Capítulo 18 Luna de sangre.
Luego de mis palabras hacia mi amado me dejé caer al vacío. Cerré mis ojos y una sensación extraña de cosquilleo hormigueaba en la boca de mi estómago, el viento fuerte golpeaba mi piel causando que escocieran todas mis heridas y el cabello azotaba mi cara y mi cuerpo haciéndo de mi caída un proceso más doloroso, mientras era plenamente consciente del final trágico que me esperaba.
Algo o alguien detuvo mi caída bruscamente, el agarre fue fuerte aunque no me hizo dañó, imaginé que era Nefilim, que quizás había escuchado mi declaración y había corrido a salvarme. Abrí los ojos con esa esperanza, pero para mi horror estaba en los brazos enormes de la criatura colosal.
Grité espantada como nunca, era un chillido estridente de horror, angustia y desesperación.
—Basta, Layla —ordenó la horripilante criatura. Aun así no me detuve. Me depositó en el suelo y al mirar en rededor descubrí, para mayor horror, que estaba de regreso en el mismo sitio de partida. Tuve una fuerte sensación de déjà vu.
—Lo siento, Layla; te hice mucho daño, sé que nunca me podrás perdonar, ni yo puedo..., ¡pero por primera vez, en toda mi larga existencia recupero la conciencia! Creí que era algo imposible..., y es debido a ti. Tú lograste que recuperara el control. ¡Tú hiciste el milagro!
A pesar del terror que sentía me obligué a mirarlo, ¡era enorme!, de proporciones desmesuradas, creo que yo era del mismo tamaño y el mismo ancho que uno de sus brazos. Esta creatura era un nefilim, de eso estaba segura por su apariencia más no podía ser mi Nefilim, ¡pero hablaba como él y sabía mi nombre! Era algo que me tenía desconcertada.
«Quizás era su padre o su hermano mayor», imaginé.
—¡Estás lastimada! —su voz, a pesar de ser áspera y escalofriante, parecía preocupada.
Se acercó, quizás para ver mejor mis heridas, pero yo retrocedí espantada.
—Está bien que me temas, no obstante déjame ayudarte.
¡Ayudarme! sí como no, ironicé en mi cabeza. Miré las poderozas garras en sus nudillos que parecían espadas. Cada una de ellas era del tamaño de uno de mis brazos. Aparté la mirada y la fijé en el auto de mi madre, solo serviría para chatarra. Meneé la cabeza de un lado a otro. El gigante se alejó caminando y lo vi desaparecer tras una puerta colosal, no sabía si sentirme aliviada, estar sola allí también me daba mucho miedo. Temblé de pies a cabeza, no sé si fue por frío o por temor, quizás ambas cosas.
El nefilim apareció por la misma puerta por la que se fue y me recogí toda, me abracé con mis manos sin apartar mi vista del monstruo. Retrocedía atemorizada a medida que él cortaba la distancia, mis pasos eran de hormiga comparados con los suyos. Un grito ahogado se me escapó de la garganta, era imposible no temer a algo tan grande.
—Tranquila, Layla; soy yo, Nefilim —su voz me pareció conocida, era sombría y gruesa como la de Nefilim, aunque con más intensidad y gravedad.
¿Pero como iba a estar tranquila?, evidentemente no era el mismo Nefilim que yo conocía.
—¿Me conoces? —logré preguntar, mi voz apenas fue audible y demasiado temblorosa. Mis dientes castañeaban sin parar.
—¡Claro que te conozco¡
¿Nefilim le habría hablado sobre mí? Pensé aturdida. Estaba demasiado cerca y no sé porqué razón me vino a la mente una historia bíblica: "David y Goliat". Seguro que a la vista de un espectador éramos la viva representación de ese suceso. Ese relato enseña que el más pequeño puede vencer al más grande, pero en mi caso era una maldita broma intentarlo, jamás podría derrotar a esa creatura intimidante y fuerte, ¡ni las cadenas que colgaban de su cuerpo pudieron detenerlo! Menos podría hacerlo yo, una mosca insignificante. No tenía una piedra y mucho menos una honda para lanzarla, y eso sin contar que mi puntería era pésima. Miré la cabeza enorme del nefilim y sus cuernos en forma de corona desafiantes; dudaba que algo pudiera siquiera lastimar su poderosa cabeza diabólica.
—Pero yo a ti no, ¡aléjate por favor!, ¡no te acerques más! —grité fuera de mí.
El nefilim no se detuvo, en cambio estiró uno de sus brazos hacia mí y me espanté.
—¡No me toques! —chillé despavorida.
Choqué contra el muro de contención, no tenía hacia donde más huir a no ser que repitiera la misma historia, pero en esta ocasión el miedo no era tan fuerte como para tirarme. Entre suicidarme y quedarme al lado del gigante optaba por la última. No me parecía tan tenebroso y feroz como antes, al menos su mirada y su actitud habían cambiado: de depredadora y amenazante a preocupada y atenta. Su boca cerrada no se veía tan terrorífica y dispuesta a comerme. Se había vuelto más civilizado y no me veía como su presa.
—Si no quieres que me aproxime está bien, pero toma esto para que te cures tu misma.
Bajé mi vista y me fijé en sus manos, me percaté que lo que me extendió era un botiquín de primeros auxilios. Se veía tan pequeño e insignificante en su enorme mano que no había reparado en su existencia. Observé su acción con recelo por un instante sin moverme y después tomé lo que me ofrecía con manos temblorosas.
«Si me fuera a comer o a hacer daño no me iba a querer curar primero, ¿verdad?»
Al comprender este punto en mi cabeza confusa, me relajé un poco. Había estado en tensión por tanto tiempo que me dolía cada músculo de mi cuerpo.
—¡Ah! —me quejé adolorida. Parecía que me había pasado por encima una aplanadora, de ida y vuelta.
—¿Te duele mucho?
—¡Quedate quieto! —ordené azorada.
—De acuerdo.
—No te muevas —le dije con ese tono que significa algo así: no lo hagas porque te estoy viendo.
Se quedó muy quieto, tanto que parecía una estatua de piedra. En esa postura, con sus grandes alas caídas podría pasar por una gigantesca gárgola guardiana de este castillo.
—Siéntate —pedí intimidada por su gran altura.
Al instante me arrepentí y quise retractarme, pero era muy tarde: se había sentado. Verlo en esa actitud sumisa y obediente hizo que mi mente lo comparara con un cachorro.