Capítulo 31 Final.
Este capítulo está dedicado a una persona muy especial que me hizo muy feliz al condecorar mi obra.
Para ti: Astrea Solaris
¡¡¡Gracias por tu condecoración!!!
No pegué ojo en toda la noche, al día siguiente no tenía fuerzas para nada. Sonó la alarma y la apagué, pero no me levanté.
Un par de horas después:
—Hija, ¿estás ahí?
No tenía ganas de ver a nadie, no respondí.
—¡Hija!, Layla, ¡responde!, sé que no fuiste a la escuela porque me acaban de llamar. ¡Layla! ¿Te pasa algo, querida?, habla con tu madre. Se que estás ahí. El personal de servicio aseguró que hoy no saliste.
Total silencio de mi parte.
A pesar de que mi madre llamó, gritó, se enfadó y hasta trató de persuadirme con un tono amable y comprensivo no tuvo ningún efecto sobre mi estado.
—¡Layla!
Después de su último llamado no la volví a escuchar por un tiempo y pensé que había desistido, pero al sentir el sonido de la cerradura me di cuenta de que había ido a buscar una copia de la llave.
Entró.
La miré desganada y molesta.
—¿Qué es todo esto?
Se refería a los arreglos de cumpleaños y fue entonces que recordé que había decorado el cuarto para Nefilim. Ella lo observaba todo con asombro y desaprobación.
¿Qué le diría?, no tenía deseos de explicar nada.
—Es lo que vez —fue mi seca respuesta.
—¡A quién le celebraste el cumpleaños? —exigió.
—A nadie, madre; estaba aburrida.
—¡Eres el colmo! ¡Por qué no fuiste a la escuela?
—No me dio la gana —contesté malhumorada.
—Esa no es manera de hablarle a tu madre —me reprendió alterada, mirándome desde su altura con un gesto de enojo y demasiado seria.
—Pero es la verdad —aseguré sin importarme que Natalie estuviera enojada, estaba en una etapa de depresión y lo único que quería era estar sola y morirme.
—¡Me estás colmando la paciencia!
—No grites más, me estás lastimando los oídos —reclamé taponando mis orejas con mis manos.
—Lo que te voy a lástimar son las nalgas con la paliza que nunca te he dado —amenazó.
Torcí los labios y puse los ojos en blanco, pero no le contesté.
—Levántate para que vayas a trabajar.
—No lo haré —me rebelé, estaba renuente a todo. No tenía deseos de nada y menos de interactuar con el mundo. Solo quería echarme a llorar libremente hasta quedar seca por dentro, sin que nadie me molestara o me observara. Me dolía mucho la cabeza y el cuerpo en general. Mis ojos estaban tan pesados y parecían que tenían fuego por dentro. Temblé de frío, involuntariamente.
—¿Qué te sucede?, ¿estás enferma?
Estaba muerta, mi alma lo estaba.
Ella se aproximó a la cama y tocó mi frente.
—¡Tienes fiebre! Voy a buscar un termómetro.
Búscame un ataúd y entiérrame mejor. Lo pensé, pero no lo dije.
Salió en un repiqueteo de tacones y regresó poco después. Me colocó el equipo digital debajo de la lengua. Lo retiró cuando pitó y lo revisó.
—¡Oh!, 39 con 2(39,2ºC), ¡está alta!, vamos para el hospital.
—No quiero —me opuse de inmediato.
—Usted no se manda —refutó con mirada cortante.
—Es una gripe, madre; dame lo propio para eso y déjame tranquila —pedí más calmada para intentar persuadirla.
—Voy a buscar algo para bajar esa fiebre.
Lo hizo así y luego de tomar el medicamento y bajarlo con un jugo natural que también trajo, se sentó en la esquina de la cama y me miró con dolor.
—¿Es por la partida de Owen que estás así?
¿Qué acababa de decir? No podía ser real lo que escuché, tenía que ser producto del delirio por la fiebre. Owen no se puede haber ido también. ¡No puede...!
—¡De qué hablas madre?
Mi cabeza me daba vueltas, sentía como si fuera a colapsar en cualquier momento.
—Tu hermano se fue y creo que no regresará, hasta dejó una herencia, su abogado personal me contactó. Mañana tenemos que ir las dos a su despacho —me informó.
¿Herencia en vida? ¿Eso era posible? ¡¿Owen tendría una enfermedad terminal?! Me dolió el corazón de nuevo, tanto como lo hizo cuando Nefilim se despidió; me retorcí y grité incapaz de contenerme.
—¡Hija!, ¿qué tienes? Voy a llamar a una ambulancia.
Quería gritarle que no lo hiciera, pero no conseguí hablar. Luché por calmarme y lo conseguí, o por lo menos, que no se reflejara tanto en el exterior.
—No llames, me tomó desprevenida la noticia y me impactó. No sabía que Owen se iba.
Al menos no que se fuera hoy, ¿o fue ayer?, ni siquiera sabía en qué momento lo hizo, me trató como una total desconocida; era duro darse cuenta de que no signifiqué nada para él. Había olvidado por completo la conversación que tuvo con Alan. Había dicho que le quedaba más tiempo, me engañó. Al final todos los hombres son iguales, unos mentirosos desalmados. Todos los hombres de mi vida me abandonaron, incluso mi propio padre.
—Es mejor que te vea un médico para estar más tranquila —insistió Natalie.
—Te dije que no, madre. Me siento mejor.
—Aún así quiero estar segura.
—Si me vuelvo a poner mal prometo que iré sin rechistar, pero ahora te ruego que me dejes descansar.
Suspiró.
—De acuerdo.
Aceptó, no obstante se quedó en el mismo lugar.
—¿Puedes dejarme sola? —fui más directa.
—Está bien, me retiro; pero vengo dentro de un rato para ver si la fiebre te bajó con el medicamento.
Asentí.
Se marchó y dejé salir el dolor que estaba conteniendo. Mordí la almohada con todas mis fuerzas y hundí mi cabeza en ella. Lloré a lágrimas vivas hasta que sentí los pasos característicos de mi madre, sequé las lágrimas restantes con un manotazo. Me levanté y todo me dio vueltas, me senté confundida hasta que se me pasó. Me incorporé, caminé con lentitud y me metí al baño, justo antes de que mi madre asomara la cabeza. Me dio tiempo a escabullirme, a pesar de que ella estaba tan cerca, gracias a qué su teléfono sonó y se quedó tras la puerta conversando durante todo el tiempo que estuve mareada y un poco más.