Capítulo 19 Enferma.
—Debe ser incómodo para ti pequeña, es mejor detenerse, tengo miedo de perder el control.
Estaba loca, pero yo quería más; deseaba entregarme a Nefilim en cuerpo y alma.
Como una desvergonzada junté mis labios con los suyos, tenía fuego en mis venas, unas llamaradas ardientes que solo podía apagar Nefilim. Colé mis brazos entre los cornamentos de sus hombros y tiré de él hacia mi cuerpo; aun cuando él estaba agachado e inclinado hacia mí yo tenía que estar en puntillas de pies. La fría cadena que colgaba de su musculoso cuello molestaba mi delgado cuerpo, casi era de mi mismo grosor y me impedía abrazarlo de verdad. Palpé el grueso collar en su garganta y me dolió que él estuviera en esa condición, ¿quién fue capaz de encadenarlo así? Me aparté de su lado con pesar.
—¿Por qué tienes esas cadenas?
—Para no lastimar a nadie —respondió ecuánime.
—¿Pero quién te las puso? —insistí.
—Yo mismo lo hice.
Entendía el punto, no obstante quería asegurarme de que nadie le había hecho daño por ser diferente.
—¿Nadie te lastimó?
—¿Crees que alguien sería capaz de hacerlo? —respondió con una pregunta, sin embargo me hizo reflexionar y al final pareció absurda la mía.
De pronto me vino a la cabeza Owen. Recordé los ruidos que se escucharon desde las plantas superiores y me congelé en el acto. Comencé a temblar sin control, me llevé las manos al rostro y sentí un sudor frío. Me agitaba desesperada con pánico mientras oprimía mi pecho por el dolor intenso que causaron los fuertes latidos de mi corazón, acelerado y sin control. Una idea fija martillaba mi cabeza, no podía pensar en otra cosa.
—Layla, Layla —escuchaba la voz de Nefilim, no obstante era incapaz de reaccionar, imaginar que Owen no estuviera con vida era demasiado para mi estabilidad mental—. ¿Qué tienes?, ¡reacciona! Hazme caso. Respira profundo, deja salir el aire suavemente, de nuevo...
Lo hice tal cual lo indicó, una y otra vez, y poco a poco me fuí recuperando del trance.
—Me has dado un susto de muerte —suspiró aliviado.
Me había estabilizado, pero en mi mente solo tenía a Owen. Observaba a Nefilim sin interés, cuando de pronto lo ví disminuir de tamaño hasta quedar en el mismo que yo recordaba, ¡impresionante!
—Llévame de regreso a la mansión —pedí suplicante.
—De acuerdo.
Me tomó en sus brazos con fuerza y alzó el vuelo sin perder tiempo. Recosté mi cabeza en su fuerte y musculoso pecho y la dejé descansar allí, cerré los ojos y me dejé llevar, estaba débil y cansada.
Un tiempo después:
Descendió al balcón, pero no me soltó hasta depositarme sobre la cama. Quería saber de Owen, sin embargo no podía hacérselo saber a Nefilim, en primer lugar porque no podía predecir su reacción y en segundo porque si de verdad había hecho lo que más temía, podría abrir una vieja herida que permanecía latente. Decidí que era mejor esperar y averiguar yo misma lo que en realidad había sucedido, aunque no sé si mi mente y mi corazón aguantarían semejante suplicio hasta el amanecer.
—Puedes irte, estoy bien —le pedí con voz suave y expresión cansada, tratando de herirlo lo menos posible.
—De acuerdo —su voz era apagada y triste. Sentí como colocaba el edredón sobre mi cuerpo con delicadeza—. Descansa.
Depositó un cálido beso en mi sien del lado izquierdo, le había dado la espalda a propósito. Sentí sus pasos fuertes al alejarse junto con el sonido metálico de las cadenas. Lamentaba dejarlo irse de esa forma, pero necesitaba estar sola en este momento.
«Nefilim era un prisionero de sí mismo», pensé con pesar.
Esperé el tiempo que estimé suficiente y me levanté. Miré en rededor para asegurarme de que me encontraba sola, todo era un desastre. Salí por el hueco que ahora era la puerta de mi habitación. Estornudé, ojalá no pescara otro resfriado, caminé hasta las escaleras, pero en lugar de bajar, subí.
—Owen, Owen, Owen...
Llamé una y otra vez frente a la colosal puerta, incluso intenté abrirla; pero fue en vano. Estaba que me comía las uñas por los nervios, al borde de otro ataque de pánico. Me recosté a la puerta y me dejé caer hasta el suelo, resbalando lentamente. Abracé mis piernas recogidas y lloré. Abrí los ojos asustada, creo que me dormí porque todo estaba claro. Me incorporé y limpié mis lagañas; no sabía si las tenía, pero igual lo hice en ambos ojos.
Dudé entre llamar a Owen o bajar, me decidí por lo último, quizás el personal de la mansión estaría en sus puestos y temía que me escucharan. Después de todo esta era zona prohibida. Solo faltaba el dichoso cartel de: Prohibido el paso, peligro☠️, para ser más dramático.
Bajé hasta mi habitación y me acomodé para asistir al colegio. Apenas era miércoles. Me extrañó no toparme a nadie en todo el camino, la mansión estaba desierta, me pareció tan raro. Esperé hasta que me di cuenta que si seguía aquí llegaría tarde a mi primera clase del día. Llamé un taxi y mientras daba tiempo a que llegara, tomé un poco de jugo. No tenía hambre por eso no me preparé nada, no obstante mi garganta se sentía reseca y el cuerpo me pedía líquido. Tenía la esperanza de ver a Owen antes de marcharme pero no sucedió.
Tiempo después:
—Layla, ¿que tienes?
Alan tocó mi frente preocupado.
—Tienes fiebre —confirmó.
Me sentía muy mal.
—Vamos, te voy a llevar a la enfermería —dictaminó trémulo.
Hice una mueca de fastidio.
—Sin protestar —me advirtió y luego habló en tono alto, capaz de hacerse escuchar en todo el salón y los alrededores—. Profesor, permiso para llevar a mi compañera a la enfermería, tiene fiebre.
—Llévala hasta su casa de ser necesario —sugirió el profesor.
Alan me ayudó a incorporarme y me sostuvo para caminar, me sentía muy mareada, trastabillé y si no es por su atención creo que me abría caído.
En la enfermería me examinaron y me inyectaron. Me quedé un tiempo recostada en una camilla por orden del médico y Alan se sentó a mi lado en un sillón. Me quedé dormida. Cuando abrí los ojos lo primero que miré fue la hora, levanté mi mano y miré el reloj de pulsera, ¡eran la 1.10pm! Me removí agitada para salir de la camilla e irme, pero Alan me detuvo.