Enamorada del heredero

Capítulo 8

Jon llegó a la residencia Grimaldi casi al mediodía. Aún estaba sorprendido por su propia audacia; jamás hubiera imaginado que sería capaz de concertar un trato como aquel, en especial con una mujer tan problemática como lo era Ofelia, pero la oportunidad se le había presentado en bandeja de plata. La idea de valerse de Ofelia para mejorar su imagen le llegó de improvisto mientras escuchaba a su hermana desahogando su enojo en el vestíbulo y no quiso desaprovechar la ocasión. El plan podía funcionar, aunque implicara tener tratos con una persona difícil como Ofelia. Probablemente Jackie se enfurecería si se enteraba de que Jon estaba ayudando a Ofelia en su lugar, pero reñir con su hermana bien valía la pena si al final lograba encontrar una esposa adecuada.

El mayordomo le abrió la puerta y lo guió hasta el salón en donde Ofelia lo esperaba. Esta no era la primera vez que él se encontraba en ese hogar, hacía un par de años había asistido a una de las legendarias fiestas que a Ruth Grimaldi le gustaba dar para apantallar a sus invitados. Jon recordaba que el hogar le había parecido impersonal, como si nadie viviera ahí, en ese entonces asumió que tal vez la señora Grimaldi había hecho modificaciones al arreglo para la fiesta, pero ahora que estaba de nuevo aquí, se daba cuenta de que el lugar era impersonal siempre. Los muros eran fríos, las estancias vacías, un hogar desprovisto de la calidez que uno esperaría encontrar en el seno de una familia.

Ofelia se levantó al ver a Jon, como si fuese un caballero viendo entrar a una dama, y al instante se sintió boba. La realidad era que estaba algo nerviosa, este asunto con Jon la tenía inquieta y no sabía qué esperar. Fuera de sus muchos admiradores, ella no estaba habituada a tratar con hombres que no fueran sus parientes y no estaba segura de cómo conducirse; un hombre embobado por su belleza era fácil de manejar, pues actuaba como si todo lo que Ofelia dijera fuese estupendo, pero Jon no estaba aquí como un pretendiente encandilado, él venía a cumplir un trato y su actitud al tratarla, aunque educada, distaba mucho de la de sus admiradores.

—¿Una taza de té? —ofreció señalando el servicio que Viry había colocado en la mesita frente a ellos.

—Con gusto, gracias —aceptó Jon.

Ambos tomaron asiento, ella en un sofá y él en otro, ambos rígidos y a la expectativa.

Ofelia sirvió el té y se lo tendió a Jon, él le agradeció con un movimiento de cabeza. Después, el salón quedó sumido en un silenció incómodo.

Tras una pausa que se sintió interminable, Ofelia carraspeó un par de veces. La paciencia no era lo suyo.

—Y dime, ¿tienes algo en mente? ¿Cómo daremos comienzo a mis lecciones para ser una mejor persona? —preguntó de forma directa. Ambos sabían para qué estaban ahí y no tenía caso darle vueltas al asunto.

—¿Por qué no empiezas dándome tu versión de lo ocurrido durante el tiempo que estuviste en el castillo?

—¿Y eso para qué? —preguntó Ofelia cruzando los brazos.

—Ah, cuestionar al maestro no es una actitud muy productiva, ¿o sí, Ofelia? —replicó Jon con una ceja enarcada.

—Productiva o no, quiero saber tus intenciones. No pienso ponerme a hablar si lo único que deseas es un poco de cotilleo —dijo Ofelia sin dejarse amedrentar.

—Oh, por favor, ¿por quién me tomas? Solo las mentes inferiores se entretienen en habladurías, no me ofendas torciendo mis intenciones. Quiero escucharte porque pienso que sería útil para ayudarte a reflexionar sobre tus errores pasados y ver cómo podemos evitar que se repitan —dijo Jon con gesto severo.

—Ah —dijo Ofelia sintiendo sus mejillas sonrojarse, su primer instinto siempre era asumir lo peor de la gente—. Lo siento.

Antes de que Jon pudiera replicar, ambos escucharon pasos acercándose por el pasillo. Ruth se plantó debajo el marco de la puerta y no pudo ocultar su expresión de asombro al ver que Jon se levantaba de su asiento para recibirla.

—Buenas tardes, señora Grimaldi, es un placer verla —saludó acercándose para besar su mano.

—El placer es todo mío… bienvenido… —dijo Ruth mirando a su hija de reojo, buscando una explicación para la presencia del nieto mayor de los Schubert en casa.

—Espero que mi visita no sea un inconveniente —dijo Jon obsequioso—. Sé que Ofelia y yo no contamos con un chaperón como es debido, pero hemos mantenido las puertas del salón abiertas para evitar malos entendidos. Si la deja más tranquila, puede solicitarle a un miembro de la servidumbre que permanezca con nosotros en todo momento.

—Eso no será necesario, usted es todo un caballero —replicó Ruth en tanto que sus ojos adoptaban un brillo vivaz—. Siéntase cómodo en casa, ¿ya le ofrecieron algo de beber? Ah, en ese caso, espero que acceda a quedarse a cenar…

Ofelia pudo adivinar en la mirada de su madre que ella estaba asumiendo que Jon era un pretendiente más de su hija y era claro que estaba contentísima al respecto.

—Se lo agradezco, señora Grimaldi, pero esta noche ya tengo otro compromiso —contestó Jon con los modales impecables que lo caracterizaban.

—Bueno, será en otra ocasión entonces —dijo Ruth sin poder ocultar su decepción—. Ahora los dejo para que charlen. Hasta luego.

Antes de salir del salón, Ruth le dedicó una mirada a su hija cargada de significado, pidiéndole que no estropeara esta oportunidad también. Ofelia fingió no verla, aunque prácticamente podía leer lo que estaba pasando por la mente de su madre. Un Schubert, Ofelia no podía aspirar más alto en la escala social, Ruth ya debía estar saboreando los beneficios que la unión entre ellos le traería.




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