Enamorada de un Monstruo

Capítulo#26 Estamos locos.

Capítulo 26 Estamos locos.


La acorralé contra una pared y sin pensar la besé impulsivo.

Le robé un beso a la fuerza, no es algo que me enorgullezca pero no me podía controlar. Ella intentó liberarse, sin embargo no se lo permití; al contrario, la sometí con más ahínco. Quise alejarme de su lado, ¡juro que lo intenté!, no obstante ella con sus palabras y su actitud, me había dejado sin fuerzas.

Su resistencia no duró mucho, dejó de forcejear y sus brazos me enlazaron por la cintura. Exploré su boca a plenitud porque ella me lo permitió y gruñí gutural por el deseo tan feroz que carcomía mi ser. Antes no había probado el placer carnal de hacerla mía; pero ahora que conocía todo lo que se puede sentir..., quería arrancar su ropa aquí mismo y hacerla mía.

Estaba en modo animal, solo guiado por el instinto innato de poseer. Quería explorar su piel a plenitud, sentir su aroma a flores frescas, degustar el sabor ligeramente salobre de su cuerpo. Abandoné su boca jugosa y besé su mandíbula y la succioné en su punta con suavidad y seguí bajando lentamente, trazando un sendero con la punta de mi lengua por su delgado y largo cuello; pero al besarlo un recuerdo inesperado cruzó mi mente y gruñí fuerte; no obstante en esta ocasión fue de rabia.

Recordé la noche que mi padre irrumpió en su habitación y si no llego a tiempo no se que hubiera pasado con Layla... Recordar cómo la sostenía por su frágil cuello me dolía demasiado, por primera vez en mi vida me sentí impotente y desvalido; lo único que pude hacer ante mi padre fue suplicar. ¡Tuve tanto miedo de perderla ese día!, pensé que Lucifer destruiría su alma y su cuerpo para siempre, nada más con pensar en esa posiblidad mi pecho dolía; solo ella era capaz de hacer que mi corazón sintiera como el de un humano.

Después de que todo pasó y la dejé descansando en su cama, me fui sin percatarme de las marcas que dejó Lucifer en la piel de su cuello. Cuando regresábamos en la limosina, después de haber tenido el accidente de tránsito, fue que supe de su lesión. Ella la ocultaba con ahinco y de no ser por mi insistencia y osadía de quitar su suéter, no me habría dado cuenta de su existencia; en su habitación las ví con detalle y me maldije una vez más por causarle tanto daño. Tuve que contener mi furia para no hacer ningún comentario inapropiado, sabía que ella guardaba con recelo el secreto de mi otra mitad. Consideré que lo mejor para su tranquilidad mental era que pensara que no me di cuenta de nada.

Esa misma noche, mientras Layla dormía, entré a hurtadillas a su dormitorio y se las curé sin dejar rastro alguno de su existencia. Pero a pesar de que la había ayudado muchas veces y salvado su vida en reiteradas ocasiones, no dejaba de sentir que era yo el culpable de todo lo malo que le pasaba.

Me aparté y contemplé su hermoso rostro, ella tenía los ojos cerrados como esperando más de mis caricias, acaricié su cara con mis dedos hasta detenerme en su boca sensual con el dedo índice; ella la abrió un poco y lo introduje con deliberada parsimonía. Layla lo chupó y yo enloquecí, esa chica me excitaba hasta la locura. Saqué mi dedo y me comí su boca con hambre de placer. Ella sacó mi camisa del pantalón y coló sus manos tibias por dentro, acariciando mi piel con timidez.

—Layla, no aguanto más, tengo que entrar en ti —era una petición que rayaba en súplica.

Asintió con timidez, moviendo la cabeza arriba y abajo. No sabía que un simple gesto de asentimiento podía ser tan sensual. Mi pantalón amenazaba con romperse, incapaz de contener mi poderoso..., deseo. Era la primera vez que me sentía así en toda mi larga existencia, la lujuria era algo que experimenté por culpa de ella, debía pagar las consecuencias.

No esperé más, la cargué y subí Las escaleras de prisa, entré a su habitación y la deposité sobre su cama. La besé de inmediato sin poderme contener más, ella me recibió con la misma necesidad. Sin parar de chupar sus labios desabotoné su camisa de mujer, pero debajo tenía una blusa, gruñí por el desespero, quería sentir su piel, agarrar sus senos libres de barreras. Rompí su blusa sin lastimarla y arranqué su sostén.

—Lo siento, luego te compro lo que tu quieras —me disculpé, mi voz salió demasiado gutural y ronca.

Ella jadeó sumergida en el placer y el deseo, no le importó siquiera que su ropa quedara inservible, creo que ni cuenta se dio. Chupé la punta de su pezón y casi pierdo la razón, ella gimió y se retorció bajo mi caricia. Me aparté para contemplarla, a plena luz del día era maravilloso poder analizar cada detalle de su cuerpo. La amaba tanto que dolía, quería hacerla mía, no obstante siempre sería más grande la necesidad de cuidarla y protegerla. Retiré su pantalón ajustado y su prenda interior; quedó completamente descubierta para mí. Era divina, la adoraba cada vez más.

—Owen, hay que usar protección —pidió con timidez, abriendo los ojos de golpe.

Claro que lo sabía, la primera vez que estuve con ella fue tan inesperado que no pensé en ese detalle, no pensé en nada que no fuera en ella; mi mente se desconectó de la realidad... Pero luego de despertar, después de haber dormido a su lado hasta casi el amanecer, fue que pensé en la locura que había cometido. No quería que ella trajera un hijo mío al mundo, no porque sabía lo peligroso y doloroso que era, mi madre había muerto por traerme a mí a la vida. Jamás permitiría que Layla pasara por una experiencia similar.

Saqué un paquete de preservativos que me había propuesto traer siempre conmigo desde que estuvimos juntos, jamás los había usado porque, aunque parezca increíble, Layla era mi primera relación sexual. Ella era la primera en mi vida, en todo.

—Lo tengo aquí —se lo mostré con orgullo, sin embargo lejos de parecer satisfecha, se molestó.

Me miró con expresión asesina.  

—¿Qué sucede?, ¿hice algo mal? —estaba confundido.

Había cambiado su expresión de forma tan repentina y drástica que me desconcertó, de placer infinito a ¿odio?, no lo podía creer.




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