Viry abrió la puerta de la recámara sin tocar y encontró a Ofelia donde esperaba: cepillando su largo cabello negro frente al tocador.
—Tanto lo cepillas que terminarás perdiéndolo —observó desde el marco de la puerta—. A nadie le gustan las chicas calvas.
Ofelia le dedicó una gélida mirada por el espejo. Estaba más que habituada a las provocaciones del ama de llaves y sabía corresponderlas, pero hoy no sentía deseos de desatar un intercambio mordaz.
—Si solo vienes a provocarme, pierdes tu tiempo. Mejor busca algo que limpiar —dijo en tono altivo.
—Trabajo sobra, tu madre y tú son incapaces de recoger sus cosas, dejan un reguero en cada estancia a la que entran —se quejó Viry—, pero no vengo por ocio. Subí para avisarte que tienes una visita.
Ofelia bajó el peine a su regazo y se giró sobre el taburete para ver al ama de llaves.
—¿Quién?
—La señora Ginebra Schubert y no se ve contenta —le informó Viry haciéndole un ademán para que se diera prisa.
—¿La abuela de Jon? ¿Estás segura? —preguntó Ofelia con expresión anonadada.
—Ah, ¿me piensas mentirosa? Ve al salón y compruébalo tú misma, ella está ahí esperando —dijo Viry en tono ultrajado.
Ofelia se levantó de inmediato y salió aprisa hacia el salón que usaban para recibir visitas. La señora Ginebra estaba ahí, de pie frente a uno de los sillones con brocados de oro.
—Señora Schubert, bienvenida… tome asiento… ¿gusta un té? —balbuceó Ofelia en actitud desconcertada, sin imaginarse qué asunto podía tener la abuela de Jon con ella.
—No, gracias, no pienso demorarme. Lo que vengo a decirte es breve: te quiero lejos de mi nieto —soltó la señora Schubert sin rodeos.
—¿Disculpe? —preguntó Ofelia sintiendo que las piernas se le aflojaban.
—Me escuchaste bien. Bajo ningún motivo te quiero cerca de Jon —recalcó ella contundente—. No sé qué pretendes rondando a mi nieto, pero Jon está muy por arriba de ti. Ambicionas demasiado si crees que puedes tenerlo. Mi esposo y yo hemos puesto mucho empeño en la educación de nuestro nieto, lo hemos preparado para un futuro prometedor y para ello va a necesitar a una mujer virtuosa a su lado. Tú, Ofelia, no eres una mujer virtuosa. Al contrario, has demostrado ser nociva, una calamidad a donde quiera que vayas.
—Señora, Jon y yo no…
—No intentes negarlo, sé que se han estado frecuentando y te exijo cortar cualquier contacto con él de inmediato. Una mujer pérfida como tú solo podría hacerle daño a Jon y no pienso permitírtelo. A él puedes embobarlo con tu belleza, hacerle creer que eres inocente, pero a mí no me engañas, yo sé exactamente la clase de persona que eres y te quiero lo más lejos posible de mi familia. Estás advertida.
El hecho de que la señora Ginebra mirara a Ofelia como algo abominable le atravesó el corazón, por un instante se sintió aminorada, reducida bajo el peso del rechazo de ella, pero entonces Ofelia recobró fuerza, la indocilidad de su carácter salió a flote. Ella no era alguien a quien podían hacer sentir menos con unas cuantas palabras hirientes. Tal vez la actitud avasalladora de la señora Ginebra sirviera para intimidar a otras jóvenes, pero ella era Ofelia Grimaldi, era una tormenta por derecho propio y no sabía caer sin dar batalla.
—No —replicó secamente.
—¿No?
—Usted puede tener la opinión que deseé de mí, pero eso no lo hace verdad. Si quiero estar con Jon, estaré con Jon y si él quiere estar conmigo, usted no tiene injerencia en el asunto.
—¿Cómo te atreves a ser tan insolente? ¡Soy la abuela de Jon! No lo olvides.
—Exacto, es la abuela, pero no es Jon mismo. Es él quien debe decidir si me quiere o no. Es a él a quien mi compañía hace feliz y eso es lo que realmente interesa. Seguiré frecuentando a Jon si él así lo desea. Ahora, sino tiene más insultos que dedicarme, le pido que se retire de mi hogar —dijo Ofelia tan fríamente como lograba aparentar.
—Estás empezando una guerra de la que vas a arrepentirte, jovencita —le advirtió Ginebra despedazándola con la mirada.
—No es mi intención, pero usted parece resuelta a ello y lo lamento —dijo ocultando el escalofrío que recorría su espalda. Una guerra con los Schubert… era lo último que le faltaba.
—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó Ruth al entrar al salón—. Ah, señora Schubert, qué agradable visita.
—No lo es en absoluto, señora Grimaldi. De hecho, todo lo contrario —dijo Ginebra con amargura.
Ruth le dedicó una rápida mirada a su hija, para luego regresar a la inesperada visitante.
—Me temo que no comprendo —dijo desconcertada.
—Tal vez no esté enterada, pero mi nieto y su hija se han estado frecuentando.
—Sí, estoy al tanto, Jon ha venido a casa un par de veces. Es un joven encantador su nieto, nos agrada mucho recibirlo —replicó Ruth con el intento de una sonrisa cordial, pero demasiado consternada para lograrla. La hostilidad que percibía en Ginebra la inquietaba.
—Pues a mí no me agrada que venga. Hago de su conocimiento que la familia Schubert se opone de forma determinante a cualquier posible relación entre ambos. Entenderá que, después de las cosas que su hija le hizo a mi nieta Jaqueline, nosotros no consideramos a Ofelia una mujer adecuada para Jon y le pido que se encargue de que su hija no tenga más contacto con mi nieto —expuso Ginebra con seca altanería.