Me enamoré de un chico que no tenía nada fuera de lo normal, era un vago, un estudiante basura, un borracho y drogadicto los fines de semana, un hijo desobediente. Él era el típico adolescente descubriendo el mundo, buscando algo para seguir vivo, experimentando en todo el sentido de la palabra. No era guapo como suelen pintarlo en las novelas, no era inteligente, no era amable, sin embargo tampoco era feo ni arrogante. No era un ejemplo a seguir ni era un ejemplo claro de un patán. Sólo era él y precisamente eso fue lo que me enamoró. Me enamoré del misterio que desbordaban sus ojos verdes. Me enamoré del sonido tan grave de su voz. Me enamoré del chico que odiaba los deportes «sobre todo el béisbol y el golf» y no me arrepiento de eso, de lo que me arrepiento es de haberme enamorado del chico enamorado de alguien más y ese alguien nunca fui yo, porque jamás me volteó si quiera a ver, no sé si fue por mi malhumor, mi torpeza o porque simplemente siempre fui invisible para él.