Enamorada de un Monstruo

Capítulo#13 Cumpleaños.

 Capítulo 13 Cumpleaños.

 

—¡Owen! —lo llamé por impulso.

Detuvo sus pasos y se giró.

—Dime, rockera —su voz era derrotada, parecía que el mundo se le hubiera derrumbado y caído encima.

Me quedé en silencio, aturdida, no sabía que decirle, solo quería que no se fuera.

—Nada.

El cielo estaba rojizo, estaba a punto de anochecer. Owen reanudó sus pasos y se marchó, lo observé hasta que desapareció tras cruzar la doble puerta de la mansión.

«¡Layla, decídete de una maldita vez!, o es Owen o Nefilim, no puedes tenerlos a ambos», me recriminé, enfadada conmigo misma. Sentía deseos de llorar, estaba tan confundida.

Días después:

Era mi cumpleaños, mis 16 primaveras, había tenido un día largo y agitado, por suerte en mi nueva escuela y en mi trabajo nadie sabía, pero me sentía deprimida porque mi madre lo había olvidado. En días como estos extrañaba a mi padre y su ausencia dolía... Mi amiga Emma me pasó a recoger para llevarme con mis viejos amigos. Me divertí con ellos como hace mucho no lo hacía, olvidando todos mis problemas, extrañaba mi antigua vida.

Fuimos a una sala de Karaoke y me sorprendieron con un pastel de cumpleaños y al apagar las velas mi único deseo fue: «¡orden en mi vida!» Deseaba que se aclarara mi cabeza y se ordenaran mis ideas, que me quedara claro a quién amaba de verdad. Estuvimos un par de horas, quizás un poco más: conversando, cantando y bailando. Nos pusimos al día despues de una prolongada separación y hasta tomamos algunos tragos. Uno de mis amigos trajo una botella de tequila a escondidas. Luego nos despedimos, aún no se había cumplido mi mes de castigo, por lo tanto mi madre no debía enterarse de nada. No podía dejar que me cogiera la noche o sospecharía. Era la primera vez que infringía las normas del castigo.

Antes de salir me lavé la boca y me acomodé bien la ropa y el cabello porque estaba en completo desorden y como toque final, un poco de perfume. Cantar mi canción favorita hizo que me enloqueciera un poco: "Bless the child", de la banda de metal Nightwish.

Llegué a la mansión y al entrar me encontré con algo que no esperaba, estaba arreglada con toques festivos aunque demasiado elegante y refinado para mi gusto, aun así lo agradecí. Pensé que mi madre había olvidado el día en que me trajo al mundo porque todavía no me había felicitado, pero me estaba esperando con una sorpresa.

—Hija, ¡feliz cumpleaños!

Mi asombro fue enorme al ver al señor Moore y a Owen; sí, ¡era él!; salir detrás de unas puertas dobles con un carrito y encima una hermosa torta de cumpleaños de tres pisos, no de tamaño exagerado; pero la decoración era excelente: en negra con adornos rojos y en la cima el símbolo de música. Mis ojos se me aguaron, ellos estaban haciendo personalmente lo que normalmente haría la servidumbre, sin embargo lo estaban haciendo; me sentí honrada. Una orquesta, que no me había percatado de que estaba allí, empezó a tocar la melodía de feliz cumpleaños. Estaba verdaderamente sorprendida.

—Sopla las velas cariño —instó mi madre, estaba paralizada, reaccioné y lo hice.

—¿Pediste un deseo? —preguntó Owen, creo que lo miré como idiota.

—Sí —en realidad ratifiqué el mismo que pedí antes, cuando estaba con mis amigos.

Mi madre se acercó y me abrazó.

—Mi regalo querida.

Me dio un pequeño estuche y una caja de regalo. Luego se acercó el señor Moore.

—¡Felicidades, Layla! —una empleada se presentó, luego de sonar su habitual campana, y trajo una caja bien envuelta con un moño grande color rosa—, esto es para ti.

—Gracias —le dije a mi padrastro.

Owen se acercó a mí y temblé de forma involuntaria. Desde la vez que hablamos, al lado del cerezo, no volvió a dirigirme la palabra. Había llegado al punto de extrañar sus burlas y hasta sus palabras hirientes, cualquier cosa era mejor que la indiferencia.

—Es mi turno padre, ¿puedes dejarnos solos? —su tono pareció tener una amenaza implícita. Me pareció raro.

—Claro, me retiro.

Se alejó presuroso; no se por qué, pero tuve la impresión de que el señor Moore le temía a su hijo.

—Felicidades, hermosa —su voz melódica y sensual captó toda mi atención, olvidé todo lo demás, solo Owen ocupó mi cabeza.

Me apartó un mechón de cabello que tenía en mi cara y lo colocó tras mi oreja con delicadeza. Me provocó cosquillas y reí nerviosa. Una empleada se acercó con una bandeja con diversas bebidas, tomé una copa distraída, me lo bebí de un trago y la devolví vacía al mismo sitio de origen. Era un coctel manhattan, eso estaba fuerte, creo que me había tomado la bebida que era para mi madre o del señor, con razón me miró sorprendida la chica. Mastiqué la cereza que me quedó del trago, tuve suerte de no tragármela por accidente. Estaba nerviosa, exaltada y feliz.

Owen me extendió dos cajas de regalo, una pequeña y otra más grande y luego sacó, de debajo de la mesita de ruedas donde estaba colocado el pastel, un ramo grande; pensé que era de flores, pero no; era un arreglo frutal con bombones de chocolate intercalados, ¡estaba tan emocionada!

—Lo siento por no poder quedarme más tiempo, te juro que me encantaría, pero tengo que irme.

Todo se derrumbó tras sus últimas palabras. Era demasiado hermoso para ser verdad. Mi sueño se derrumbaba sin siquiera haberse hecho de noche, ¡hasta la magia de la Cenicienta duró hasta la media noche!, sin lugar a dudas la felicidad no era para mí. Me sentí tan decepcionada, aunque adornara sus palabras igual se estaba yendo, no se podía quedar a mi lado tan siquiera esta noche que era especial para mí. Asentí aguantando las lágrimas que amenazaban con escapar, Owen se acercó y depositó un beso fraternal en mi frente y se marchó presuroso sin mirar atrás.

La orquesta siguió tocando, el señor Moore y mi madre me dedicaron toda su atención; todos los empleados de la casa vinieron a felicitarme, incluido los vigilantes, sin embargo después de que se marchara Owen, nada fue igual. Mi mundo se volvió gris y reía y actuaba aparentemente alegre, pero estaba rota por dentro. Era como si me hubiera colocado una máscara de payaso alegre, sonreí por fuera mientras lloraba por dentro. Después de la cena especial, que me preparó mi madre y su esposo y que apenas probé, pude escaparme hacia la tranquilidad de mi habitación. Me lancé de bruces sobre la cama apenas llegué y lloré libremente sin más restricciones.




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