Tal como había sospechado, Jon no lo estaba pasando especialmente bien en la fiesta de Fred Logan. Beber y charlar sobre trivialidades no era lo suyo. Sin embargo, al menos había podido acercarse a Nancy e incluso compartir dos piezas de baile con ella. A decir verdad, Jon no se sentía especialmente entusiasmado por Nancy; era una joven agraciada y de buena familia, pero Jon no podía evitar sentir que no había chispa entre ellos. Aún así, Jon no pensaba descartarla todavía, se daría la oportunidad de cortejarla un poco más para ver si era posible dar pie a una relación, tal vez el tiempo lograría que sintiera esa chispa que faltaba.
—¡Eh, Jon, no esperaba verte por aquí! —exclamó Fabián Grimaldi abriéndose paso entre los invitados—. Tengo entendido que los Schubert se duermen tan pronto se esconde el sol porque la noche trae comportamientos inadecuados. Son muy santurrones, ¿no?
El comentario hizo reír a unos cuantos presentes alrededor de ellos.
Jon sonrió, mostrando buena disposición, a pesar de que la broma no le había hecho gracia.
—Oh, no molestes a Jon —intervino el cumpleañero—. Ya bastante hizo con presentarse a mi fiesta, mejor ofrécele un trago, tal vez de ti lo acepte.
Con un movimiento casi felino, Fabián tomó una copa de la bandeja de uno de los tantos sirvientes que iban por el salón ofreciendo bebidas y se la tendió a Jon. Este negó firmemente.
—Lo siento, no acostumbro beber —dijo él rechazando el trago.
—Oh, te gusta actuar como si tuvieras 200 años —dijo Fabián poniendo los ojos en blanco.
—Solo sé comportarme —se defendió Jon.
Mucha gente encontraba inusual la renuencia de Jon y su familia a beber licor, por su parte, Jon encontraba incomprensible el gusto que tenía tanta gente por embrutecerse hasta actuar de forma vergonzosa. No lo encontraba divertido, ni le veía razón de ser.
Dado que Jon no deseaba volver a defender una vez más su postura ante las bebidas embriagantes, prefirió alejarse y dar una vuelta por el salón.
Apenas había dado unos cuantos pasos cuando sintió una mano sobre su hombro.
—¿Cómo está el soltero más codiciado de Encenard? —preguntó Elio Durand dedicándole una sonrisa cálida. A su lado, su esposa Vanessa apuraba una copa.
La pregunta lo tomó desprevenido, por lo que Jon se limitó a fruncir el entrecejo para expresar su confusión.
Elio puso los ojos en blanco, creyendo que Jon estaba siendo modesto.
—Oh, vamos, sabes que lo eres —dijo con un resoplido sonoro.
—¿Yo? ¿El soltero más codiciado? —preguntó Jon con ojos grandes.
—¿Pues quién más? Ahora que los príncipes han encontrado mujer, tú te has convertido en la mejor opción disponible. No finjas no saberlo, Jon. Eres un Schubert, tu familia solo está por debajo de la familia real, por supuesto que ahora todas las mujeres solteras van a estar sobre ti. Te convertiste en el premio mayor.
—Estás exagerando —contestó Jon por reflejo, habituado a mostrar una actitud humilde ante los halagos.
—No es así y más te vale que lo reconozcas. Es mejor que te sepas cotizado, porque así sabrás cuidarte de aquellas chicas que solo busquen seducirte para ganar estatus y fortuna. Pocos errores se pagan tan caros como elegir una mala esposa —le advirtió Elio—. No dejes que estar rodeado de damas deseosas de ganarse tu favor haga que pierdas la cabeza.
—Lamento contradecirte, pero ese no es el caso. Nunca en mi vida me he visto rodeado de damas deseosas de ganarse mi favor y por supuesto que eso no me haría perder la cabeza.
—¡Ah, he ahí el problema! —exclamó Vanessa moviendo los brazos de forma teatral.
—¿Disculpa? —preguntó Jon girando su atención hacia ella, aunque arrepintiéndose casi al instante; él sabía que Vanessa tenía la misma mala costumbre que su madre de ser excesivamente sincera en ocasiones, aun si resultaba hiriente y probablemente a Jon no le iba a gustar lo que Vanessa tenía para decir.
—El único motivo por el que no estás siendo hostigado por hermosas jóvenes es esa actitud de anciano que tienes. Las damas te encuentran mortalmente aburrido y ni tu estatus y fortuna logran compensarlo. Seguro que ellas preferirán a un candidato de menor posición, pero cuya compañía resulte estimulante —dijo Vanessa con la barbilla en alto, como si le estuviera compartiendo un pedazo invaluable de sabiduría.
Jon resopló indignado. Detestaba que la gente confundiera sus pulcros modales con falta de personalidad. Jon no se consideraba aburrido, ni insulso, en realidad era un hombre bastante instruido y vivaz, el problema era la imagen que proyectaba al mundo al ser un Schubert. La gente lo tachaba de desabrido, pero que tuviera buenos modales no significaba que no fuera apasionado o que no tuviera sentido del humor. Desgraciadamente, las personas pocas veces lograban ver esa parte de él, siempre se quedaban con la imagen externa y asumían que ese era Jon. Él era una compañía estimulante, aún si las damas se rehusaban a verlo.
—Discrepo, Vanessa —dijo lanzándole una mirada reprobatoria.
—Oh, vamos, Jon, admítelo. Nos conocemos desde niños, todo lo que digo es por tu bien —argumentó Vanessa con una sonrisa tierna—. Mira, tu problema no es tan difícil de resolver. Seguramente las damas en busca de esposo ya están siendo presionadas por sus familias para acercarse a ti, lo que pasa es que no se animan porque te consideran inaccesible. Lo que tienes que hacer es mostrarte más abierto, más jovial… menos como si fueras tu abuelo y más como lo que eres: un soltero en la flor de su vida.