Capítulo 30 Adiós.
Poco a poco me adapté a estar con ambos y se hizo una rutina compartir mi vida sentimental con ellos, un día estaba con Nefilim y el otro con Owen. Tener relaciones sexuales el mismo día con los dos no podía. El tiempo pasó y era demasiado dichosa con mis amores. Ambos eran tan perfectos conmigo que no podía pedirle más a la vida y seguían mi ritmo; respetando las reglas que había impuesto en silencio para estar con cada uno de ellos.
Estaba en mi trabajo, sentada frente a mi escritorio, tenía muchas cosas por hacer; no obstante mis pensamientos se fueron volando hacia Nefilim. Había pedido libre la tarde de mañana porque quería dedicar tiempo para embellecer mi cuerpo, era su cumpleaños y quería darle una grata sorpresa.
—Rockera, ¿en qué piensas?
Me sobresalté al escuchar la voz varonil.
—En nada —respondí recuperando el control de mi mente. Era obvio que jamás le hablaría a Owen sobre Nefilim.
—En nada y hace un par de minutos que estoy aquí y no te diste cuenta —contradijo.
Aunque me había acostumbrado a mentirle a ambos no me resultaba para nada fácil en situaciones como esta, me sentía pésimamente mal.
—Lo siento —me disculpé apenada.
—Creo que trabajas demasiado, no te tomes las cosas tan a pecho, dedica más tiempo para ti. Si es muy fuerte llevar a la par tus estudios y el trabajo renuncia aquí. Tu madre y mi padre lo entenderán.
—¿Quieres que me vaya? —sus palabras, muy lejos de hacerme bien, oprimieron mi corazón.
—Claro que no, pequeña; únicamente quiero lo mejor para ti —aseguró con un tono de cariño. Me tranquilizó.
—Pero me gusta mucho trabajar aquí.
Expresé mi sentir con honestidad.
Me observó atentamente. Suspiró.
—Haz solo lo que te haga feliz.
—De acuerdo —asentí.
—Ven conmigo —ordenó de súbito; no perdía la costumbre, pero así lo amaba.
Me llevó hasta la azotea. Me quedé pasmada cuando salí del ascensor y miré en derredor; lo tenía todo arreglado como si fuera una cita exótica, hasta colocó un techo movible en lo alto hermosamente decorado para una ocasión muy especial y así no me diera el sol directamente, deduje. Sin paredes, al aire libre, el ambiente y la decoración te hacía olvidar que estabas en la gran ciudad de California.
—¡Wao!, ¡qué hermoso!, ¿a qué se debe la ocasión? ¿Es tu cumpleaños? —quería saber con exactitud a qué se debía todo esto; que él me lo dijera, no quería suponer cosas. Deseaba que fuera más comunicativo, que expresara sus sentimientos con claridad.
—No —respondió seco.
—¿Entonces? —inquirí intrigada, poniendo toda mi atención en su atractivo rostro.
—Quería hacer algo especial para ti, ¿te gustó?
—¡Me encantó! Es perfecto.
Había un juego de sofá con su mesita de centro; a un lado pegada a la pared, una heladera muy surtida, con puertas de vidrio en posición vertical; además una mesa con dos sillas y una parrillera donde se asaba carne. Owen se dirigió en esa dirección y la volteó. Era tan varonil que sus movimientos hipnotizaban. Luego de terminar con lo que hacía se aflojó el nudo de la corbata y se desabotonó el saco.... «¡Oh! ¡Estaba incluída una sección de stripper!» Me sentí acalorada y sofocada. Se quitó la chaqueta con arte (el arte de un seductor profesional) y la lanzó al descuido, o eso creí porque cayó perfectamente colgada sobre el espaldar de la silla.
—Relájate, Layla; siéntate si gustas.
«¡Qué me relajase?, ¡con ese espectáculo visual!» Nadie en mi lugar lo haría, menos yo que estaba fascinada con ese hombre y con todos sus atributos que conocía de memoria. En lugar de hacer lo que sugirió caminé despacio hasta él y lo abracé por la espalda, puso sus manos cálidas sobre las mías.
—Gracias por ser tan especial conmigo —susurré.
—No sabía que te ibas a poner tan emocional —expresó mirándome fijamente.
—Te amo —dejé salir mis sentimientos de pronto, sentimental; con los ojos aguados.
Aunque solo me había dicho que le gustaba o como mucho que no podía vivir sin mí, tuve la esperanza de que hoy sería el día en que me diría que me amaba. Pensé que Owen lo admitiría después de esta sorpresa que preparó para mí, sin embargo se quedó callado. Su silencio me dolió mucho.
Me aparté.
—Sabes que me gustas demasiado —expresó con ardor y me abrazó.
Pero gustar de alguien no es lo mismo que estar enamorado.
Aparté la vista de su rostro y contemplé lo primero que apareció ante mis ojos. Los globos de corazones eran preciosos, no obstante mirarlos en este momento me deprimió.
—No te molestes, eres la única mujer en mi vida —susurró sobre mi oído y me dio escalofríos. Me encogí involuntariamente. Mordió ligeramente el lóbulo de mi oreja.
—Detente —advertí.
—Se que eso te excita —habló seductor.
El muy sinvergüenza conocía mis zonas erógenas. Después de unas cuantas caricias expertas, se alejó y gemí por la impresión de perder su contacto de pronto y de modo tan repentino.
—Toma —me ofreció una bebida enlatada.
Menos mal que la comprobé antes de ingerirla porque era una cerveza.
—Estoy en el trabajo, ¿es apropiado? —dije irónica.
—El jefe te da permiso —rió sarcástico.
Rodé los ojos.
—Ridículo —solté.
—Infantil —atacó ameno.
—Presumido —Le saqué la lengua y le hice mueca.
—Niña, tonta —rió divertido.
—¿Qué pasa si alguien sube a la azotea?
De la nada me asaltó la duda y me preocupé.
—Nadie tiene permitido el acceso a esta parte —me informó altivo.
—Eres muy extremista, tirano.
—Hay otra azotea más abajo para los trabajadores —respondió ignorando mi agresión verbal.
Lo sabía, pero esta era mucho mejor.
—¿Por qué razón no le permites a nadie venir aquí?
Mi curiosidad no tenía límites.
—Porque es un área privada —respondió tajante.
Este era el edificio más alto de la zona y creo que también de la ciudad, era una verdadera pena que nadie más pudiera disfrutar de esta increíble vista.