Los techos de la casa eran inusualmente altos, tal vez no tan altos como los de la mansión de sus padres, pero sí mucho más de lo que Jon esperaba encontrar en una residencia urbana.
—Está bonita la casa, ¿no? —preguntó la abuela Ginebra mirando a Jon a la expectativa.
Jon llevó la mirada del techo hacia sus abuelos, quienes aguardaban de pie a medio vestíbulo por alguna reacción de su parte.
—Es encantadora, muchas gracias. Su generosidad me deja sin palabras —dijo Jon con una inclinación de cabeza.
La abuela Ginebra le sonrió con afecto, en tanto que su abuelo se acercó a él para palmear su espalda, el gesto más cariñoso que uno podía esperar de un hombre adusto como Teodoro Schubert.
—Es solo un lugar temporal para que inicies tu vida independiente, hijo —declaró.
Teodoro no solo tenía la costumbre de llamar hijo a Jon, sino que, de muchas maneras, actuaba como si realmente lo fuera.
—Es magnífica, abuelo —aseguró Jon.
—Y es solo el inicio de lo que tendrás —afirmó Teodoro.
Ginebra asintió enfática a las palabras de su marido. Jon se preguntó en silencio si estaría haciendo alusión a su herencia.
Desde hacía algunos años, los miembros de la familia Schubert sospechaban que su patriarca tenía intenciones de heredar la totalidad de sus propiedades y su fortuna a su nieto predilecto al morir. No era un secreto que Jon era la luz de los ojos de su abuelo, el nieto que más lo enorgullecía y en quien tenía puestas todas sus expectativas.
A pesar de sentirse honrado por la distinción, Jon también creía que la decisión era algo injusta, puesto que Teodoro tenía más hijos y nietos en quienes pensar, y que ello podría derivar en envidias. Sin embargo, dado que Teodoro hasta el momento no había confirmado o negado que esas eran sus intenciones, nadie se atrevía a sacar el tema a relucir y todo quedaba en especulaciones.
Por ahora, a Jon solo le quedaba agradecer la casa que tan generosamente su abuelo le estaba obsequiando en honor a su cumpleaños 27 del próximo mes.
—Sabemos que es inusual adelantar tu regalo, pero se nos ocurrió que tal vez te gustaría realizar tu fiesta de cumpleaños aquí, podría ser también una especie de inauguración de tu nueva casa. Puedes invitar a tus amigos y tener una velada maravillosa. Aún queda tiempo para amueblar la casa y acondicionarla a tu gusto para que tus invitados la conozcan en todo su esplendor. ¿Qué te parece? —propuso la abuela Ginebra con entusiasmo.
—Es una gran idea, muchas gracias —acordó Jon, sintiéndose ligeramente agobiado con la idea de amueblar la casa y organizar una fiesta en menos de un mes.
—¡Señor Teodoro, qué magnífico regalo! —exclamó Helga, la madre de Jon, mientras bajaba las escaleras que llevaban a la planta superior—. Es una lástima que mi esposo y mi hija no hayan podido venir a conocer esta espléndida casa.
—Realmente es espléndida. Las habitaciones son amplias y muy bien iluminadas —comentó la abuela Isidora caminando del brazo de su hija.
—Me alegra que les guste —dijo Teodoro con un parco asentimiento de cabeza.
—Aunque debo decir que me sorprende que vean con buenos ojos que Jon tenga una residencia de soltero en la ciudad, asumí que ustedes estaban en contra de esa clase de situaciones —comentó la abuela Isidora mirando al matrimonio Schubert con ojos grandes.
—No es una residencia de soltero —se defendió Ginebra con expresión acalorada—. Al contrario, es nuestra esperanza que pronto Jon encuentre una esposa con quien compartir este hogar.
—Mientras la encuentra, será una residencia de soltero… —comentó Isidora con falsa inocencia.
—Pero nuestro Jon sabrá comportarse con decoro —refutó Ginebra.
Helga, sabiendo la facilidad con la que sus suegros se escandalizaban, apretó discretamente el brazo de su madre para que moderara su respuesta. Isidora Dosien era una mujer desenfadada a la que le gustaba expresar lo que pasaba por su mente, los Schubert eran bastante más conservadores y la convivencia entre ambas formas de ser no siempre era fácil.
—Por supuesto que lo hará —cedió Isidora entendiendo el apretón de su hija.
—De hecho, ya que se ha hecho alusión al tema del matrimonio, mi esposo y yo tenemos otro obsequio para Jon —dijo Ginebra en tanto que se quitaba el impresionante anillo de zafiro que llevaba en el dedo anular.
Teodoro reposó sus manos sobre los hombros de su mujer al tiempo que ella le tendía la joya a Jon.
—Abuela, ¿por qué me das tu anillo? —preguntó él boquiabierto.
—Lo estuvimos discutiendo anoche y queremos que se lo des a la mujer con la que elijas compartir tu vida —le explicó Ginebra—. Nuestro matrimonio ha sido un éxito durante casi 50 años, es nuestra esperanza que encuentres la misma felicidad con la mujer adecuada.
—Oh, señora Ginebra, es mucha generosidad —comentó Helga estupefacta.
—Es verdad, abuela, no merezco tantos obsequios —dijo Jon con modestia.
—Claro que los mereces, hijo. Siempre nos llenas de orgullo —aseguró Teodoro.
—Acepta el anillo y prométenos que encontrarás a la mujer apropiada para ti —pidió Ginebra.