Capítulo 6 Una silueta monstruosa.
—Layla, ¡hay cerezas y que rojas y grandes están! —gritó Emma entusiasmada mirando en dirección del cerezo, caminó hasta él y tomó una, pero cuando se la iba a llevar a la boca me di cuenta de que algo se movía en la superficie del fruto maduro.
—Espera —grité alarmada—, mira la fruta—; señalé con el dedo índice lo que sostenía en su mano derecha y que estaba a punto de comer. Se detuvo y miró con atención la cereza. Cuando mi amiga vio el pequeño gusano que salía desde el interior de la fruta, pegó el grito del siglo y la lanzó lejos.
—¡Qué asco!, casi me como un gusano—Layla, estamos en pleno verano, ¿cómo es posible que tenga cerezas este árbol? No me extraña que estén infestadas, no es su época.
Era verdad, recapacité, no me había dado cuenta de ese detalle, pero yo había comido muchas de esas frutas a lo largo del tiempo que he estado aquí y eso no me había pasado.
¡Habré comido gusanos sin darme cuenta?
Ese pensamiento me hizo arquear con náuseas.
—Bueno amiga, no se pueden comer, vámonos de aquí —sugerí.
Le eché un último vistazo al árbol. ¿Cómo era posible que tuviera gusanos cuando sus frutos se veían de primera calidad desde cualquier ángulo? Sacudí la cabeza contrariada. Tomé a Emma por el brazo y caminamos juntas hacia la piscina.
—Quiero meterme al agua. Vamos a aprovechar la tarde —habló con entusiasmo.
Nos quitamos el pareo y las sandalias, lo primero lo colocamos doblados sobre una tumbona y lo segundo debajo de ella. Mientras yo me lancé de cabeza en la parte honda ella bajó por el centro, metiendo primero las piernas y después dejándose caer de a poco, sostenida todo el tiempo del muro con sus manos. Yo la observaba mientras nadaba hacia ella.
—Bruja —le grité muy cerca y la muy tonta se asustó, soltándose de la impresión. Formó un aspaviento como si se estuviera ahogando. La observaba con el ceño fruncido de pie a su lado, el agua me llegaba hasta la altura de los senos.
—¡Oh!, si doy pie.
Claro que daba, eso lo sabía de sobra.
—¿Cuando vas a perder el miedo? —inquirí.
—Lo dices porque tú no eres la que caíste en el agua cuando pequeña y casi te ahogas.
Ese viejo trauma permanecía, me enojaba.
—Con más razón debes aprender a nadar. Ven, yo te voy a enseñar.
—¿De verdad? Tendrás paciencia —se animó.
Por el bien de mi querida amiga podía tener toda la paciencia del mundo. Me puse a enseñarle a nadar, mientras lo hacía recordé a mi padre. Él fue quién me enseñó a mí, gracias a su empeño podía hacerlo bien, desde pequeña me llevaba con él a nadar: ya fuera al mar, lagos o piscinas. Cuando joven se lesionó el hombro y tuvo que abandonar sus sueños de dedicarse de forma profesional.
—¿Es así? —la voz de mi amiga me sacó de los recuerdos.
—Mueve más los pies —la corregí. Tenía mis manos colocadas en su estómago por debajo del agua, sosteniéndola.
En esa actividad pasamos un buen tiempo y la noche se hizo profunda. A mi mente vino el recuerdo de la presencia que me inmovilizó aquí en la piscina, en medio de un apagón. Apenas habían pasado 2 días de esa aterradora experiencia. Aún no sabía si fue real o tuve una crisis de pánico al quedarme a oscuras.
—¿Qué te pasa amiga? —Emma interrumpió el hilo de mis pensamientos. La miré aún aturdida por el recuerdo. Creo que por el hecho de estar aquí y siendo de noche se sintió como si lo volviera a vivir.
—Nada —mentí.
—¡Como que nada, Layla! Estabas lejos —se refería a mi mente, la entendí—, y tenías una expresión de miedo.
—Solo recordé algo desagradable...
—¿Que pudo ser para ponerte así?
—Nada importante, paranoias mías. Te había dicho antes que me desagrada mucho estar aquí.
—Aunque te desagrade este es tu hogar, debes hacer tu mejor esfuerzo para adaptarte. Estamos juntas de nuevo, espero que mi compañía te ayude en algo, amiga.
—Creo que sí, gracias a ti soy capaz de quedarme en la piscina hasta esta hora.
—¿Por qué no lo hacías?
—Me daba miedo —confesé a pesar de que siempre he sido reacia a admitir mis temores.
—¿Miedo a qué o de qué? Tú siempre has sido muy valiente.
Pensé en abrirme por completo y contarle todo lo paranormal que me estaba sucediendo aquí, pero me arrepentí, no le haría bien a mi amiga conocerlo. No quería que ella también estuviera asustada, alerta y preocupada como yo.
—Ya te dije que son paranoias mías, nada es real.
—No parece que sea algo sin importancia por tu expresión, pero si no quieres decirme no te puedo forzar. Parece que no confías en mí.
Se veía ofendida.
—No seas tonta Emma, de verdad no es importante. Estoy muy feliz de que estés aquí conmigo, no quiero guardar recuerdos de ti enojada —reproché.
Emma me abrazó al instante.
—No lo haré, te extrañé demasiado, no podría enojarme contigo aunque quisiera. Te quiero mucho.
—Yo igual —dije y correspondí a su afectuoso abrazo.
El tiempo que estuve con Emma se fue volando y nada extraño pasó mientras estuvo aquí.
Acababa de despedir a Emma y ya la extrañaba, la mandé de regreso en un taxi que le pedí y pagué el viaje de regreso a su casa. Me sentía aburrida, subí a mi habitación y la sentí más grande que nunca sin su presencia ruidosa. Ella solo me hizo compañía por dos noches y me acostumbré a su compañía. No soporté más tanto aburrimiento y salí a caminar, mis pasos me condujeron hasta el patio trasero.
Era de noche pero todo estaba bien iluminado. Caminaba por el borde de la piscina concentrada en mi celular cuando de repente resbalé con algo que había en el suelo, no sé si era la cáscara de una fruta o qué mierdas, abrí los brazos en jarra para tratar de equilibrar mi cuerpo sin embargo no fue suficiente, me fuí de espaldas y la parte tracera de mi cabeza pegó contra el duro pavimento. El impacto provocó un dolor agudo que atravesó todo mi cerebro cómo un relámpago, un sonido estridente me atormentó, se sintió como si cada parte de mi cabeza fuera removida de su sitio y unas pequeñas luces blancas bailaron ante mis ojos.