Enamorada de un zorro | Saga: Kitsune

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Exactamente han pasado dos días desde que fuimos al mercado de espíritus y Evan se ha puesto pálido desde que volvimos.

Cada día lo veo más pálido y por más que le pregunte qué le pasa no me dice la razón. Cosa que me está empezando a molestar.

Antes de dormir el abuelo Juanjo le hacía unos conjuros para que pudiese dormir tranquilamente, pero aunque él duerma como un bebé yo no lograba estar tranquila.

Me quedo despierta en el sillón de su cuarto por si se empieza a sentir mal en la noche y aunque el abuelo me reproche por eso no desistiré, algo muy dentro de mí dice que él está en peligro.

De repente el abre sus ojos y al verme se sienta en la cama.

-¿Evan cómo te sientes? ¿Quieres comer algo? Te traje un poco de comida –Me levanto del sillón y me siento en la orilla de su cama.

-Estoy bien Lorrein – Se empieza a frotar el rostro, tiene ojeras y su tez va de mal en peor.

-Claro que no estás bien Evan, mírate estas demasiado pálido.

-Lo sé, pero no es nada solo estoy un poco enfermo.

-No Evan, eres un kitsune tú no te enfermas, ya dime de una buena vez la razón o te juro que romperé el trato. –Obvio que no lo hare pero tengo que amenazarlo con algo.

-Está bien, ya cálmate, no hay que llegar a esos extremos.

-¿Entonces me dirás?

Suspira -Si...te diré...Lorrein el contrato que hicimos tu y yo no está de un todo completo.

-¿A qué te refieres?

-Una de los requisitos para llevar a cabo el contrato es que durante todo un año cada mes debo beber de tu sangre.

Abro mi boca sorprendida, ¿sangre? ¡En internet no decía eso!

-¿Estás hablando enserio?

-Si Lorrein, muy enserio –suspira frustrado.

-¿P-pero por que no me habías dicho nada Evan? –Él me sonríe cansado.

-No quiero lastimarte pequeña –Dice y me toca la mejilla.

-No me lastimaras Evan –Pongo mi mano sobre la suya y él se tensa.

-Sé que si Lorrein, cuando se trata de ti no puedo controlarme

-Entonces no lo hagas, toma toda la sangre que necesites Evan...por favor

-No puedo hacer eso Lorrein

-Por favor Evan –Tomo el cuchillo que esta sobre el plato de comida que le traje. –Si no lo haces tú me sacaré la sangre yo misma.

-Mierda...está bien –Me tomó de la mano, haciéndome caer en la cama y se sube encima de mí. –Eres muy terca nena. –Sonrió feliz por que logre mi cometido -Espero que me perdones después de esto...

Evan acaricia mi cuello con las yemas de sus dedos, me besa y lame el cuello haciendo estremecerme por completo, muerdo mi labio tratando de contener mis jadeos. Lamió mi cuello una vez más y sin previo aviso sentí sus colmillos enterrarse en mi piel.

El dolor era soportable y a la vez un poco satisfactorio. Evan gruño y me agarro de la cintura presionándome contra él, succiono mi sangre hasta quedar satisfecho, me dolió cuando saco sus colmillos pero mientras el este bien no habrá dolor que me importe.

Se separó un poco de mí, paso sus manos a mi cadera y me miró a los ojos.

-Gracias por eso pequeña -su mirada pasaba de mis ojos a mis labios, lo mismo hacia yo.

No me dejo responder y me besó, gemí cuando sentí sus labios en los míos, ya extrañaba esta sensación. Metió su lengua en mi boca, podía sentir el sabor metálico de la sangre pero no me importo, mordió y succiono mis labios dejando escapar un par de gemidos.

Minutos después nos separamos por falta de aire. El color natural de su piel había vuelto, ya es el Evan de siempre.

 

Evan

Joder porque me estaba reprimiendo de esto por tanto tiempo. El sabor de su sangre es exquisito, la cordura me abandona y le da paso al deseo.

Su sangre me calmo pero verla a ella sobre mi cama, con la respiración agitada, los ojos cristalinos encendió algo en mí, ese deseo por ella, pero esta vez no por su sangre, si no por sus labios y todo su cuerpo.

Me deje llevar por el deseo y la bese sin importarme nada, ya luego me arrepentiría de lo que estoy haciendo, ahora solo voy a disfrutar de esto.

Que me estás haciendo Lorrein...


 

Lorrein

Luego de eso las cosas estuvieron tensas entre los dos, en las mañanas solo nos dábamos los buenos días y no nos veíamos hasta la hora del almuerzo, lo mismo toda la tarde hasta la cena ye n ninguna de esas ocasiones nos dirigíamos la palabra.

El abuelo solo nos miraba extrañado por nuestro comportamiento pero nunca dijo nada al respecto y se lo agradezco. Podía soportar el día entero con ese ritmo, pero a la hora el entrenamiento era otro tema.

-¡Lorrein concéntrate! –Me grita Evan cuando no logro darle a ninguno de los blancos.

-¡Eso hago!

-¡Claro que no!




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