Enamorada del heredero

Prólogo

La mirada del hombre la perforaba por dentro. La lascivia en sus ojos era abominable. Al sonreír, dejó asomar un par de dientes de oro y Ofelia lo aborreció como no había aborrecido nada en su vida.

Quiso gritarle, herirlo o hacer cualquier cosa que le dejara saber lo mucho que lo despreciaba, pero el miedo la tenía paralizada. Su pómulo izquierdo aún palpitaba por el golpe que uno de sus secuaces le había asestado mientras ella forcejeaba para liberarse.

La lección le había quedado clara: no debía provocarlos o ellos no tendrían contemplaciones.

Rebecca estaba hincada sobre el suelo a su lado. Al menos no estaba sola, los secuestradores las mantenían juntas. Ofelia clavó sus dedos en su compañera, aferrándose a su presencia con desesperación.

Por las pocas cosas que se habían dicho hasta el momento, Ofelia pudo deducir que los secuestradores realmente estaban interesados en Rebecca, ella solo estaba siendo daño colateral. El abuelo de Rebecca era un juez prominente en el reino y esos hombres querían fastidiarlo. Sin embargo, Ofelia tenía la certeza de que, una vez que descubrieran a cuánto ascendía la vasta fortuna de los Grimaldi, los secuestradores exigirían una jugosa recompensa a su padre a cambio de regresarle a su única hija.

—¿Y quién es esta otra? —preguntó el hombre de los dientes de oro apuntando hacia Ofelia.

—No sabemos, estaban juntas y fue más fácil cogerlas a las dos —contestó un hombre de barba, confirmando las sospechas de Ofelia: ella era daño colateral—. Es guapa, ¿no?

—Muy guapa —secundó otro hombre, recorriendo a Ofelia con ojos llenos de sucio deseo, lo cual provocó que ella se encogiera sobre sí misma, horrorizada.

Ofelia estaba habituada a ser el centro de atención, normalmente era la chica más guapa en cualquier lugar al que iba; pero una cosa era recibir la atención de caballeros flechados por su belleza en fiestas de la alta sociedad y otra muy distinta ser el blanco de las miradas de lujuria de un grupo de maleantes que la tenían cautiva.

Por primera vez en su vida, Ofelia deseó tener una apariencia común; su belleza arrebatadora le pareció en esos momentos una maldición. Quiso ser invisible, que ellos no pudieran devorarla con la mirada como lo estaban haciendo.

Al esconder el cuello entre los hombros, Ofelia fue consciente de la forma en la que su cabello negro caía sin control sobre su rostro. Su peinado de dama de sociedad había quedado estropeado en el forcejeo del secuestro, ahora debía parecer una salvaje.

—¿Para qué diantres la trajeron? Yo solo les ordené traer a la nieta —espetó el hombre de los dientes de oro, molesto.

—Fue idea de Lando —dijo el de barba señalando al que estaba a su lado.

—Creí que nos darían una buena recompensa por ella. Es claro que viene de familia de dinero —se defendió el aludido.

Ofelia suspiró con una extraña sensación de alivio a medias. Si esto era por dinero, pronto estaría de vuelta en casa, sus padres pagarían lo que ellos pidieran y todo esto quedaría olvidado.

Para horror de Ofelia, el líder del grupo era de otra opinión.

—¿Recompensa? Estamos en búsqueda de venganza, grandísimo inepto —increpó furioso—. Además, ¿sabes lo difícil que será hacer un intercambio por la chica? Tenemos a toda la guardia encima.

—Entonces quedémonosla —sugirió Lando con una sonrisa perversa—. Estoy seguro de que todos podremos sacarle provecho…

Los demás hombres rieron con una risa sucia y retorcida que erosionó el alma de Ofelia.

¿Quedársela? No podían estar hablando en serio.

Ofelia alzó la vista de golpe, un terror convulso se agitó dentro de su pecho.

—Al fin dices algo coherente. Esa idea me agrada más… bastante más —dijo el líder mirando de reojo a Ofelia—. De hecho, creo que aprovecharé a nuestra prisionera ahora mismo. Sería descortés tenerla esperando…

El mundo dejó de existir, Ofelia quedó anulada entre las manos de su captor. Sus propios gritos y súplicas le parecieron ajenos mientras él la arrastraba lejos de los demás.

Ofelia trató de luchar, soltó puños y patadas en todas direcciones, algunas dieron con su captor y otras al aire, pero ninguna hizo la diferencia. Él era demasiado corpulento, ella menuda y delicada; la desigualdad entre ambos hacía inútil su resistencia.

En cuanto estuvieron a una distancia que su captor consideró adecuada, la lanzó contra el suelo para luego colocarse sobre ella, apresándola bajo su peso.

Indefensa y sometida, Ofelia se sintió caer en un abismo oscuro y, de pronto, cuando sentía que ya había perdido, una voz inesperada hizo que todo se detuviera.

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