Capítulo 5 Mi amiga Emma.
Solo cuando se cerraron herméticamente las puertas del ascensor respiré con alivio y mi cuerpo se desplomó.
¡Qué demonios ocurrió en esa azotea?
Sus acciones y su expresión eran totalmente opuestas a sus palabras. Recordé la conversación que tuve con su padre claramente.
—Te aconsejo que te mantengas lo más alejada de él que puedas. No trates de agradarle, no le lleves la contraria si puedes. No te sientas comprometida porque te has visto obligada a convivir con nosotros y a trabajar en la empresa.
El señor me advirtió que me mantuviera alejada de Owen y que no lo provocara. En este momento fui realmente consciente del significado. Tenía que acatar su consejo, por algo me lo dio; quién mejor que el árbol viejo para conocer su semilla. Las puertas se abrieron poco tiempo después y salí del interior como alma que lleva el diablo.
—¿Estás bien? —me preguntó Darien preocupado apenas llegué a mi puesto.
—Sí, estoy bien, no te preocupes —no pude contener el ligero temblor de mi voz.
—¡Pero estás muy pálida!, ¿el vicepresidente te hizo algo? —demandó alterado.
Alcé mi mirada aterrorizada.
—No, no, no.
Negué sin control, con mi cabeza, mi boca y hasta con las manos.
—Está bien, pero cálmate por favor. Puedes confiar en mí, te defenderé de ser necesario, si lo prefieres habla con el presidente sobre la conducta de su hijo contigo, yo puedo hacerlo en tu lugar si me lo permites.
Mis acciones, lejos de despejar la duda, lo perturbaron más. Respiraba profundo mientras trataba de organizar las ideas en mi cabeza, escuchaba las palabras de Darien como si me hablara desde la distancia. Cuando por fin logré calmarme hablé.
—No te preocupes, de verdad que estoy bien, Owen... es decir, el vicepresidente, no me hizo nada; únicamente quería hablar a solas conmigo, todo fue un malentendido.—no parecía convencido, comprobé, entonces continué explicando—, La culpa fue mía porque le grité frente a todos, no obstante todo quedó arreglado.
—¿De verdad?
No me creía todavía.
—Te lo aseguro.
Me esforcé por sonreír lo más natural y calmada que pude.
—Bien, si tu lo dices te creeré, puedes irte.
De todos modos lo iba a hacer, Owen lo ordenó.
Al día siguiente al medio día:
Trabajaba cuando sonó mi celular, estaba esperando esa llamada, era mi mejor amiga.
—Hola, Emma.
—Estoy aquí abajo —contestó del otro lado de la línea.
—Ya bajo, espérame.
Colgué, estaba sola en la oficina, no había ido a almorzar con mis compañeros por esperarla a ella. Al salir por la puerta giratoria de cristal del primer piso la vi a lo lejos, recostada a la pared de cristal de la parada de autobús. Mi amiga era inconfundible, tenía el mismo estilo gótico que yo me vi forzada a abandonar. Me acerqué a ella con una sonrisa cariñosa, la había extrañado todo este tiempo, siempre estuvimos juntas, desde antes de la primaria. Éramos amigas desde la guardería, las memorias a su lado se me perdían en el tiempo, me era imposible recordar la primera vez que nos vimos.
—Layla —gritó emocional apenas me vio, corrió hasta mí y me abrazó con fuerza.
—Amigas por siempre —dijimos al unísono mientras chocabamos las palmas y luego las caderas, era nuestro saludo desde pequeñas.
—Te extrañé, loca.
—Yo más —expresó Emma con sollozos.— Te ves totalmente diferente. Estás más hermosa.
—No digas tonterías, nada es como parece.
—¿Y ese edificio es donde trabajas? —indagó curiosa.
—Sí, es de mi padrastro.
—¡Todo el edificio? —asentí—, wao, es genial, ¿tu mamá donde conoció a su dueño?
Buena pregunta, ni yo lo sabía. Me encogí de hombros simplemente.
—Qué bueno que tu vida cambió para mejor, amiga.
«“Mejor”, si ella supiera.»
—Preferiría la vida de antes, me siento muy sola —confesé—, ¿almorzaste?
Pregunté en parte porque quería cambiar el rumbo de la conversación, me estaba poniendo sentimental y odiaba eso.
—No —respondió simplemente.
—Entonces vamos, por aquí mismo hay un restaurante que me gusta.
—Todo por esta zona se ve muy costoso, no puedo darme ese lujo —confesó Emma apenada. Yo mejor que nadie lo sabía; igual antes, tampoco podía darme ese lujo ni aunque quisiera.
—No seas tonta, yo invito.
—Bueno, si tu puedes yo acepto —por suerte no se resistió.
La llevé hasta un restaurante muy fino que había visto un par de veces de paso, sin embargo nunca había entrado, qué mejor momento para hacerlo que con la compañía de mi mejor amiga.
—¡Oh!, asombroso, nunca creí poder entrar a un lugar así.
Comentó por lo bajo.
—Señoritas, buenas tardes —nos atendió cortes un joven—. Adelante. ¿Prefieren comer aquí, en algún piso en especial o en la azotea quizás?
—La azotea por favor —decidí de inmediato.
Comer al aire libre y con la vista de la gran ciudad llamó mi atención. El chico nos ubicó y después nos dejó a solas para analizar la carta.
—¡Vaya!, esto sí que es hermoso —comentó mi amiga. Miraba todo a su alrededor con deleite y entusiasmo, me alegraba mucho verla así.
—Mira la carta y pide lo que quieras.
Me obedeció al instante.
—¡Oh! —exclamó, Emma.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—¡Todo es muy caro!
—No te preocupes, tengo como pagar —la tranquilicé.
—No entiendo estos nombres raros, quiero comer carne roja hasta llenarme.
—Está bien, yo pediré por ti.
Le hice una seña al joven mozo para que se acercara.
—Señoritas, ¿decidieron?
—Sí —contesté y luego pedí varios platillos diferentes con carne de res—. Por favor, que cada uno ocupe 2 porciones y ensalada verde para acompañar, estos platillos—, señalé los que quería en la carta de comidas.
—Pero señorita, son los platillos más costosos, ¿segura que quiere tantos? —advirtió, cohibido y con bondad, creyendo seguramente que no había reparado en los precios.