Enamorada del Villano

Capítulo 22

James

Observé con atención el suelo de tierra. No era como el de la plazoleta cerca de casa. Ahí había fango, y siempre que volvía con mi madre a nuestro pequeñísimo departamento, lo primero que hacía era quitarme los zapatos.

—James, no camines dentro de casa así, vas a ensuciar el piso, amor—me decía mamá con ese tono tan dulce.

Y entonces, los dejaba en la entrada.

—¿Quieres una galleta?—ofreció Berta, negué y pegué la cabeza a la cuerda del columpio—.  ¿Qué tal un helado?

Volví a negar.

—Por favor, niño, debe haber algo que pueda hacer por ti—comentó, exhausta.

Me encogí de hombros.

—Me gustaría un abrazo—le comenté, avergonzado.

La mujer se acercó a dármelo. No se sentían como los de mi madre, pero era mejor que los pésames que había recibido durante toda la tarde.

—Te prepararé el chocolate caliente que tanto te gusta—avisó cuando nos separamos y acto seguido, se fue de nuevo a la casa.

Permanecí mirando a la nada más segundos de los que podía contar.

—¿Por qué tan triste, hermanito?—se burló una voz chillona.

Alcé la vista y me encontré a mi estúpido hermano Jake. Un niño presumido y fuera de órbita, que se creía la gran cosa. Todo porque se había criado con los bolsillos llenos de dinero.

—¿Qué no lo ves? Mi madré partió—le señalé la reunión dentro de la casa.

—Ah, ya, ¿Tanto escándalo por eso?—sonrió.

Solté un suspiro.

—Déjame—fue lo único que salió de mi boca.

—No seas llorón, muchos niños pasan por estas cosas y son valientes—intentó minimizar mi dolor—. No como tú, que solo lloras y lloras.

Llevó los puños a su cara e hizo un gesto como si estuviera llorando.

—Perdí a mi mami—se burló y ejecutó un falso sonido de llanto—. Estoy solo.

Una figura se apareció a mi lado.

—Menudo imbécil—dijo un pequeño Raven, vistiendo un diminuto traje negro.

—Ay, pero si es tu noviecito—continuó—. Los dejo para que se den un par de besos.

Pronto, se fue mientras soltaba una risa malvada.

—Qué tonto—Frunció el ceño Rav, mientras tomaba asiento en el columpio a mi lado—. A veces me pregunto si es realmente tu hermano.

—Lo es, lamentablemente.

Un silencio se instaló entre nosotros.

—Y...—comenzó—. ¿Cómo estás?

—Mal—concluí.

—Ahora vivirás aquí con tu padre.

—Parece—me encogí de hombros.

Otra vez, silencio.

Raven era el único amigo que tenía cuando pasaba los días en casa de mi padre porque básicamente, su progenitor hacia negocios con el mío. Nos habíamos vuelto cercanos pero no lo suficiente para que fuera mi confidente.

En la escuela pública a unas cuadras del apartamento, allí estaban mis verdaderos amigos: Frank y Eric. Esperaba verlos algún día otra vez, pero sospechaba que mi padre pensaba cambiarme a una de esas instituciones donde iban niños refinados.

—¡Ay, no lo puedo creer! Debe ser el pequeño James—exclamó una mujer, unos metros alejados de nosotros—. Pero si está hecho un trapo, pobrecillo.

Llevaba un plato cubierto de una tela metálica. Desde mi lugar, oliendo el aire, determiné que parecían ser muffins.

—Cariño, no hables tan alto, pueden oírte—le advirtió el hombre a su lado.

Ella asintió, avergonzada y volvió la vista a nosotros.

—Hola niños—se acercó con cautela y tanteó algo detrás de sus piernas que empujó frente a nosotros—. Ella es mi hija Liz, ¿Les parece si se queda con ustedes mientras le llevamos esto a tus padres?

En efecto, era una niña la que se escondía detrás de ella. Pero cuando su madre la expusó, se quedó por unos segundos,  paralizada.

Me flechó el corazón, cuando la ví en ese vestido negro con ese peinado que seguro le había hecho su madre y que no le gustaba nada, porque se lo acomodaba cada tanto, pensé en que era la niña más hermosa que había visto. Pero lo que más captó mi atención fue ese collar de piedras de colores que le colgaba el cuello, seguro lo  había hecho ella.

No dió tiempo a contestar, la mujer se fue y nos dejó con Liz.

—Hola—saludó ella.

—Hola—le respondió Rav,  despegándose de su asiento y entregando su mano—. Me llamo Raven, y soy el rey de España. Así que más te vale que me sirvas.

Ella frunció el ceño y la tomó con inseguridad.

—Mmmh, pareces ser muy joven para ser rey—determinó.

—¿Y?—la provocó, irritado.

A Raven no le gustaba que le llevaran la contraria.

Ella se sonrojó.

—Nada.

Me puse de pie.

—No te preocupes, Liz—le dije—. No es rey de nada.

Mi comentario la tranquilizó pero alteró a Raven, quién frunció el ceño.

—Pero no cuentes nuestro secreto—me riñó.

Liz se acercó a mí, ignorándolo.

—Lamento que hayas perdido a tu madre—me dijo y bajó la vista a sus pequeños zapatos de seda—. Si yo perdiera a la mía, estaría muy triste.

De todos los pesames que había recibido, el suyo fue el más significativo para mí y no era que haya dicho lo más poético del mundo, pero agradecí que fuera honesta. Y que no me mirara como todos los adultos, con esa clase de pena falsa.

—Gracias—me mostré cortés—. Pero no le pasará lo mismo a la tuya.

Ella asintió y rebuscó algo en el bolsillo de su vestido.

—Te hice esto para que te sientas mejor—me entregó un collar igual al que llevaba—. Lo hice yo misma, porque quiero ser diseñadora.

Bajé la vista a la pieza en mi mano.

—Pues, sigue practicando, porque ese collar está horrible—comentó Raven, inclinandose a un lado para poder verlo. 

Y es cierto que el collar no era lo más estético del mundo, ¿Pero que se podía hacer? Estaba hecho por las manos de una niña. Además, me pareció adorable, era la primera que me regalaba algo hecho en casa, mi padre siempre me compraba regalos costosos que, luego, no me atrevía a  usar.

Liz lo miró con los ojos entornados.

—Está perfecto—dije, pasandolo por mi cuello—. Gracias.



#1113 en Otros
#337 en Humor
#2811 en Novela romántica

En el texto hay: humor romantico, humor amor, humor amistad

Editado: 29.04.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.