambiaron de inmediato. Me miraban con curiosidad y con desprecio o desaprobación, no estoy segura. Por primera vez en mi vida me sentí acomplejada con mi forma de vestir. La verdad es que estaba fuera de lugar. Pero de momento todos volvieron a la anterior expresión de sumisión y respeto, incluso más marcada que antes. Me quedé desconcertada.
¿Y ahora qué?, ¿esta gente era bipolar?
—Mira quién está aquí, mi querida hermanita —una voz varonil habló muy cerca de mí, a mis espaldas.
Contrario a lo que parecía las palabras “mi querida hermanita” eran pronunciadas con cinismo e hipocresía. Por suerte habló bajo, sólo para que yo lo escuchara. Su aliento rozó mi oreja y un extraño escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Estaba demasiado cerca para mi gusto.
—Sigan con su trabajo, no necesito nada de ustedes por el momento —la orden fue dada con tanta seguridad y autoridad que hasta yo me aturdí y sentí deseos de ponerme a trabajar, aún cuando no sabía siquiera que tenía que hacer aquí.