Evander se marchó poco después de hablar con su hija. La discusión con Ofelia había sido mucho más dura de lo que él anticipaba y ya no se sentía bienvenido en ese hogar.
A pesar de que la visita de su marido había sido breve, Ruth no dejaba de quejarse al respecto. Se sentía casi ultrajada de que él se hubiese presentado sin previo aviso y estaba siendo muy vocal al respecto, despotricando no solo contra él sino contra su amante, a quien Ruth consideraba tan poca cosa.
Ofelia escuchaba las quejas de su madre desde la estancia contigua, cada palabra que salía de su boca reforzaba su determinación para ser distinta. No podía permitirse acabar en un matrimonio sin amor, con un hombre que se declarara enamorado de su aspecto físico y luego se desenamorara al conocerla.
A pesar de que ninguno de los dos eran buenas personas, el destino de Ruth y Evander era triste; Ofelia sentía terror de poder caer en los mismos errores que sus padres. Ella quería un futuro mejor, una vida de alegría y no solo de apariencias, pero no estaba segura de cómo obtenerla. La realidad era que Ofelia no sabía ser de otro modo al que le había enseñado su madre. La discusión con Evander le había dejado en claro que, a pesar de sus ganas de cambiar, solo faltaba que la provocaran un poco para que su faceta cruel saliera a la luz.
Su cambio debía ser de fondo o no funcionaria, el problema era que Ofelia no sabía cómo cortar de tajo con años de costumbre e instinto.
Tras algunas horas de reflexión, Ofelia llegó a la conclusión de que, así como su madre le había enseñado a ser como era ahora, era necesario que alguien más le enseñara a ser distinta. Aunque ante su padre había declarado que no necesitaba ayuda, lo cierto era que no iba a poder con la empresa sola. Era necesario contar con el ejemplo de alguien más, alguien bueno, alguien con un carácter amable que no explotara a la menor provocación y Ofelia no conocía a nadie más buena que Jaqueline Schubert.
Jackie era la bondad hecha mujer, todo el mundo lo decía; siempre recta, siempre gentil, lo único que siempre se escuchaba respecto a ella eran elogios. Ofelia necesitaba seguir su ejemplo, aprender de ella a ser una buena persona.
Con esa idea fija en mente, Ofelia pidió a su cochero que la llevara al hogar de Jackie.
Al llegar, Ofelia descendió del carruaje y se quedó mirando la fachada de la mansión. El lugar no era precisamente imponente, los Schubert eran conocidos por su forma de ser recatada, misma que reflejaban en sus propiedades. A ellos no les importaba demostrar cuánto dinero tenían por medio de sus posesiones, su fortuna no era un asunto que desearan restregarle a los demás, a diferencia de lo que hacían muchas otras familias del reino. Definitivamente, tenía mucho que aprender de los Schubert.
Tras una breve pausa, llamó a la puerta. Casi de inmediato, el mayordomo de la casa abrió.
—Estoy buscando a Jaqueline —informó Ofelia en tono de urgencia, para que él supiera que no debía hacerla esperar.
El rostro del mayordomo se torció de un modo extraño, como si percibiera un mal olor proveniente de Ofelia, pero de inmediato corrigió su desliz y asintió.
—Pase, por favor, le informaré a la señorita Schubert que usted está aquí, señorita Grimaldi —dijo el mayordomo haciéndose a un lado.
Ofelia entonces entendió por qué la mala cara. Sin duda el mayordomo también había escuchado lo que se decía de Ofelia y se estaba preguntando qué hacía ella aquí.
Unos minutos después, Jackie se presentó en el vestíbulo con cara de incredulidad. Probablemente pensaba que el mayordomo le estaba tomando el pelo al anunciarle que Ofelia Grimaldi la estaba buscando.
Al verla, Ofelia hizo un intento de sonrisa en ofrenda de paz, pero esta no fue bien recibida por Jackie.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella en tono golpeado.
La rudeza de su voz desconcertó a Ofelia, Jackie normalmente era la chica más dulce.
—Vine a tratar un asunto contigo —contestó dubitativa.
—¿Qué asunto? —inquirió Jackie colocando los brazos en jarras.
Ofelia soltó un resoplido breve, algo ofendida de que Jackie no la invitara a tomar asiento en el salón como se hace con las visitas.
—Bien, supongo que vamos al grano —dijo con una mueca inconforme, Jackie se estaba mostrando más hostil de lo que anticipaba, pero eso no iba a desanimar a Ofelia—. Necesito de tu ayuda.
—¿Mi ayuda? —cuestionó con disgusto, contrayendo el entrecejo.
—Así es. Ciertos eventos recientes me demostraron que no siempre soy una buena persona y creo que hay espacio para que mejore. Con esto en mente, creo que la manera optima de progresar es siguiendo el ejemplo de alguien que tenga mejor carácter que el mío y de inmediato pensé en ti. Necesito que me enseñes a ser más como tú —expuso Ofelia, incómoda de tener que hacerlo a medio vestíbulo donde más integrantes de la casa podían llegar a escucharla.
Ofelia había anticipado encontrar asombro en Jackie, estupefacción y tal vez incluso algo de alegría de que Ofelia quisiera cambiar, pero, para su desconcierto, lo que su petición despertó fue enojo.
—¡Debes estar bromeando! —exclamó Jackie indignada—. ¿Cómo osas pedir mi ayuda para cualquier cosa? Después de todo lo que pasé por tu culpa, te debería dar vergüenza presentarte en mi hogar.