Capítulo 11 La Isla misteriosa.
Me tomó de la mano sin esperar respuesta y me jaló hacia él de camino al mar, de pronto el día se oscureció y el sonido estrepitoso de un trueno me sobresaltó. Un viento fuerte obligó a Alan a soltar mi mano y retroceder hasta caer de nalgas en el agua.
¿Qué raro?, hacía un tiempo tan bueno hasta hace un momento.
—¡Layla! —giré la cabeza sorprendida hacia el lugar de donde provenía la voz conocida y me quedé paralizada. No podía creer lo que estaban viendo mis ojos. Lo había extrañado, más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—¿Qué haces aquí?
Genial saludo, Layla; me reproché internamente.
—¿No puedo? —alzó una ceja y sonrió con su toque irónico característico. Era toda una pintura artística de pies a cabeza, llevaba un short de baño que le quedaba como broche de oro y todo lo demás al descubierto.
¡Eso era mucho material para mis ojos inocentes!
—No es eso, es que hace tiempo no te veía—me obligué a entrar en razón y aparté la mirada de su cuerpo y la fijé en sus ojos azul oscuro.
—Estaba ocupado —respondió muy serio.
¿Ocupado sin salir de sus aposentos? ¿Qué tipo de ocupación era esa? No lo imaginaba como un fanático enfermizo de los videojuegos.
—Hola, señor Moore —Alan nos interrumpió. Me parecía que saludaba al padre en vez de al hijo.
—Hola, Alan.
Así debió saludar Alan si se conocían de antes, en mi opinión.
—¿Se conocen? —pregunté con incredulidad lo obvio.
—Es el hijo de uno de los accionistas de mi compañía —aclaró mi hermanastro.
—Ah, okay —respondí como si su respuesta no fuera la gran cosa, no quería seguir quedando como tonta. Alan tampoco era cualquier chico. No estaba acostumbrada a este mundo de poder.
—¿Estás bien? —no pude evitar preguntar a pesar de que era evidente que él no quería reconocer que algo le había sucedido.
—Puedes verlo con tus propios ojos.
Lo miré por instinto y me quedé sin respiración, estaba más apuesto y radiante que nunca, era todo un Adonis. Su semblante lucía fresco y despejado. Por su aspecto parecía rebosante de salud.
—¿Te gusta lo que vez?
El brillo malicioso reflejado en sus ojos me enfureció.
—No, no me gusta para nada —grité en mi defensa.
—Mentirosa —se burló.
Me daba vergüenza ser tan obvia.
—¡No miento! —creo que estaba roja, mi cara ardía como si tuviera fuego por dentro.
—¿Ustedes se conocen bien? —intervino Alan.
—Es mi hermanita.
—Es mi hermanastro.
Respondimos a la vez.
Alan pasaba de un rostro al otro, sorprendido.
—No comparten la misma sangre —confirmó Alan.
—No, pero es mi familia y te prohíbo que la vuelvas a tocar —dictaminó Owen más frío que el polo norte y sur.
—Solo la guié al agua —aclaró Alan nervioso.
—¡Qué no vuelva a suceder! —su mirada era de relámpago y su rostro de piedra mientras miraba a mi cohibido amigo.
—De acuerdo —aceptó Alan intimidado.
Estaba realmente feliz de verlo y tan bien de salud que no podía controlar mis emociones. Una sonrisa tonta se dibujó en mi rostro, mientras lo observaba derrochar sus aires de superioridad con Alan. El short de baño que traía le quedaba tan sexy, por más que trataba de no mirarlo no podía evitarlo. Mi hermanastro estaba demasiado bueno. Lo había extrañado tanto que dolía, a pesar de su carácter difícil. Se giró en mi dirección y cambié mi vista hacia el océano para disimular.
—Regresarás conmigo —ordenó Owen.
—Pero todavía es temprano, no hace mucho que llegué, quiero quedarme un poco más —objeté.
—No dije que fuera en este momento —esclareció.
—Oh, es verdad —murmuré apenada.
El tiempo se había despejado por completo y estaba como antes de la llegada de mi hermanastro.
—¿Quieres nadar conmigo? —invité a Owen sin pensar, lo miré al rostro nerviosa y él alzaba una ceja interrogativo—. Si quieres.
Desvié la mirada asaltada por una timidez repentina.
—Ven, sígueme —tomó mi mano y me adentró al mar—. Súbete a mi espalda.
Lo miré interrogativa y asombrada, incluso dudé de mi audición.
—¡Qué?
—Súbete ya —ordenó impaciente.
Lo hice cohibida y luego él comenzó a nadar adentrándose cada vez más a lo profundo.
—¿Qué haces?
—Nado.
Obvio, idiota.
—¡Estamos alejándonos demasiado de la orilla!
—Es mi objetivo.
—¡Y si hay un tiburón! —inquirí alarmada.
—Me lo cómo —aseguró como si fuera verdad.
—Muy gracioso —ironicé. Su humor era negro.
No obstante sin importar mis palabras siguió avanzando mar adentro.
—¡Es peligroso! —advertí.
—Me gusta el peligro —contestó enigmático.
—¡¡¡A mi no!!! —chillé.
—¿Tienes miedo?
Él estaba tan calmado y yo temblando. ¡Claro que tenía miedo!
—¡¡¡Sí!!! —grité sin reparos.
—¿No confías en mi? —preguntó inesperadamente.
—No es que no confíe, pero no eres ningún superhéroe ni nada por el estilo.
Rió por mi comentario, pero sin detenerse.
—Regresemos ya —supliqué. No sabía a qué demonios estaba jugando, pero no me estaba gustando en lo absoluto. Esta vez se estaba pasando de la raya. Sus insultos y sus rechazos podía tolerarlos, pero que pusiera en peligro mi vida, NO.
—Ten paciencia.
¡Tener paciencia! Eso era absurdo. ¡Solo faltaba que me dijera que debía morir callada?
—Estabas enfermo, puedes recaer —intenté persuadirlo de otra manera. Owen era demasiado testarudo.
—¿Quién dijo que lo estaba? —interrogó.
Lo imaginaba por su desaparición.
—Entonces, ¿qué tenías? —decidí ignorar su pregunta y hacerle otra en su lugar.
—No es de tu incumbencia —respondió el energúmeno de siempre, se había tardado.
—¿Quiero saber? —insistí, no iba a desistir tan fácil.
—La curiosidad mató al gato, rockera.
Seguía nadando manteniéndo la velocidad, no sabía que una persona pudiera nadar tan rápido. Nadaba mil veces mejor que yo y lo más increíble, no parecía cansarse.