Lizzie
—Estas hermosa, Liz—me elogia Greta.
—Me veo...—dudo un poco y concluyo—, ¿Sexy?.
Ella se ríe.
—Mucho—Asiente—. Diseñas bien, deberías dedicarte a eso.
Suspiro.
—¿Te gusta el chico?—Va directo al grano.
—No lo sé—apoyo los brazos en el lavamanos—. Pero creo que debería darle la oportunidad a más hombres, porque he pensado que encerrarme tanto en James me priva de la posibilidad de conocer a alguien más.
—Es cierto, en parte—coincide—. No te obligues a sentir algo.
—Está bien—alzo ambas manos.
—¿Qué pasa, Liz?—me pregunta—. Te veo más apagada a comparación de la última vez que hablamos.
—Estoy agobiada, pero por tonterías.
—¿Es por las deudas?
Asiento.
En realidad, es por todo, últimamente la vida se siente más pesada y dificil. Mi cabeza aún está procesando lo que sucede. Tengo veinticinco años, soy lo suficientemente adulta para formar una familia pero no me siento...preparada para afrontar problemas. En el interior, me siento una adolescente. Y caer en la realidad de ello, me afecta de algún modo.
Tampoco he logrado algo en mi vida. Doy vueltas y vueltas sobre un mismo sueño, pero no avanzo.
—Liz, ya pasará—me consuela—. Todo pasa. Ahora, olvídate de esto y ve a divertirte.
Respiro hondo y exhalo con fuerza.
—De acuerdo, lo haré.
—¡Así se habla!—exclama, animándome.
Llaman a la puerta dos veces, cuelgo a Greta y voy a atender.
Alán está parado allí con una sonrisa en el rostro, usa una camisa blanca y unos pantalones de jean negros. Se ve bien.
—Vaya, Liz luces muy linda hoy—comenta—. Bueno, como todos los días.
Le sonrío.
—Tú también.
Tardo unos segundos en cerrar la puerta, quizás más de los necesarios, porque no quiero que me vea con las mejillas encendidas. Por favor, tengo veinticinco años, un cumplido debería ser poca cosa a estas alturas.
Ya crece, Liz.
Él me guía por las escaleras hasta el vestíbulo.
—¿Vamos a comer al restaurante?—pregunto, apuntando en dirección a él.
—En realidad, como trabajo aquí, me gustaría salir un rato a otro sitio.
—Cierto, lo había olvidado—Sacudo la cabeza—. Es muy entendible.
Caminamos hasta la entrada, no tengo idea de a dónde piensa ir, así que me toca seguirlo hasta su auto. Me abre la puerta y luego, da toda la vuelta hasta su asiento.
—¿A dónde vamos a ir?—le pregunto.
—Conozco un lugar cerca de aquí—comenta, encendiendo el motor.
El telefono suena en mi bolsillo.
Raven: Suerte en la cita, reinota. No olvides ponerte tanga.
Frunzo el ceño, y comienzo a teclear.
Yo: ¿No tienes otra cosa que hacer, además de enviarme mensajes?
Raven: Es viernes por la noche, bajaré al bar a emborracharme.
Pasan unos segundos.
Raven: Uy, seguro que puedo decirle a James que me acompañe.
Yo: Sí, seguro.
Me sorprendería mucho que James quiera bajar con él a tomar unas copas. Ni siquiera puedo imaginarlo.
—¿Todo bien?—pregunta Alán.
—Todo perfecto.
Llegamos al pueblo en unos cinco minutos. Es el mismo que me trajo Celina las primeras semanas. Es imposible caer en cuenta que Alán maneja muy rápido para mi cerebro, James respeta todas las señales, le gusta ser un conductor responsable.
Esto es horrible, ni empezó la noche y ya los estoy comparando. Tengo que dejar de hacerlo, solo hay un James y un Alán. Eso está bien, porque son diferentes, y lo diferente es interesante. Puede ser que me guste lo diferente.
—Es aquí—se detiene en la entrada de un restaurante que no tiene nada que envidiarle al hotel. Es decir es de pequeño, como de pueblo pero igual de lujoso.
Un mesero nos acompaña hasta la mesa, estamos cerca la ventana, por lo que tenemos vista clara de la gente que anda paseando por las calles.
—Vaya, que elegante.
—¿Qué puedo decir? Esa clase de vestido no merece ser exhibido en un local de comida rapida.
—Gracias—agradezco—. Yo lo hice.
—¿En serio?—me pregunta, sorprendido—. ¿Eres diseñadora, Liz?
—Así es—Asiento con una sonrisa.
Mi carrera no me ha dado éxito pero sí un título que me deja considerarme diseñadora. Eso es ganar, de algún modo.
—Espero haber elegido bien mi atuendo—comenta nervioso mientras hace una mueca extraña—. ¿Combiné bien los colores?
—Mmm—Finjo dudar. Él se pone blanco—. Lo hiciste bien.
Se relaja en su asiento.
—¿Qué quieres comer?—pregunta—. ¿Langosta?
Justo como en aquel día de la cena con mis dos amigos, una enorme pecera llena de langostas se situa frente a nosotros.
—¿No son de exhibición?—interrogo, confusa—. Y luego las liberan.
—Las hierven—responde él, desconcertado.
Asiento.
—Es cierto, como si fuera un jacuzzi—coincido.
—¿Como un jacuzzi?—Alza una ceja. Asiento, y él se echa a reír—. Bueno, esa es una forma original de verlo.
El mesero se acerca a nosotros.
—Dos langostas, por favor.
El hombre anota la orden y se va en dirección a la cocina.
Nos quedamos unos minutos en silencio. Supongo que está bien un poco de paz. El problema es que yo no puedo soportarlo, solo mirarnos a los ojos me resulta incómodo y siento que debo llenar el vacío.
—¿Tienes otro pasatiempo además de ser presentador de juegos?—le pregunto.
—De hecho...—Apoya los codos sobre la mesa—. no.
—¿No?—repito, divertida.
Él ríe.
—Oye, solo veo televisión en mi tiempo libre.
—Pero debe haber algo que realmente te guste hacer—le digo.
—Bueno, no—se encoge de hombros. Le doy mi mirada de "¿En serio?"—. Está bien, a veces hago crucigramas.
—¡Lo sabía!—exclamo.
—Oye, no es para nada divertido, es más ni siquiera debe considerarse un pasatiempo.
—Yo creo que lo es.
—Gracias por no juzgar mis actividades—Agradece con un poco de ironía.