Ofelia cruzó la puerta en forma de arco sintiendo que entraba a territorio inexplorado. Este era un momento prácticamente histórico, la primera vez que los Grimaldi visitaban la casa de los Austin. No sabía si se debía a sus propios prejuicios o a las miradas de soslayo, pero a cada paso, Ofelia experimentaba la novedosa sensación de sentirse fuera de lugar.
—¿Me explicas qué hacemos aquí? —preguntó Fabián entre dientes apretando el brazo de su hermana a modo de protesta—. Esto es indigno.
—Silencio, le prometiste a mamá que te comportarías —espetó ella en voz baja en tanto que se adentraban a la casa.
—Solo porque ella cree que tienes una oportunidad con el aburrido de Schubert yo tengo que pagar las consecuencias visitando lugares por debajo de mi posición—se quejó Fabián.
—Basta, alguien puede escucharte —le pidió Ofelia.
—¿Y? Estoy diciendo la verdad.
—Habría preferido que me acompañara Duncan, al menos él sabe ser cordial —se lamentó Ofelia.
—Lo siento, él está muy ocupado en su rol de padre, así que soy tú única opción de acompañante. Además, Duncan no te quitaría el ojo de encima; en cambio yo pienso hacerme de una botella del mejor licor que esta gente ofrezca y quedarme en una esquina a esperar que la velada acabe. Si su moral se lo permite, Jon te podrá robar unos cuantos besos sin que yo les estorbe —señaló Fabián—. Eso si quieres que te bese esa boca que jamás ha dicho una mala palabra.
—Lo dices como si hablar propiamente fuera un defecto —señaló Ofelia.
—Vas a aburrirte de Jon…
Ofelia bufó.
—Saludemos a los anfitriones y luego podrás desaparecer —propuso.
Insegura, Ofelia caminó del brazo de su hermano hasta donde Mary y sus padres se encontraban.
—Señor y señora Austin, muchas gracias por la invitación —saludó esbozando una sonrisa cordial.
Estaba determinada a ser una mejor persona y eso incluía ser educada con todos, no solo con aquellos a quienes consideraba sus iguales. En el pasado, había sido muy desagradable con Mary, pero eso tenía que cambiar.
Ignorantes del propósito de cambio en Ofelia o si quiera de que su hija había invitado a los hermanos Grimaldi, los Austin no lograron esconder su estupefacción. Ellos sabían que habían familias en el reino que los consideraban inferiores y que evitaban socializar con ellos en la medida de lo posible, una de esas familias eran los Grimaldi y por ello no estaban preparados para encontrarlos en su hogar.
—Bienvenidos, es un placer contar con su presencia —respondió Tom Austin mirando a Ofelia y a Fabián con ojos incrédulos.
—Qué bueno que están aquí —dijo Mary creyendo que estaba alucinando.
Ofelia pudo sentir las miradas de otros invitados quemando su nuca, los Austin no eran los únicos que se estaban preguntando qué narices hacían dos Grimaldi en esa fiesta. En silencio, Ofelia maldijo a Jon por haberla obligado a asistir.
Habiendo causado el suficiente impacto, Ofelia y Fabián se dieron la media vuelta. De inmediato, ella se desprendió de su brazo.
—Ahora, desaparece —le ordenó con ojos duros.
—Será un placer —contestó Fabián encaminándose hacia dónde estaban sirviendo las bebidas.
Por fin sola, Ofelia comenzó a navegar entre la gente, esperando encontrar al culpable de que estuviera ahí.
—Señorita Grimaldi, qué sorpresa encontrarla —dijo una voz que Ofelia ya había escuchado declarándole amor incondicional.
—Señor Kloss, ¿qué tal le va? —contestó ella al tiempo que se giraba hacia el caballero.
Edgar Kloss era un viejo admirador de Ofelia. Desde antes de que ella estuviera en edad de tener pretendientes, Edgar ya la hostigaba con obsequios y palabras de elogio. Ofelia lo despreciaba, él le ofrecía justo la clase de historia que ella temía: un amor basado en su aspecto físico. Edgar Kloss jamás se había tomado la molestia de conocer a Ofelia, ni saber de sus preferencias, él la encontraba hermosa y consideraba que con eso era suficiente. Ofelia casi se sentía ofendida por lo aferrado que él se mostraba en que acabaran juntos. Por suerte, tenía el visto bueno de su padre para rechazarlo sin contemplaciones; para Evander, los Kloss no eran una familia lo suficientemente relevante para que él les entregara a su hija.
—Mucho mejor ahora que usted está aquí —dijo Edgar antes de besar su mano, dejando sus labios sobre su piel por más tiempo de lo que dictaba la costumbre.
Ofelia contrajo su brazo de vuelta, desagrada por la sensación húmeda de la boca de Edgar en su piel.
—Ahórrese la coquetería, señor Kloss, estoy aquí para distraerme un rato, no para buscar marido—dijo sintiéndose incómoda.
—No puede usted pretender que yo me quede indiferente ante tanta belleza. Sabe bien que estoy dispuesto a ofrecerle mi corazón por el resto de nuestras vidas…
—Y usted sabe lo que opina mi padre al respecto, él no aprueba una unión entre ambos, se lo he dicho antes —dijo Ofelia con voz firme.
—Pero yo no pierdo la esperanza. Sé que podría hacerla muy feliz.
—No hay manera de que usted pueda saberlo, además, podría conseguir una mejor esposa ¿acaso no ha escuchado los rumores? Soy prácticamente una paria social —señaló Ofelia con la esperanza de que la dejara tranquila.