Una vez a la semana, Ginebra Schubert acostumbraba a visitar a una de sus nueras de manera aleatoria para tomar el té y charlar sobre la familia. En esta ocasión era el turno de Helga. Jon escuchó la voz de su abuela al bajar las escaleras y pasó al salón de mujeres para saludarla.
—Ah, mi querido muchacho, ¿cómo va la casa nueva? —preguntó Ginebra en tanto que le daba un abrazo a su nieto.
—Hoy llegan los muebles que encargué, probablemente pueda mudarme antes de que finalice la semana —contestó Jon.
—Voy a echarte de menos en casa —suspiró Helga.
—Es parte de crecer —dijo Ginebra con su usual estoicismo—. Por cierto, ¿dónde está tu hermana?
—Jackie salió a dar una vuelta a caballo, se ha sentido desanimada y creí que el paseo la ayudaría —explicó Helga.
—Es una pena que nuestra pequeña lo esté pasando mal y todo por esa joven maliciosa, la tal Ofelia. Qué injusto —se lamentó Ginebra.
—Ofelia no es tan mala —soltó Jon sin pensarlo. No fue sino hasta que vio las expresiones incrédulas de su madre y su abuela, que Jon reparó en lo que había salido de su boca—. Quiero decir, todos tenemos matices y Ofelia también los tiene —se justificó.
—Pues sus matices son bastante oscuros, porque lo que inventó de tu hermana fue pernicioso. Uno debe tener el corazón muy negro para buscar perjudicar a otra persona de esa manera —se quejó Ginebra.
—Es verdad, Jackie no merecía ser el blanco de sus ataques. Ofelia cruzó líneas imperdonables —concordó Helga.
—Cambiemos de tema, no me interesa perder el tiempo hablando sobre esa manzana podrida —pidió Ginebra antes de tomar su taza—. ¿Por qué no mejor me cuentas cómo te ha ido, Jon? Tu abuelo me dice que apenas te ha visto en estos días. Dime, ¿hay alguna jovencita que esté ocupando tu tiempo?
Jon se sintió atragantar, la única mujer que ocupaba su tiempo era Ofelia, pero probablemente su abuela no se iba a tomar a bien la noticia.
—Eh…
—Recuerda cuánto nos ilusiona que tomes una esposa —señaló Ginebra ante su duda.
—Lo sé, abuela. Yo también deseo casarme.
—¿Has considerado a Leonor Blake? El otro día la encontré con su madre y me pareció una chica realmente encantadora —opinó Helga mirando a su hijo con afecto.
—Oh, ni lo sugieras. Esa chica no servirá, recuerda el escándalo que armó Salomon Blake en el cumpleaños de la reina. Esa clase de familia no es lo que buscamos para Jon —intervino Ginebra.
—¡Pero eso fue hace años! Jon era un bebé y Leonor no había ni nacido cuando ocurrió el altercado. No podemos culpar a la joven por algo que hizo su abuelo hace más de 25 años —exclamó Helga.
—No interesa, es un mal antecedente. Jon merece lo mejor del reino y la chica Blake no servirá —determinó Ginebra, tajante.
En ese momento, las puertas del salón se abrieron de par en par, Jackie entró con su atuendo de montar, indiferente al hecho de que sus botas enlodadas iban manchando el suelo recién limpio a su paso. Ella estaba demasiado enfocada en arremeter contra Jon.
—¿Cómo te atreves? —preguntó acribillándolo con la mirada—. ¿Cómo puedes pretenderla a ella?
Jon mantuvo la calma, Jackie estaba muy emocional últimamente y en nada iba a ayudar que él perdiera los estribos también. Tranquilamente, se dispuso a contestar, pero su abuela le ganó la palabra.
—¿Pretender a quién? —preguntó Ginebra inclinándose hacia el frente.
—¡A Ofelia Grimaldi! —exclamó Jackie con voz aguda—. Acabo de encontrarme a Mary Austin, dice que prácticamente no te separaste de Ofelia ni un minuto durante su fiesta, que bailaron pieza tras pieza y que se veían muy acaramelados.
—Oh, Jackie, por favor, sabes que esa chica tiende a hablar de más. No debes hacerle caso —opinó Helga, restándole importancia.
—Lo sé, pero resulta que no solo fue en la fiesta, Mary los encontró paseando juntos en la fuente Carmina unos días antes y Ofelia ha estado gritando a los cuatro vientos que Jon la besó —dijo Jackie indignada.
—¡Otra mentirosa! —exclamó Ginebra—. Esa Ofelia miente cada que respira. Por favor, Jackie, no puedes pensar que tu hermano sería tan insensato para poner sus ojos en una mujer como esa. Dale crédito a Jon. Son solo rumores maliciosos, ¿cierto, muchacho?
Las tres mujeres clavaron su atención en Jon esperando una respuesta satisfactoria.
Su intención era asegurarles que todo era mentira, no obstante, a Jon lo embargó un extraño sentimiento de vergüenza. De pronto, le pareció humillante tener que confesar que Ofelia lo estaba ayudando a conseguir esposa. No quiso admitir delante de sus parientes la opinión que las jóvenes del reino tenían acerca de él.
—Ofelia y yo nos estamos conociendo —dijo en vez de la verdad y recibió exactamente la clase de reacción que anticipaba para una declaración de esa índole.
—¿Conocerse qué? ¡Ya la conoces! Sabes la clase de chica pérfida que es. ¿Acaso no te ha sido suficiente todo lo que nos contó tu hermana? —preguntó su abuela con ojos como platos.
—Yo no creo que existan personas completamente buenas o malas, Ofelia ha tenido errores, pero soy un firme creyente en las segundas oportunidades y en la habilidad de la gente para mejorar —expuso Jon, convencido de sus propias palabras.